El Descartes de Wiszniewer, demoledor de prejuicios

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El Descartes de Wiszniewer, demoledor de prejuicios

24 Octubre 2020

Por Daniel Mundo

He comenzado a comprender

los fundamentos de una ciencia maravillosa

René Descartes

Editado por Letra Viva, Invierno sueco. El último viaje de René Descartes, la novela de Matías Wiszniewer es un viaje apasionante que lleva al lector al controvertido origen de la filosofía moderna. El libro se presenta el jueves 29 de octubre a las 19:30 h por Zoom.

Voy a ser todo lo franco que una reseña lo permite: no hubiera leído Invierno sueco. El último viaje de René Descartes, si no hubiera estado en cuarentena. Lamentablemente, tengo otro motivo para estarle agradecido a esta pandemia global y siniestra en la que estamos atrapados. El libro de Matías Wiszniewer me atrapó por el cuello y no me dejó apartar los ojos de sus páginas. De hecho, me obligó a revisar mis posturas frente al fundador de la filosofía moderna. Será mi relectura del verano que se avecina.

El viaje que propone Wiszniewer es fascinante. Hay datos tan minuciosos que un lector no especializado se ve tentado todo el tiempo a corroborar las noticias que va elaborando la novela: ¿realmente Descartes fue a Damasco? ¿Realmente su padre no lo quería? ¿Realmente se acostó con la princesa Isabel? ¿Realmente le gustaban las barajas? ¿Realmente se encontraba de incógnito con sus encumbrados amigos en tabernas de mala muerte donde tomaban cerveza hasta reventar? Wiszniewer logra recrear esa cotidianidad perdida para siempre, y crear desde allí un relato verosímil. La escena telenovelesca en la que Descartes desaira a la reina Cristina, o en la que se disfraza de rabino para encontrarse de incógnito con la princesa Isabel, lo ponen al lector en una tensión extrema, la misma que lo embarga cuando Tom Cruise cuelga de una soga en alguna Misión imposible. ¡Menudos logros!

Desde mis modestas lecturas, al lado de la propuesta de Spinoza, la de Descartes siempre me había parecido tibia, como si no se hubiera atrevido o no hubiera podido dar ese paso que hubiera abierto los umbrales del pensamiento hacia un multiverso muy diferente al universo galileano o científico que finalmente se impuso, y que constituye nuestra realidad. Wiszniewer demuestra que ésta es una lectura simplista. La vida de Descartes estuvo dedicada a la filosofía tanto o más que la de cualquier otro. Por supuesto, al lado de otras vidas, como por ejemplo la de su casi contemporáneo Baruch de Spinoza, que eligió una existencia ultra ascética, la vida del francés aconsejando a princesas y siendo deseado por una reina pareciera ubicarse en las antípodas. Wiszniewer se encarga de desmentirlo. Si la vida de Descartes fue una vida proto-burguesa o cuasi-noble, y su pensamiento revolucionario no destruyó sino que más bien profundizó la tradición metafísica, conocer y fantasear sobre su vida privada le aporta a su filosofía la densidad y el desgarro necesarios para que el lector recapacite sobre sus juicios precipitados y sus “condenas”.

Descartes vivió de las rentas de la herencia materna, que manejadas con precaución y sin despilfarros, le debían de alcanzar hasta el final de su vida, así fue. Pero en la novela también nos enteramos de que esto no ocurrió sin costos afectivos y económicos. Estuvo la mayor parte de su vida en un exilio autoelegido en los tolerantes Países Bajos, pero la intolerancia de esa Europa casi no permitía vivir en otro lado… si se quería pensar libremente. La vida de Descartes estuvo entregada al pensamiento y la verdad. Una verdad que en cuanto la apresaba se le escapaba entre los dedos. Es gracioso cómo en la novela a Descartes lo enervan las burlas de su padre, que no llegaba a entender la duda que carcomía su existencia. En algún momento de la trama, el pensador francés se lamenta diciendo que es un profesor sin cátedra y un filósofo sin ningún libro publicado, aunque su nombre ya resonaba en las grandes cortes europeas. Pero entrar en una corte significaba clausurar el pensamiento, más o menos. Descartes se resistió todo lo que pudo a ello. Frente a este estado de ánimo general, resulta lógico que se abrazara (y se abrasara) a las certezas que elaboró, y cuyos restos somos nosotros. Pueden no gustarnos esas certezas, pero siguen siendo un mecanismo de defensa válido frente a un escepticismo y un nihilismo que no cambió tanto de aquellos años a hoy.

El libro es un diario apócrifo que Descartes habría llevado durante el último año de su vida. Wiszniewer apela a esa vieja tradición cervantina que le adjudica la narración a un autor inventado, en este caso el mismo Descartes. El juego se profundiza cuando el autor confiesa que el valor del material encontrado le exigió darlo a varias traducciones a la vez. Otro gesto cervantino. El libro sería el compendio de esas traducciones. De hecho, se cita como un libro muy importante en la vida de Descartes las desventuras alocadas de Don Quijote. Descartes era barroco, al fin y al cabo.

Son famosos los tres sueños que cambiaron el destino del filósofo, que la novela narra una vez más. Pero la novela nos deja entrever algo más en relación a lo onírico. Descartes fue testigo del declive y aniquilación de todo ese proyecto político en el que la alquimia, la astronomía, la interpretación de los sueños, abrían la posibilidad de una forma de vida muy distinta a la que se impuso con la ciencia moderna. Descartes, según Wiszniewer, estaba imbuido de los conocimientos rosacruces y alquímicos que integraban esa tradición.

En un momento, a pocas páginas de empezado este diario que viene llevando Descartes desde que la reina Cristina de Suecia lo hizo llamar, el relato se dobla en otro, en el que nuestro héroe recuerda toda su vida pasada. A este desdoblamiento se suman dos más. Primero, las apostillas, que van ganando en densidad histórica a medida que avanza el libro. Como soy aficionado al proyecto mágico-político que se clausuró con la muerte de Isabel de Inglaterra, con el acoso de Praga y con la Guerra de los Treinta años, creo advertir lo que el libro de Wiszniewer nos transmite con respecto a los peligros que acarreaba el pensamiento y una vida filosófica en el siglo XVII, y que pendía sobre el cuello de Descartes como sobre el de tantos otros. Por otro lado, están las imágenes que reproducen mapas de la época o fotos actuales de esos lugares que se volvieron museos a partir de la vida de los personajes que integran esta historia. El lector casi palpa el ambiente.

No es fácil discernir si el Descartes de Wiszniewer es un viajero o un turista, máxime sabiendo el destino por el que optó la Europa racionalista. La narración es muy amena sin perder un ápice de rigurosidad. Logra transportarnos a pleno siglo XVII. O mejor aún: nos transporta a aquellos años en ebullición tal como el cine nos acostumbró a revivir el pasado. A veces son tan encantadoras y peligrosas las misiones encargadas a nuestro pobre filósofo que la intriga remeda una historia de alto espionaje. No solo la fama se adelantaba a los pasos dados por Descartes, también las intrigas: una vez le recomendaron alojarse en una casa cuyo dueño estaba hacía ya un tiempo en el lejano oriente. Cuando llega, en un libro que había sobre la mesa del misterioso subsuelo, encuentra una dedicatoria para él. Tanto el narrador como el lector confluyen en la pregunta: ¿quién escribió esa dedicatoria? ¿Cómo supo que Descartes pararía allí? Hay varias anécdotas de este tipo. Son pistas indirectas. Es un efecto buscado y logrado para dar cuenta del clima de complot que enturbiaba la atmósfera de esos años.

Para un filósofo profesional la estrategia narrativa que implementa Wiszniewer puede resultar falaz. Para mí, en cambio, es una gran apuesta la llevada adelante en pos de sacar a la filosofía de esos lugares donde ya el mismo Descartes advertía que se pudría: los claustros académicos, el dogma dominante, el “papismo” que nos impide arriesgar una simple idea por miedo a la horca o al ridículo.

El libro de Wiszniewer le hace vivir a Descartes, y por ende al lector, una duda que sigue siendo increíblemente actual: ¿cómo cumplir los mandatos de la filosofía? La respuesta parece simple, pero es muy compleja: no es con el pensamiento y la elaboración abstracta, como supondría un cartesiano desprevenido, sino con la propia existencia como se cumple ese mandato. Es lo que hizo Descartes. ¿Qué implica el mandato? Tratar de evitar lo que te hace infeliz, perseverar en lo que deseás: pensar. Incluso el padre del racionalismo se nutre de la espesura de una existencia solitaria para vivenciar su única certeza, el yo pienso. El libro logra transmitir el vértigo que tuvo que dominar a René Descartes para llegar ahí.