Silvia Vladimisvsky: “Sin libertad no hay creación”

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    Silvia Vladimivsky
    Foto: Silvina Gianibelli
ENTREVISTA

Silvia Vladimisvsky: “Sin libertad no hay creación”

19 Enero 2025

Silvia Vladimivsky es coreógrafa, pionera en danza-teatro y performance. Su obra fusiona cuerpo, emoción y palabra, siendo una de las figuras más influyentes de la danza contemporánea en Argentina. Trabaja también en Italia e India, llevando su arte a diversos contextos culturales y espirituales. AGENCIA PACO URONDO conversó con ella sobre su particular mirada en esta disciplina.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo nació tu búsqueda en la danza-teatro?

Silvia Vladimivsky: Mis primeros recuerdos son fragmentos de vida entrelazados con el arte. Veo a mis padres ensayando, envueltos en las palabras y gestos de Pirandello mientras yo, una niña muy pequeña, dormía sobre un piano, casi como un símbolo del escenario mismo.

Ese espacio, mitad casa y mitad teatro, era un umbral donde lo cotidiano y lo artístico se entrelazaban. Ellos pertenecían a la naciente movida del teatro independiente en Argentina, un movimiento que buscaba nuevas formas de expresión en un país donde la efervescencia cultural iba de la mano con los desafíos políticos. Al terminar sus ensayos, yo heredaba el escenario, improvisando interpretaciones de los textos que había memorizado, como si el eco de sus voces me habitara. Mi infancia no conoció la barrera entre la realidad y la ficción: los diálogos de Pirandello, y de otros grandes autores que pasaron por ese espacio, eran un juego, pero también una lección profunda sobre la vida y la representación.

APU: Pasaste por las clases de grandes maestras, mentoras de tu espíritu contemporáneo. ¿Cómo las recordás hoy?

S.V.: Recuerdo los ensayos en penumbra de María Fux, cuya presencia en el escenario me reveló que la danza podía ser tan poderosa como la palabra. Desde ese momento, entendí que mi camino incluiría el movimiento y abracé la convicción de que el arte es una totalidad indivisible, más allá de las divisiones racionales impuestas. También, la reconocida y querida Ana Itelman, quien me ofreció ser su asistente, y Lindsay Kemp, a quien conocí en Roma y que me abrió los ojos a la libertad total de expresión integrando cuerpo y voz. Rechacé ambas oportunidades porque deseaba construir un camino propio, libre de modelos. Volví a Buenos Aires llena de imágenes y sueños…

No puedo dejar de nombrar a Tadeuz Kantor, polaco. No cruzamos palabra, pero su obra me iluminó una vez más. En mi trabajo, siempre busqué que cada obra tuviera una escena paradigmática, capaz de condensar su esencia. Sin embargo, aprendí que el exceso de racionalización puede apagar el corazón de una creación. Una de mis obras, aunque contenía esa escena clave, fracasó porque se priorizó la palabra sobre la emoción. Estas experiencias y encuentros han moldeado mi recorrido artístico. Creo profundamente en la unidad esencial del arte, donde danza, teatro y vida convergen en una expresión única, auténtica y universal.

“Siempre busqué que cada obra tuviera una escena paradigmática, capaz de condensar su esencia”.

APU: ¿Cómo recordás a Augusto Fernández?

S.V.: Un día, para mi sorpresa, Augusto me llamó a Roma y me ofreció coreografiar Rigoletto en la Ópera de Berlín. Organizamos audiciones, a las que acudieron 150 bailarines. Esa experiencia, desde los ensayos hasta los paseos y cenas en Berlín y Hamburgo, fue una lección transformadora. Observar cómo Augusto lograba moldear a los cantantes, al coro y hasta a los escenógrafos fue una clase magistral de arte integral. Su visión, audaz e infinita, se reflejaba incluso en detalles como incluir un desnudo en escena en una época en la que esto era impensable. Si algo he aprendido de esas experiencias es que sin libertad no hay creación. La libertad, entendida como la capacidad de trascender límites, es el núcleo donde el arte se revela en su máxima potencia.

APU: Emma Zunz es la única mujer que protagoniza un cuento en la literatura de Borges. ¿Cómo trabajaste sobre su poética y su destino?

S.V.: Lo primero que me tocó del cuento era la relación con el padre muerto. El linaje, la obediencia a los mandatos para sostenerse en vida, sobrevivir en otro continente, a fines del siglo XIX, el drama del inmigrante, cosas que viví en carne propia como nieta de rusos, calabreses, triestinos y lituanos. Fue como un exorcismo. Pero después me di cuenta de que la barbarie de toda la situación de Emma tenía que ver con, equivocada o no, la misión de su alma, el honor de su familia, la recuperación de su identidad, es decir, lo que yo trato de que los artistas y alumnos entiendan cuando trabajan conmigo, el propósito de una vida desde que nacemos.

APU: Hoy, a la distancia, y ya siendo un mito que no para de multiplicar versiones… La Duarte marcó un hito en la danza.

S.V.: El rigor ha sido una constante en mi camino, tanto al enseñar como al crear. Recuerdo cómo sorprendió a algunos alumnos en sus clases cuando Augusto destacaba mi formación espiritual como una cualidad esencial. Ese reconocimiento fue inesperado y muy significativo.
En cuanto a La Duarte, la primera versión fue un espacio de absoluta libertad creativa, a pesar de los desafíos de trabajar con una protagonista de formación clásica. Convencerla de abandonar las zapatillas de punta para encarnar a Eva fue solo una parte del reto. Logré reunir un elenco apasionado, tangueros y bailarines con un alma artística que trascendía cualquier rigidez académica. Esa Eva, inspirada en la versión de Facundo Cabral, era un alma gigante, llena de misticismo y humanidad.
La segunda versión, sin embargo, fue una lección difícil. Europa exigía un teatro más comercial, y el cambio de elenco hacia bailarines clásicos rígidos desdibujó el espíritu de Eva. Aunque fuimos a Europa y logramos presentarnos, la obra careció de alma y profundidad, dejando un sabor agridulce. Fue una experiencia que me reafirmó en la importancia de mantener la esencia de lo que se quiere transmitir, más allá de las exigencias externas.

APU: Decidiste pasar más tiempo en Argentina forjando tu búsqueda performática de hoy: El gesto del alma.

S.V.: Sí, para terminar, diré que el arte ha sido, es y será mi manera de estar en el mundo, de habitarlo, de percibirlo en su complejidad, en su belleza y en su crueldad. Es mi modo de ser en la materia y también más allá de ella, en ese espacio intangible donde lo sensible y lo espiritual se entrelazan. Porque el arte es el puente que me conecta con los otros y, al mismo tiempo, conmigo misma. Es la forma en que he aprendido a escuchar lo que no se dice, a mirar lo que otros no ven, a traducir el latido del tiempo en algo que pueda compartirse. En cada obra, en cada gesto, hay un intento de tocar lo eterno desde lo efímero, de capturar lo inasible desde el instante.
Y aunque las formas cambien, aunque los caminos se bifurquen, siempre vuelvo al arte, porque allí encuentro mi hogar, mi refugio y mi voz. Es allí donde mi ser se reconoce y se expande, donde lo finito y lo infinito se abrazan, y donde lo humano alcanza a rozar, aunque sea brevemente, lo divino.