Chaguando penas de fuego

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Chaguando penas de fuego

23 Noviembre 2019

Por Norman Petrich

 

Los Wichís, nación de cazadores recolectores, suelen confeccionar desde tiempos milenarios con el chaguar (planta autóctona del norte argentino y sur de Paraguay y Bolivia) desde bolsos hasta redes y sogas. Las mujeres suelen recorrer muchos kilómetros de monte, en lugares donde el agua no abunda y el calor manda, para encontrarla y este caminar suele ser todo un ritual de lo colectivo: si una mujer necesita chaguar, se organiza con otras y salen a buscarlo.

De la misma forma y desde el comienzo de este libro, en un sentido poema en el cual dialoga con Inés Manzano, Alfredo Luna nos advierte que vamos a andar chaguando penas de fuego para transformarla en una red que, por suerte, tiene agujeros por donde las palabras vuelan buscando su destino en el mar.

“Me pensé como poeta que busca un oído atento, porque yo escribo sin saber para quién, sin saber a dónde van a ir a parar estas palabras, que a veces son de hierro y otras de niebla”, afirmó cuando recibió el Premio Provincia de Córdoba 2018 por Daños personales, y esa búsqueda trasvasa todo el poemario llevándonos a ese lugar donde el lenguaje es el pozo/ del duro gesto de callar, es intención de contar lo súbito invisible/ en plena soledad sin tiempo.

Parece fascinar a Luna el convertir cada poema en una joya, despliega un trabajo de orfebrería para ello, un juego de contraposiciones donde todo cabe en la palabra y viceversa. Va chaguando la palabra para que luego se escape entre los tientos.

Eso suceda porque (tal vez) la ve como a una jaula y bien sabe que A la jaula se le ha muerto el miedo de ser habitada.

Como si fuera un penitente, la delicadeza con que la carga se ve reflejada en la imagen del que va llenando de luz esta costumbre de llevarte en mi tristeza como un sueño.

 La obsesividad por la palabra poética es una línea que cruza por completo la primera parte del libro; por eso el silencio bulle, por eso el sonido va perdiendo escamas, cuando la noche cabalga igual que posesa y la palabras flotan arrebatadas de fuego.

En la segunda parte la figura de la madre se hace omnipresente, esa flor desconsolada que ciñe el ajuar mortuorio de la dicha y allí se encuentra el poeta, tratando que el silencio muera en sus manos.

En la tercera, el amor se transforma en deseo, en un perro pordiosero, y allí pan y ausencia están intactos. Un lugar donde te perdono lo que no fue y te devuelvo lo que sucederá.

En el apartado siguiente, dedicado a María Negroni, la palabra vuelve a cobrar vuelo y se refugia en la figura de un pájaro. Allí, a los miedos, las acechanzas, el deseo, les nacen alas y el horizonte siempre es la palabra, sobre todo la poética: en el poema vive intacto lo que el pájaro desea.

Así llegamos al último grupo de poemas donde tanta luz hostiga y en una hoguera de luto se ofrecen solemnes condolencias, vuelve a plantear ese tremendo juego de contraposiciones donde no hay realidad que llene la incertidumbre y le pide a ese dios que no respeta ley, que también tiene miedo, devuelva todo el bien que te hice cuando te amaba.

Al igual que los chaguarales, la palabra del catamarqueño se multiplica en sus gajos y sus hojas se defienden con espinas. Hasta su centro llega a puro machete, corta lo mejor y realiza con ella su trabajo para luego ofrecerla. Nos busca como receptores en un hermoso ritual. El daño es personal. La pena vale para todos.

Publicamos estos poemas que pertenecen a Daños personales:

 

este fulgor leproso

 

pájaros ralos cabalgan sobre el mar

 

se va llenando de luz

esta costumbre

de llevarte en mi tristeza

como un sueño

 

hasta que se acabe la muerte.

 

la noche recuerda el peso de lo inmenso

 

en el puño

la noche cabalga igual que posesa

y la palabras flotan

arrebatadas de fuego

 

¿qué mano lleva al lugar del error

qué lumbre

qué transparencia?

 

cristales de fuego en mi lengua

 

madre

en el primer día nadie dijo

esta codicia inexorable

los  ritos escandalosamente sagrados

ni la muerte precisa

 

cercada por el  terror de amar

te deslíes en el ansia feroz de los marineros

 

hiciste de nosotros una casa derrumbada.

 

daños personales

 

     en el desierto he buscado un pan lleno

de fiebre   un agua tan vino   

tan sacramento

 

incansablemente

persigo las tibias tardes de la ronda

la niñita triste que no sabe

la mujer que tampoco

y el abrazo hasta la felicidad

hasta la extinción

 

perdido en las algaradas  de la memoria

   intento que el silencio muera en mis manos.

 

los pronombres duelen

 

fuimos el pan derrotado

 

ahora es negra la hierba que piso

               y la casa

un cuerpo errante.

 

V

 

los pájaros aúllan

cuando se pierden en la noche

 

impune

dios les ha borrado el alma

por eso

buscan la Poesía.

 

VII

 

peregrinos del aire

los pájaros

cuando tienen miedo

acampan en las palabras

        

   arde un aullido formidable.

 

solemnes condolencias

 

todo suena en la intemperie del ojo

 

las sirenas

    mariposas del océano

dicen que lejos

    muy lejos

hay otra patria

 

no me asiste tal certeza.

 

Biografía:

Alfredo Luna  nació en San Fernando del Valle de Catamarca en 1953. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y obtuvo el Primer Premio del Salón al Aire Libre de Poemas Ilustrados Catamarca (1972), el Premio Luis Franco por su aporte a la cultura de Catamarca (2016) además del ya mencionado Provincia de Córdoba. Ha publicado Las palabras imposibles (1993); Los días demorados  (2005) Los fuegos prometidos  (2006); La mirada sonora  (2008); Vigilia Hereje (2013) Palabra matada (2014) y Testigo infiel (2015).