¿Qué significa leer?

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¿Qué significa leer?

06 Marzo 2022

Por Dani Mundo |​ Ilustración: Gabriela Canteros

Para Gerzo

 

“No hay nada más lindo

que un libro de papel”

Los Auténticos Decadentes

 

A ver, leer hace mal. Tuerce la columna vertebral, desgasta la vista y le infunde al alma una potencia alienante irresistible. Te hace creer que lo que no existe puede matarte.

Nuestra sociedad progre sobrevalora la lectura, cree que la lectura es buena, que es mejor leer que no leer o que mirar la tele. Hasta lo dice gente en la tele esto. En mi interpretación, en cambio, el hábito de la lectura es una de las peores cosas que le pueden agarrar a un individuo, una práctica nociva que consumimos como si fuera buena para nuestra salud y nuestro desarrollo anímico y espiritual. Ahí está la trampa. Es lógico que caigamos en ella.

LEER ES NOCIVO PARA LA SALUD MENTAL

Claro, si lo que se busca es construir un sujeto dócil, un tipo obediente que tenga disciplinados sus ojos de tal forma que siempre se muevan de izquierda a derecha y de arriba para abajo, que permanezca en silencio y concentrado durante horas, como en otro mundo (¿cuántos años llevó el disciplinamiento del cuerpo para que éste permaneciera encerrado en una fábrica durante 8, 10 o 12 horas sin reventar? El cuerpo obrero, el cuerpo oficinista), bueno, si se quiere un tipo así, en este caso por supuesto que la lectura es una de las mejores experiencias para lograrlo.

Todo el mundo se asombraba de ver al famoso San Agustín en la posición de lectura que tomaba, sentado, leyendo en silencio, reconcentrado. Pues hasta ese momento, el siglo V dC, la lectura había sido en voz alta y por lo general colectiva, así como “ir al cine” durante sus primeros años de existencia, a comienzos del siglo XX, era ir a una fiesta en la que los de la platea le gritaban e insultaban a los que estaban en la pantalla. Que se leyera en voz alta significa que era un evento social, distinto a lo que es hoy, que representa uno de los gestos más egoístas que puedan imaginarse: una persona que se aísla en su fantasía hasta tal punto que el mundo de su alrededor le resulta indiferente y se desvanece como lo que es, una realidad hecha de sueños frustrados y narcisismo.

El lector se olvida de sí mismo como no sucede en ninguna otra profesión. Solo que el otro al que se entrega no es el necesitado, el carenciado que exige una compensación por todo lo sufrido; es un otro que lo hace reír o llorar, estremecerse o asombrarse con cosas que realmente no existen. El lector es alguien crédulo y curioso, solo que lo que curiosea y en lo que cree son dramas y tragedias que desea, pero nunca ocurrieron. La realidad, obviamente, termina por no importarle. La lectura sigue siendo una experiencia privilegiada, hay que ser un privilegiado para poder leer algunas horas por día o incluso por semana.

Voy a nombrar a algunos lectores que son para mí paradigmáticos, es decir: casos donde el cumplimiento del proyecto de la sociedad lectora y alfabeta llevó a revelar su peligrosidad. Son nombres muy conocidos, hasta sobre-leídos. El primero, tal vez el más grande: Friedrich Nietzsche (me gustaría, debo confesar, que mi primer lector, mi lector modelo, fuera un personaje argentino ¿Borges? ¿Cortázar?, pero no, es alemán) Nietzsche, antes que nada, es un lector. Nietzsche inventó una forma de leer, o mejor: produjo un tipo de lector (pocos lograron esto en la historia) Él es un modelo exitoso de lector por donde se lo mire: filólogo y obsesivo. Un lector auténtico no puede no terminar como terminó él, llorando abrazado a la cabeza de un caballo, enajenándose de la realidad como un adicto. El otro lector ejemplar, por lo menos para mí, es el desdichado hidalgo Don Quijote de la Mancha, que confundía sus novelas de caballería con la vida real. La lista es larguísima. Dirán: pero igual son dos o tres o diez casos aislados en una sociedad de miles de millones de personas. OK. Pero no podrán negarme que son casos modelos en extremo.

Lo otro, como ya dije, es el sujeto disciplinado que lee en busca de información, porque se quiere “educar” o “formar”, un filisteo de la cultura, como los llamaba Arendt con desprecio: el sujeto que no conoce una experiencia que sea simplemente su propia realización, una experiencia inútil. Si hago de la lectura un instrumento para acumular conocimiento, que es como lo utiliza nuestra sociedad letrada, entonces es lo mismo que lea el libro que leer el resumen que ofrece Wikipedia, o que otro lo lea por mí y me lo resuma. Ahora bien, si la práctica de la lectura que nuestra sociedad tanto alaba consiste en lograr concentrarse hasta el punto de perder la noción de la realidad circundante, y se comience a vivir otras vidas, mucho más apasionantes que la propia, entonces la lectura es un acto lúdico y alienante. Se trataría de vivir alienados en misteriosas historias. ¿Es esto lo que está deseando nuestra sociedad?

Para mí la lectura provoca eso, te vuelve loco. Te hace huir de la realidad. El lector se vuelve un inadaptado social, alguien inútil para la sociedad, alguien que solo quiere leer y seguir leyendo sin saber por qué ni para qué lo hace. Bah, sabe bien por qué, porque no sabe hacer otra cosa. Toda lectura auténtica es un plan de evasión. Un escape. Dirán: ok, pero la televisión también lo es. Y sí: medios de evasión. Diferentes formas de representar la realidad. Ni hablar de las redes sociales y la multiplicidad de nuestra identidad. Lo que pasa es que la lectura tiene una tradición, y el espectáculo tiene otra. En la tradición del espectáculo, el cuerpo del espectador se descarga de las tensiones vociferando o sintiendo placer, mientras que la lectura es una práctica penosa, implica un gran esfuerzo corporal y de concentración, horas de estar sentado en un sillón, tomando mate y subrayando con un marcador —antes, cuando todavía creía en la lectura, subrayaba con lápiz, un material que se puede borrar en la próxima relectura. Leer te hace creer eterno, decía Borges: en principio porque te hace vivir en otro tiempo; por otro lado, porque él no había leído todavía todos los libros de su biblioteca, y en eso consistía el chiste, la promesa de que hasta que no leyera el último de los libros, y no releyera a los principales, hasta ese momento no se iba a morir: así de iluso es el lector.

Un error usual hace que se relacione la lectura con la memoria, mientras que para mí la lectura debería relacionarse con el olvido: nos olvidamos del resto de las cosas, y después nos olvidamos también de lo que leemos. He aquí la consumación de un auténtico acto inútil, sin restos. Pocas prácticas son más efímeras que la lectura.

Un lector no es alguien que lee de tanto en tanto o en vacaciones, un lector no sabe hacer otra cosa que leer. Cuando Walter Benjamin quería que lo recordaran como crítico literario, era porque lo único que sabía hacer era leer —ni una bombita de luz sabía cambiar. No están dadas las condiciones objetivas en nuestro mundo para que el lector sobreviva. Y sin embargo hay cada vez más lectores y menos lectura.

Mi encono con la lectura se consolidó cuando releí a Marshall McLuhan sin prejuicio —siempre leemos desde algún prejuicio, aunque nos autopercibamos como una tabula rasa abierta al libro. La lectura es una práctica de sometimiento. Sutil e implacable. En una sociedad analfabeta, como fue la humanidad hasta hace 200 años (ponele), el poder se concentraba en la clase letrada, una minoría poderosa. En esta sociedad, el que leía tenía una ventaja sobre el que no. Es obvio que entonces creamos que la lectura es buena. Esa estructura de poder fue hegemónica durante miles de años. Todo esto lo dijo hace rato un antropólogo francés. Pero en una sociedad sobrealfabetizada como la nuestra (hecho inédito en la historia de la humanidad), en cambio, el poder ya no es ejercido por una clase privilegiada porque puede leer, escribir y registrar. No hace falta saber leer o leer efectivamente para ejercer el poder, más bien al contrario. Hoy preferimos el audiotexto mientras caminamos alrededor de la fuente y nuestro celular cuenta los pasos que damos.

Yo empecé a leer muy tarde, a los 15 años, y eso me pesó durante toda mi vida, incluso ahora. Los que no leímos en la infancia vivimos con una cuenta pendiente. Siempre hay más y más para leer. Me gustaría aclarar que no es que no leyera porque miraba tele, porque la tele era en blanco y negro y terminaba a las 00:00. No leía porque me implicaba mucho esfuerzo, y siempre fui un tipo vago. Fue en la casa de mi novia de esa época que leí por primera vez un libro entero. Su mamá tenía una biblioteca de novelas románticas. Lo bueno de estas novelas es que te atrapan y se leen muy rápido. Tenía que esperar que el colectivo que me llevaba a la casa de mis padres (vivíamos en la provincia) retomara su recorrido, a las 5:30 am. Me quedaba en el living leyendo mientras todos en la casa dormían, incluida mi novia. Mi papá no había terminado la escuela primaria y mi mamá no llegó al segundo año del secundario. En mi casa los libros estaban sobrevalorados, pero porque no los conocían. No conocían su poder subliminar, su atracción fatal, su placer enfermizo.

La lectura me permite evadirme de todo, menos de una cosa. Cuando llega el dolor, ahí se acaba su poder alucinante .