Teatro: “Pibitxs del río”, el deseo como salto
La obra parte de un hecho real: Javi, un pibe adolescente, separado por la pandemia de su compañera Yeni y su hija Lupe, entrena para cruzar el río Bermejo a nado. Ella está con su hija en Formosa. Él está en Chaco. La única forma de volver a verlas es nadando. Así de brutal. Así de concreto. Así de poético.
Un pibe entrena para cruzar a nado un río. No para competir. No por deporte. No por épica. Sino porque su compañera y su hija quedaron en la orilla de enfrente. Separadxs por la pandemia, por los cierres de frontera. Javi no tiene otro medio para verlas que su propio cuerpo. Nada más. Literalmente, nada más.
Ese es el punto de partida de Pibitxs del río, una obra que se nutre de un hecho real para construir una ficción cargada de verdad. No la verdad de los grandes titulares, ni la de los discursos que se emiten desde los centros de poder. Es otra verdad: la del territorio, la del margen, la de los cuerpos que se mueven por amor, por instinto, por necesidad. Por deseo.
Javi tiene una motito, escucha cumbia, y no hay épica construida en su entorno: hay un parlante, unas llantas, un celular, su cuerpo y el río. No fue criado para hablar en público ni para pedir permiso. Pero sí aprendió algo que no se enseña: que quedarse quieto también duele. Y que hay momentos en los que uno salta o se pudre.
Desde el psicoanálisis, el deseo no es el objeto al que se quiere llegar, sino la falta que nos empuja. Lo que nos incomoda, lo que no nos deja dormir. En Javi, el deseo no pasa por una fantasía ideal de familia. Es más crudo. Es más salvaje. Es la necesidad vital de no perder lo que ama. La angustia de no poder hacer nada. Y luego, el acto.
Pero antes del acto está el miedo. Y eso también importa. Javi le tiene miedo al Bermejo. Dice que se devora todo. Ese río no es solo un obstáculo físico. Es una amenaza. Un abismo. Un monstruo. Ese miedo, visceral, es también el miedo que todos tenemos cuando el deseo nos llama a cruzar. El miedo a ser arrasados por eso que no controlamos. Por eso que no sabemos si nos va a dejar volver.
Y sin embargo, Javi salta. Ahí la obra cobra toda la emoción posible, todo el sentido. Cuántos miedos nos dejaron en la orilla podríamos pensar.
Ese gesto, sin palabras, sin garantías, tiene una potencia política enorme. No sólo porque deja ver lo que la pandemia dejó en evidencia —las brechas, las distancias, las orillas que no se pueden cruzar—, sino porque devuelve el deseo a su estado más salvaje: ese que no se doma, que no se explica, que se lanza.

Hay algo de lo primitivo en ese impulso. Algo que no pasa por la razón, ni por la planificación que le llevó muchísimo tiempo. Es una necesidad primaria, animal, existencial. Un cuerpo que salta al río como si no hubiera otra forma posible de decir “quiero volver”. Como si todo lo demás fuera lenguaje de otro mundo.
Y lo hace desde los lugares menos pensados. Desde esos pueblos que aparecen como puntos mínimos en el mapa nacional. Desde esas voces que rara vez son escuchadas. Desde ese rincón al que casi nadie mira, pero donde alguien decide saltar.
Mientras en la capital corremos de una reunión a otra, un pibe en un pueblo del norte se juega la vida por su deseo. Y nadie lo filma. No hay cobertura. No hay trending topic.
En el escenario, no hay espectacularidad. No hace falta. Solo la narración del personaje y el río. Una historia contada con respeto, con belleza, con ritmo. Una historia que no busca convencer, sino compartir. Mostrar. Hacer sentir.
Y es ahí donde el teatro hace su trabajo más noble: permitirnos ver lo que no solemos mirar. Corrernos del centro, de lo que creemos que es “el país real”. Poner el foco en ese deseo que no se expresa con la voz, pero que arde en los cuerpos.
El teatro, entonces, hace justicia. Lo pone en escena. Le da forma, palabra y espacio. Le devuelve humanidad a una historia que podría haberse perdido en el silencio.
Pibitxs del río no es sólo una obra sobre un cruce. Es una obra sobre lo que nos cruza. Sobre las fronteras reales y simbólicas que nos separan. Sobre el deseo que insiste aunque todo parezca perdido. Y sobre ese momento en que, sin saber si se va a llegar, alguien igual decide saltar.
Porque cuando el deseo nos lleva hasta cumplir con toda nuestra vida, cuando empezamos a creer que se puede más allá del impedimento, es ahí donde surgen las imágenes posibles, las fantasías de un futuro desconocido. Y todo lo que podemos crear a través de ese deseo.
Y ahí, entre la precariedad y la ternura, entre la cumbia y el silencio, el teatro dice algo que no se puede decir de otra forma.
Dejándonos con una pregunta: vos ¿Te despojarías de todo y, por tu deseo, te animarías a saltar?

Ficha Técnica
Premio Nacional de Dramaturgia Potencia y Política 2020
Autoría: Fabián Díaz
Dirección: Iván Moschner
Actuación: Delfina Colombo
Asistencia de dirección: Daniela Lobo
Diseño de iluminación: Fernando Berreta
Diseño de espacio y vestuario: Mirella Hoijman
Diseño sonoro: Marina Baigorria
Diseño gráfico: Por H o por B
Producción: Gabo Baigorria
Prensa y difusión: Carolina Alfonso
Esta obra cuenta con el apoyo del INT y Proteatro
Funciones: jueves 21 hs.
Duración: 50 minutos
TEATRO EL GRITO
Costa Rica 5459
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