Teresa Constantini: "A veces, el cine es un milagro"

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    Teresa Constantini
    Foto: Gabriel Machado
ENTREVISTA

Teresa Constantini: "A veces, el cine es un milagro"

14 Septiembre 2025

Teresa Constantini, una de las directoras más emblemáticas del cine argentino, despliega en Wainrot, tras bambalinas una mirada humanizante sobre el recorrido artístico y vital de Mauricio Wainrot. AGENCIA PACO URONDO conversó con ella sobre todo el proceso del documental y de la relación que ambos tienen.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fue el primer encuentro con Mauricio Wainrot y de qué manera ese vínculo derivó en el documental?

Teresa Constantino: Nos conocimos socialmente. Pero el lugar donde me reencontré fue en el cumpleaños de Graciela Dufau y me causó gracia su manera lúdica de estar en el mundo: entró de traje y cinturón, con un gesto inesperado, hizo un gran levantamiento de pierna, como en ballet, como si el juego fuera parte natural de su lenguaje.

Todos los grandes creadores conservan esa capacidad, y en él es absolutamente genuina. Pero el verdadero acercamiento llegó un tiempo después. Mauricio estaba en Cancillería y yo ya tenía Tita estrenada. Como mis películas viajaban mucho, una íntima amiga, me propuso visitarlo. Nos recibió entusiasmadísimo, fascinado por Tita, y enseguida abrió caminos para que la película circulara. Esa generosidad lo caracteriza, Mauricio es muy generoso con sus amigos.

Yo estaba en Madrid con Tita, que no tenía nada que ver con Mauricio, sino que había llegado allí gracias a la DAC, después de un festival en Praga. Y en ese momento me llama y me dice: “Te quiero invitar al reestreno de La tempestad en el San Martín”. Yo le respondí: “Mirá, no estoy en Buenos Aires en esa fecha, pero voy a ir cuando vuelva”.

Y mientras se iba caminando, casi sin pensarlo, le dije: “¿Sabés una cosa? A mí me parece que hay que hacer es un documental sobre tu vida”. No sé quién me sopló eso, si fue pura intuición… El cine tiene un lenguaje intransferible, y si me preguntás de dónde salió, la verdad es que no tengo la más remota idea. Él me contestó enseguida: “Sí, claro que sí”. Y yo quedé sorprendida, porque en realidad no tenía noción de lo que había dicho ni por qué lo había dicho, sobre todo porque prácticamente no nos conocíamos.

Cuando regresé, vino la productora y me contó un montón de cosas. Mauricio ya estaba con la cadera lastimada, lo habían operado. Entonces lo hablé con mi productora, Marga Gómez —que lamentablemente falleció este año— y ella me dijo: “Dale, vamos, empecemos ya, estamos en noviembre”. Le pregunté: “¿Cuándo termina La tempestad?”, y me dijo: “El 12 de diciembre, supuestamente”. Entonces decidimos filmarla. Armamos tres cámaras y registramos la obra. Fue en El Teatro San Martin, yo me sentía María Herminia Avellaneda, frente a esos tres monitores instalados en el teatro. Esas imágenes siguen siendo, para mí, las más bellas del documental. Y a partir de allí comenzó un camino de cinco años de idas y vueltas…

APU: ¿Cómo siguió ese camino que forjaron juntos?

T.C.: La primera filmación fue, justamente, La tempestad. Armamos tres cámaras y registramos esa obra que, hasta hoy, sigue siendo uno de los materiales más bellos del documental. Desde allí todo se transformó en un camino compartido de casi cinco años: los viajes, las funciones, los ensayos, las conversaciones. En Montevideo lo acompañé con Carmina Burana, experiencia desbordante en la que pude ver de cerca su entrega total a la creación.

"Se abren las historias cuando se cierran las heridas",

Más tarde surgió la propuesta de filmar en Polonia (Esto surge de una invitación con tres de sus obras a Gdansk) Al principio él se resistía a pisar Varsovia, porque enfrentaba recuerdos muy dolorosos ligados a su origen. Finalmente aceptó, y ese viaje fue decisivo: allí se abrió con una sensibilidad enorme (que siempre agradeceré), compartiendo memorias que hasta entonces le resultaban imposibles de nombrar. Varsovia se convirtió en un umbral: un lugar de sanación y de revelación que le permitió nombrar su historia y, al mismo tiempo, con su arte.

Madrid, Carmina Burana y Polonia fueron hitos de un proceso que nos fue acercando cada vez más. A lo largo de ese tiempo descubrí en él a un hombre profundamente generoso, muy amiguero, capaz de incluirme como una más en su círculo afectivo. La película creció al mismo tiempo que nuestra relación, y eso la volvió especial: un registro artístico, sí, pero también un camin compartido que lo emocionó profundamente. Para mí, acompañarlo fue un privilegio y, sobre todo, un lindísimo camino.

APU: ¿Y cómo viviste el momento en donde él habla de eso tan fuerte que es quedarse sin familia?

T.C.: Para mí, cuando él me lo contó fue una novedad, porque yo no conocía sus orígenes. Y sentí que eso no podía estar ausente, de ninguna manera. En un artista como Mauricio, su identidad es parte de su creación, su propia verdad. Sobre todo, lo que él hace con su historia, es maravilloso ver cómo crea a partir de sus emociones, también por eso es uno de los más grandes coreógrafos de todos los tiempos.

Pero este tema no surgió de inmediato, es natural que pase por situaciones tan dolorosas. El reportaje más largo que vos ves, donde habla de su familia, fue hecho muchísimo tiempo después. El cine tiene la magia de que a uno no le importa cuándo se hizo (la entrevista). Después del documental, después de verlo, después del estreno, reabrió el estudio de Gallardo, hasta hizo una exposición, que yo fui, que era maravillosa. Y ahora estamos viendo la obra de Gallardo. El efecto fue multiplicador.

Se abren las historias cuando se cierran las heridas. Entonces, el documental, que lo dice, la gente se emociona mucho, porque es muy sanador. A veces, el cine es un milagro.

APU: A lo largo del documental, se percibe que Mauricio logra encontrar una verdad muy íntima en su obra. ¿Cómo fue, para vos, acompañarlo en ese proceso y cómo lo tradujiste al cine?

T.C.: Es difícil explicarlo desde uno mismo, pero no podría hacerlo de otra manera. No fue simple encontrar lo que yo llamo “el hilo de plata”, como dicen los irlandeses: ese hilo que te conecta con tu inner self, con tu yo verdadero, con tu alma. Siento que Mauricio lo encontró, aunque yo solo lo percibí después.

Al principio, mientras editábamos, La Tempestad atravesaba toda la historia, pero no aparecía explícita en las tomas. La magia de la edición fue ir descubriendo lo que no estaba, lo que faltaba, y poco a poco se fue tejiendo. Hay una parte de uno que no es consciente del todo: ves algo, dices “esto no va”, “esto sí me conmueve”.

El resultado no es solo el documental, sino también el camino del alma de Mauricio. Él estaba en un momento de vida muy particular y pleno, además… y sigue incansable. La Tempestad fue su última creación; no hay otra posterior. Pero en ella están el exilio, la soledad, todo lo que él vivió y recreó. Su versión no es exactamente la de Shakespeare; hay más mujeres, hay reinterpretación, y la danza, tan hermética, transmite todo eso.

Mi trabajo fue buscar cómo traducirlo al cine: la música, el movimiento, el baile… sus formas de concebir lo poético. Desde chica me fascinó la danza y su lenguaje sin palabras. Incorporar el monólogo al final, por ejemplo, fue una decisión que surgió de sentir la emoción de lo que estaba viendo y de cómo quería que se sintiera el público. 

Cada obra suya es un espejo de su vida, de su resiliencia, de lo que heredó de sus padres y cómo convirtió eso en arte. Eso es lo que admiro: la capacidad de transformar la vida en una maravilla coreográfica y emocional. Entonces el arte, de alguna manera, sana, salva, nos hace bien…y él cumple con su tarea, cumple con esa misión y no la abandona.

APU: Pudiste mostrar su ternura al mundo, como si alma se recostara en tu mirada...

T.C.: Para mí la vida es eso, no hay otra. Hay hermandad en nuestro vínculo, siempre estoy buscando la afectividad en mi estética. Nuestra misión de narrar tiene que ser muy cuidadosa de lo que mostrás. Y él hizo una inmensa labor. Contar en 50 minutos una vida, es un misterio… el cine es un gran milagro.