"Árbol que tiembla": la poeta Denise León y sus antepasados sefaradíes

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NOVEDAD LITERARIA

"Árbol que tiembla": la poeta Denise León y sus antepasados sefaradíes

30 Octubre 2022

El sábado 5 de noviembre a las 18 horas se presentará el libro Árbol que tiembla de la poeta tucumana Denise León, en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924, Ciudad de Buenos Aires). La autora dialogó con AGENCIA PACO URONDO acerca de esta obra que rescata poéticamente la historia de su familia y su descendencia sefaradí.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fue el proceso de reconstrucción familiar, de búsqueda, de investigación?

Denise León: Yo siempre digo que tengo cabeza de pájaro, que desde que nacieron mis hijos me olvido de todo y no me queda más remedio que anotar. Anotar furiosamente. Tengo miles de agendas, cuadernitos, libretas, papelitos pegados en todas partes. Por eso, cuando en 2019, mis hermanos y yo empezamos el proceso de solicitar la nacionalidad española para descendientes de sefaradíes, me compré un cuaderno de tapas negras que tenía algo parecido a un árbol dibujado en la tapa, para comenzar a registrar ahí todos los requisitos que nos pedían y los trámites que íbamos a hacer. Al principio era sólo para ir armando listas, pero vos viste que las listas son misteriosas. Y a medida que mi lista iba creciendo tipo: certificado de nacimiento de la madre (¿dónde nació la mamá? ¿En qué pueblo del sur?), acta matrimonial o ketubá de los padres (¿qué es una ketubá?, ¿mis viejos tuvieron una?, ¿qué quieren decir estas letras en hebreo?) la lista fue creciendo, como los nombres de Dios o esas cosas que el lenguaje no puede expresar del todo. Entonces comencé a buscar, aquí y allá. A llamar a los primos vivos de mi mamá. A algunos los conocía y a otros no. Amorosamente, cada uno me contaba una historia, me mostraba fotos, me dejaba ver documentos. Y aparecían más nombres, más apellidos, más lugares. Un señor amoroso del cementerio judío de Buenos Aires me mandó fotos de las tumbas de mis bisabuelos Azubel enterrados en Buenos Aires. Nunca había escuchado sus nombres: David y Simbul. Simbul quiere decir jacinto, en turco. Es una flor pequeña y azul. Aquí en Argentina, lo tradujeron como Violeta porque no hay Jacintos. Y a todas las Simbul les dicen Violeta. En ese nombre, como en mi libro, hay algo inventado, pero también un homenaje y una nostalgia que gira alrededor de los agujeros de la memoria. Porque ya sabemos que lo propio del archivo es su naturaleza agujereada, ¿no? Como una red que está hecha de los hilos pero también de los agujeros.

APU: Siendo poeta, ¿cómo experimentaste este trabajo donde combinas (de alguna manera) la narrativa, un diario familiar y una prosa poética? Me quedo con esa pregunta que está en el libro: yo, ¿a quién quiero tocar con este diario? ¿Vos cómo experimentaste esa combinación de escrituras, de un diario, de una prosa o narrativa? ¿Fue una búsqueda consciente o se fue dando de una forma azarosa?

D.L.: Mirá, a veces la gente cree que la lectura y la escritura son cosas que pasan solamente en la cabeza. Eso es mentira. Se lee y se escribe con todo el cuerpo. Yo siempre leí para emocionarme, para espiar a otros, para no tener miedo, para reírme o para no estar sola y así, todo mezclado. Los libros son como una piel. Yo los toco, los huelo, los marco –con la saliva y con distintas lapiceras–. Y después, muchas veces, busco esas marcas, las retomo, hago otras. Para mí la poesía no tiene que ver con escribir en verso sino con un modo de mirar. Un modo de mirar que siempre estuvo ligado con la lentitud, con los rituales, con las siestas largas en las que me mandaban a dormir y yo me quedaba despierta mirando las telenovelas y escuchando con un auricular que tenía el cable tan corto que casi podía sentir en la piel la vibración de las voces que salían del televisor. Por eso, aunque el libro esté escrito en prosa, yo creo que la poesía siempre está metiendo la cola, recuperando algo de ese mundo salvaje que compartimos mis hermanos y yo. Porque una cosa hermosa que tiene el judeoespañol, esa lengua que está siempre dando vueltas en el libro, es que tiene proximidades con el castellano pero al mismo tiempo es otra cosa, inserta una semilla de extrañeza en la lengua cotidiana, igual que la poesía, ¿no? Me cuesta mucho a mí pensar en definiciones. Digo, decir el libro es prosa o no es prosa, es diario o no es diario. Porque, en realidad, las definiciones tienden a encerrar y yo quiero abrir, abrir. 

APU: ¿Cómo descubriste esa lengua judeoespañola? Fue a partir de la creación de este libro, de esta investigación, de esta búsqueda o es algo que ya tenías incorporado anteriormente?

Yo empecé a trabajar con el judeo español en 2007 o, por ahí, cuando estaba escribiendo poemas de Estambul. Yo quería que los lectores pudieran reconocer mi voz, del mismo modo en que mi mamá (que era súper desmemoriada y distraída) podía reconocer mi voz en la calle. Y el judezmo, como le decía mi abuela, tenía esa música de lo propio y lo ajeno que resonaba en la casa de mi infancia, de mis abuelos inmigrantes. Varios años después, cuando ya estaba trabajando en mi libro El saco de Douglas, el judezmo volvió con mucha fuerza porque cómo iba a contar la historia de mi abuela Luisa que escuché mil veces de chica y de no tan chica, si no era como ella misma se la contaba a los nietos diciéndole a cada uno: tú eres mi inyeto meyor, a tí te vo a kontar la istoria de mi vida. Fue una chikez desmazalada la mía… Y el cuento seguía y nosotros la escuchábamos como encantados y cada vez le agregaba algún detalle diferente, como cuando iba al cine. Claro que después, cuando algunos estudiosos del judeoespañol se encontraban con mis libros me decían: esto no es exactamente judeoespañol. Así no se decía tal o cual cosa. Y, por supuesto, tenían razón. Ahora, como entonces, mi judeo español es mestizo, es espurio.  Y como digo siempre, tiene mucho de homenaje y de nostalgia, pero también de pérdida y de olvido. Es una lengua sin sombra, como el agua.

“Yo quería que los lectores pudieran reconocer mi voz, del mismo modo en que mi mamá (que era súper desmemoriada y distraída) podía reconocer mi voz en la calle”.

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La partida de nacimiento de la mamá es un comienzo. Me dicen que la oficina siete es la que corresponde al interior de la provincia. Atienden por una ventana estrecha. No sabemos con certeza en qué registro civil la anotaron, pero qué sabemos realmente sobre nuestros padres. Andalgalá, Monteros, Concepción/Chicligasta, San Miguel. ¿En cuál de esos pueblos habrá podido la abuela echarse a parir? Porque cuando le vinieron los dolores se puso el camisón para acostarse pero la madre se le rió en la cara y la mandó a subir y bajar escaleras. El archivo del Registro Civil es un hormiguero semi derruido que de un momento a otro puede venirse abajo. La gente entra constantemente. Hace fila. Espera. Sale aliviada o furiosa y vuelve a entrar. Se pierde en los pasillos retorcidos. Cuando se abre la ventana de la oficina siete, entrego el papelito con el nombre y la fecha de nacimiento de mi madre y espero. El piso está lleno de charcos. Algunas personas se resbalan y se ríen. Otras insultan. Yo —como siempre— observo y tengo miedo.

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Las memorias familiares son como el tejido de Penélope: deben ser hechas y deshechas continuamente. Ni siquiera los huecos o los restos ilegibles están señalados. En el árbol genealógico que solicita el formulario las ramas del lado de la mamá están llenas de ausencias. Hablamos con primos de primos, con tíos, con conocidos de los tíos, con amigos del papá que quizás recuerden. Incluso cuando parece que nos estamos acercando y que la Kehilá quizás tenga una lista de todos los Azubel enterrados en el cementerio, me inquietan los silencios, las partes vacías de las historias por las que pasa la luz. Nunca estoy segura de cómo escuchar los ecos de las vidas de familiares que no conocí preservados en los relatos ajenos. Una prima me cuenta que los padres de la bisabuela Perla se murieron de cólera allá en Izmir. Fue la tía quien las acompañó a ella y a su hermana (porque había una hermana) y después la llevó a vivir por un tiempo en la casa de sus futuros suegros: Zinbul Bezalel y David Azubel. La bisabuela Perla ya había intercambiado fotos con su novio y la esperaban en la América. Dicen que en la stampa que le mandó al novio se la veía con el dedo índice apoyado en la sien, la cabeza inclinada y el resto de los dedos sobre la mejilla o apuntando hacia la boca, como se usaba en la época. Y, aunque el novio tal vez pensó que estaba un poco loca por el gesto del dedo en la sien, le correspondió con una foto suya, de la que la bisabuela hizo cientos de reproducciones que todavía hoy andan dando vuelta en las casas de los nietos y los bisnietos.

Parece que al bisabuelo Alejandro le gustó mucho la bisabuela Perla, su cuerpo menudo y punzante, la forma de sus piernas. Con cualquier excusa estiraba la mano para tocarle el borde suave de los vestidos, de los batones floreados que usó toda la vida, abajo, abajo, donde se enganchan los alfileres y la piel se dobla, se hiende. Es posible que le haya gustado la bisabuela con la misma hondura con que siempre le gustaron la timba, el baile, la foto esa con el gesto de loca —carne roja, semillas negras— y que por eso los Azubel hayan tenido que adelantar el casamiento. Nadie sabe lo que puede un cuerpo, anotaba Spinoza en su Ética. Spinoza o Espinoza, que también era sefaradí y entendió muy bien que el deseo es algo que va y vuelve, que es una acción de sí sobre sí, como el dedo en la sien, en la cual el agente y el paciente entran en un umbral de absoluta indistinción.

El sábado 5 de noviembre a las 18 hs se presentará el libro Árbol que tiembla de la poeta Denise León, en la Casa de la lectura (Lavalleja 924), de la ciudad de Buenos Aires. La autora dialogará con las escritoras Ana Arzoumanian y Marisa Negri. El libro ha sido editado por La Ballesta Magnífica, un proyecto editorial impulsado desde el Delta de San Fernando en la provincia de Buenos Aires, interesado en el equilibrio entre el cuidado de las ediciones y su accesibilidad. Editan poesía, prosa, ensayo y todo texto que por alguna razón nos resulte fascinante.