Teatro: "Ricardo III", más vivo que nunca

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Teatro: "Ricardo III", más vivo que nunca

22 Agosto 2021

Por Dani Mundo

Cualquier puesta en escena de una obra de William Shakespeare tiene sus riesgos y sus desafíos que Mario Moscoso, director y actor del personaje principal, Ricardo III, enfrenta y resuelve con gran maestría. El juego de luces y el ruido del infierno con el que abre la obra y el larguísimo monólogo que despliega el mal formado y jorobado duque de Gloucester nos dan la talla de lo que vamos a presenciar. Ya en ese monólogo de apertura advertimos que la obra se mantendrá bastante apegada al texto shakespeareano. Ricardo le explica al espectador sus planes, que va cumpliendo uno a uno. No sé si hay personaje literario más malvado y maquiavélico que éste, que nos aclara ahí, al comienzo de la obra, que su ansia de poder no conocerá crimen que refrene sus intereses, que seducirá a la persona que haga falta para cumplir sus deseos y que se casará con la viuda del rey que ha matado con tal de asegurar su ascenso y coronación. Las mujeres en la obra cumplen funciones muy importantes, algunas por sus dobleces, otras por su memoria.

Ricardo es un personaje despreciable, pero también muy real, que la actuación de Moscoso nos lo presenta con gran verosimilitud. Su joroba pronunciada, su pie torcido, su andar vacilante debido a la renguera, nos exponen el origen de toda esta maldad, que proviene precisamente de su malformación física, por la que la sociedad lo discrimina y hasta detesta. Gran denuncia shakespeareana de un estigma que nuestra sociedad no pudo todavía revertir. En el conde de Gloucester casi no hay ambición, no porque no esté muerto de ser de poder, sino porque es la representación casi pura del mal encarnado, que invoca su deformidad física para justificar su alma sanguinaria.

Muchas de las obras de Shakespeare son actuales, Ricardo III entre las primeras. Aquí se denuncia cómo el poder y la ambición reales están teñidas de sangre. Es una obra compleja que comienza antes de que se inicie la diégesis del relato. Dos muertes y una viuda forman parte de ese pasado fuera de escena. Y la viuda aparece varias veces y tiene discursos pesados que develan cómo todos, y no solo el chivo expiatorio, están implicados en ese rosario de traiciones y asesinatos que traman la obra. Por supuesto, ninguno se compara en inteligencia atrofiada y maldad que el héroe. Que cuando duda de sus acciones, se recuerda en un diálogo consigo mismo que en este mundo lo único que importa es el yo, que Ricardo quiere a Ricardo, cueste los amores y lazos filiales que ese amor a sí mismo cueste. La actuación de Moscoso interpela al espectador, que de hecho es un par de veces invocado como jurado de lo que está observando, o también como cómplice, como cuando al final Ricardo pronuncia la frase más famosa de la obra, y que se coló en el lenguaje popular como metáfora de salvación falsa: “Un caballo, mi reino por un caballo”. Lo pide con el brazo extendido y la voz agonizante al público. La pregunta que el espectador se hace es: si tuviéramos un caballo, y la vida de Ricardo podría servirnos para algo, ¿se lo daríamos? No es fácil lograr que el espectador sienta esta empatía con un antihéroe tan marcado. Todo un mérito.

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Una mención especial merece todo el juego de sonidos y luces que acompaña la obra y que es uno de los signos de su actualización (otro signo de actualización está al final, cuando un actor (Adrián Herrera) que interpreta un par de personajes secundarios pero importantes aparece vestido con una campera de jean afirmando que todos tal vez sean solo personajes de Shakespeare).

El tejemaneje maquiavélico no tiene consciencia, o solo tiene consciencia para cumplir con sus objetivos. Salvo en una ocasión, cuando la consciencia duerme. La puesta en escena del sueño de Ricardo la noche que antecede al día de la última batalla, es excelente: los fantasmas de sus asesinados lo acosan con un juego de luces y una apuesta corporal que vale la pena no perderse.

Después de tantos meses de pandemia, conviviendo con cientos de muertos todos los días, ir al teatro a ver Ricardo III funciona como una especie de liberación. Recordar que la maldad humana es más atroz que esta muerte injusta que nos rodea, y que el teatro da vida a deseos que son difíciles de representar por otros medios, es como una línea de fuga de un mundo concentracionario que pareciera reducir nuestra existencia a su virtualidad.

Las funciones son los sábados a las 20 h en el Teatro Del Arte Facto. Recomiendo que reserven porque la sala estaba llena, respetando todo el protocolo que impone la pandemia.