El derecho a no tener hambre, por Enrique Martínez

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El derecho a no tener hambre, por Enrique Martínez

08 Septiembre 2019

Por Enrique M. Martínez 

La alimentación, la vivienda, la indumentaria, han sido cuestiones comunitarias, no individuales, a lo largo de toda la historia precapitalista de la humanidad. 

Sean cuales fueran las relaciones de poder internas, una obligación básica de quien fijó y se benefició con las reglas sociales, fue asegurar la alimentación de sus vasallos, fueran esclavos o libertos. Gran parte de las guerras anteriores al siglo 18 buscaron asegurar la alimentación de poblaciones en expansión, en tiempos que los espacios que producían excedentes sobre el consumo local eran la excepción. 

El capitalismo cambió esos escenarios, como varios otros. Al convertir todo factor de producción en una mercancía, incluso el trabajo, bajo la hegemonía del capital para comer, alojarse o vestirse se necesita desde entonces contar con el recurso económico para comprar alimentos, ropa o el techo temporario o permanente.  

Lo que era un derecho, garantizado por el señor, dejó de serlo y ninguna institución, sea por tradición cultural o formal, tiene la responsabilidad de revertir ese estado de cosas.   

Se postula que cada uno debe ganarse el pan con el sudor de su frente. 

Eso implica poder acceder a un derecho de segundo piso: el derecho a trabajar, producir bienes y servicios, intercambiarlos con sus compatriotas. Sin embargo, esto nunca pasó de enunciaciones genéricas en la Constitución o en normas derivadas.  En la práctica y en la subjetividad general, trabajar depende de las decisiones que tomen los capitalistas buscando el lucro. Tanto es así que el vocablo central es empleo, entendiendo que se trata de trabajar en el marco que el capital define. El resto es considerado trabajo informal, no registrado, precario, pasajero, hasta que se consiga un empleo. 

El trabajo, en ese contexto, debería generar los recursos para comer y demás. Ni siquiera eso se da en la Argentina de este tiempo. 

Trabajar no es sinónimo de acceder a una calidad de vida mínima. No trabajar, en consecuencia, es estar en un pozo aún más profundo. 

La actual emergencia alimentaria es por lo tanto emergencia laboral, que además es emergencia de equidad distributiva, que finalmente es emergencia del derecho a vivir. 

Es necesario ver el hambre como urgencia extrema. La condición para que desaparezca esa urgencia es discutir los derechos que deberíamos poder ejercer en una democracia económica que no sea una mentira permanente, donde pasan por la Tierra argentina decenas de millones de personas para que un puñado de seres sin rostro se apropien de toda ilusión o alegría que no sean las deportivas. 

No es utópico. Ni siquiera es tan difícil. Como un aporte a marcar el sendero a recorrer, deberíamos atender la emergencia alimentaria potenciando la oferta de la producción popular, que hoy tiene dificultades para superar el bloqueo de los grandes comercializadores y distribuidores, generadores y beneficiarios simultáneos del hambre. Cooperativas lácteas, productores de panificados, horticultores, fruticultores, productores de cerdos y ovinos de todo el país pueden reforzar sustancialmente la oferta alimenticia y además pueden ser convocados a atender los canales que se han diseminado por doquier en una sociedad confundida, angustiada, pero que mantiene el instinto de solidaridad para la supervivencia. Ese hecho tendrá un efecto cascada, invitando a otros compatriotas, buena parte de ellos hoy sufriendo hambre, para que se sumen a la producción de alimentos, con la seguridad que eso mejorará su calidad de vida.  

Es esencial tener una mirada integral sobre los derechos económicos básicos. Si el hambre es solo consecuencia de una pésima gestión de gobierno; si creemos que la falta de trabajo es producto de no haber convocado adecuadamente a los dueños del capital; si trabajar a tiempo completo y cobrar menos que una canasta básica se naturaliza, como efecto de una crisis que sobrevuela desde no sabemos; si no podemos vincular todos esos elementos y entender que hay que salir por encima del laberinto del capitalismo, en lugar de someterse a él; en tal caso: No habrá futuro.    

*Integrante del Instituto para la Producción Popular