¿Qué le vieron a La Casa de Papel?

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¿Qué le vieron a La Casa de Papel?

27 Mayo 2018

Por Elías Alejandro Fernández

 

La Casa de Papel se estrenó en el año 2017 a través de la plataforma de streaming Netflix y su segunda temporada está disponible desde el día seis de abril en nuestro país. Es, en estos días, la serie de habla hispana más exitosa del mundo. Pero tal como sucede con producciones que alcanzan este nivel de difusión, la tira ha recibido tantos elogios como críticas, homenajes y el rechazo de personas que ni siquiera se plantean ver un primer capítulo.
Pero ¿de dónde viene este éxito? Intentaremos develarlo.

 

Resumen de contratapa


La serie está basada en una premisa muy interesante: un grupo de ocho personas (quienes eligen cada una el nombre de una ciudad para proteger su identidad tras tal seudónimo) es convocado por un hombre con pinta de intelectual –quien se hace llamar El Profesor- para organizar un robo a la Casa de la Moneda española. El Profesor ya cuenta con un despliegue de recursos metódicamente elaborados, puesto que viene planificando este golpe desde hace muchos años. La síntesis del plan es ingresar a la institución con un arsenal de armas y explosivos, fingir un robo común y engañar a la policía usando como fachada una toma de rehenes mientras pasan los siguientes días imprimiendo billetes y desarrollando artimañas para ganar la simpatía de la opinión pública.
Conflictos del siglo XXI resueltos como en el siglo XX.


La Casa de Papel tiene todos los elementos que necesita hoy día una tira para ser popular. Tiene mucha acción, tiene romance (mucho más del que conviene a un plan que requiere tal grado de meticulosidad, pero bueno, es una ficción), giros argumentales, tiene humor y una propuesta crítica frente al accionar de los gobiernos contemporáneos que imprimieron papel moneda para salvar a los bancos durante los picos de crisis dejando de lado las necesidades del pueblo. Las actuaciones son francamente buenas, los giros argumentales son muy entretenidos y el elenco seleccionado a conciencia. 
Su punto flojo es el guión, que si  bien plantea situaciones muy interesantes, hace agua en varios puntos. Los capítulos están hechos para ser consumidos uno tras otro tras otro tras otro en reproducción automática, como plan de fin de semana, como cita que, si sale mal, compensará (o provocará) la falta de sexo con unas cuantas horas de acción, emoción y giros argumentales predecibles durante la primera temporada e inverosímiles durante la segunda.
Sin embargo, lo más destacable es el rol de Terrorista Financiero que encarna El Profesor. La crisis de 2008 se llevó vidas y sueños, pero sobre todo se llevó el imaginario de bienestar que la unión europea había sabido construir. La especulación financiera, que infló una burbuja de acciones inmobiliarias hasta el momento de su explosión, no fue castigada como hubiera pasado a principios del siglo pasado, sino perdonada gracias a seguros contra quiebra y, sobre todo, una masiva inyección de dinero impreso para la ocasión a los bancos.
El profesor es un intelectual renegado. Uno como vimos en nuestro propio país durante el año 2002: Mario Santos. El líder de "Los Simuladores". No, no es un plagio. Son hermanos de contexto. Unidos por la crisis. Sus historias son muy parecidas, pero es que más de uno debe haber vivido una historia familiar como la de ellos durante alguna crisis financiera. Una historia familiar traumática, una relación de admiración melancólica con su padre, la muerte de éste por culpa indirecta pero relativa a la corrupción y las injusticias provocadas por el sistema financiero. 

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También es importante remarcar su maternidad en Netflix, plataforma que todavía goza de buena reputación y de los beneficios que da ser una propuesta innovadora que "escucha" desde las sombras a sus usuarios. Así que La Casa de Papel plantea conflictos que están hoy día en boca de todos. El aborto, la violencia doméstica, el abuso por parte de la policía y los servicios de inteligencia, la figura del delincuente como un Robin Hood para quien la norma más importante es preservar la integridad de los rehenes, de su equipo y de sus oponentes. ¿Y qué hace con estos conflictos? Los resuelve de forma conservadora.

 

Astutamente la serie gobierna para todos. Y todas.


La delincuencia es el contexto del que vienen los personajes y al que los principales no querrían regresar. Esto corre al menos para Tokio, Rio, Nairobi, Moscú y Denver. De izquierda a derecha respectivamente: una joven delincuente abandonada por su madre, un hacker de veinte años sin antecedentes, una madre soltera que perdió a su hijo por abusar de los estupefacientes, un  delincuente retirado que busca lo mejor para su hijo y su hijo, un joven fiestero estereotípico que es presentado como violento pero resulta ser buen pibe. Berlín en cambio es un psicópata sin empatía, de esos que nos encanta ver en la pantalla y que meten más miedo que un monstruo de película de terror. El líder del grupo, tan metido en su salsa que toma todo el asalto como la gestión de una idea filosófica. Cercanos y entrañables, personas con las que podemos empatizar. Y luego están los “soldados” Oslo y Helsinki, dos gigantes de Europa del este curtidos en la guerra, que participan como mano de obra bruta y silenciosa. Tan faltos de voz que el más callado de ellos es el primero en morir durante una tira que todo el tiempo nos amaga con matar personajes. Cortos de palabras como los serbios, expertos a la hora de asaltar una camioneta de la policía para liberar a Tokio. Los remordimientos parecen ser un privilegio local. Y la dicotomización de la mano de obra manual/intelectual se reproduce en el crimen al igual que en todas las demás industrias.
La Casa de Papel ilustra que ser mujer es muy difícil. Sobre todo cuando los guionistas malentienden su propia moralina. En un momento Nairobi toma control del operativo anunciando que “empieza el matriarcado”. La escena cierra el capítulo, se convierte en GIF y llena las redes sociales de inmediato. Pareciera que en la Casa de Papel la mujer puede ser valiente, fuerte, emprendedora, pero dicho matriarcado dura medio capítulo hasta que Nairobi colapsa por culpa de sus buenas intenciones. Incluso Raquel debe ceder participación a su ex marido, hacia quien tiene una orden de alejamiento. Por otro lado, la homosexualidad puede solaparse un poco oculta en algún alivio cómico a través de Helsinki, ese “Oso” de Europa del Este, o a través de la siempre efectiva lesbianización de algún personaje, en este caso, Tokio.

 

Menciones, con mucha fuerza narrativa, sobre el tema del aborto. ¿Qué dice del aborto? 

La serie nos pone en la mesa que su posibilidad existe. Una de las rehenes, amante del gerente de la fábrica, pide una pastilla para abortar. Nairobi encarna la voz de la mujer libre que le pregunta “y qué piensas hacer” y responde a su “abortar” con una pequeña afirmación de cabeza y una mirada cómplice. Por lo que entre los pedidos que se le hacen a la policía, está “una píldora para abortar”. Ni se te ocurra decir “misoprostol”, se llama “píldora para abortar” y es todo lo que el público necesita saber. Pero tranquilos, televidentes. El conflicto lo resuelve el guión. Denver se le acerca y le dice “a mí eso de abortar no me parece”. Después ocurre una serie de enredos que finalizan con ellos viviendo un romance arquetípicamente transclasista. En medio ella decide no abortar. Porque el tema se hizo viejo. Igual el niño ya tiene un padre sustituto, así que todos tranquilos. A seguir con el atraco. Ni hizo falta resolver el dilema.

 


Argentina ama La Casa de Papel


¿Y por qué pega tan fuerte esta serie en nuestro país? Podemos aventurar que Argentina vive un escenario de pre-crisis con reminiscencias de la última explosión. Diciembre de 2001, las postales tremendistas de la policía montada desalojando la Plaza de mayo a pesar de una orden judicial, los vallados en torno a los bancos y el corralito: ese mecanismo de salvaguarda financiera que se suma a la larga lista de orgullos argentinos esporádicos como el dulce de leche, la birome, las películas porno, el bypass y la picana. Desde los años 70’ la libre flotación de las monedas, asentó una nueva forma de producción de ganancias, no así una forma de producción de valor. Los juegos financieros ocurrían en el cielo productivo como batallas encarnadas por demiurgos de saco y corbata que reflejaban extrañísimas auroras boreales. Hoy esto no ocurre. Se incita, de hecho, a los ahorristas a convertirse en pequeños entrepreneurs. "Maratonistas de las 3 PM". Nunca en la historia Argentina se han de haber dado tantas aperturas de cuentas comitentes como en estos dos últimos años. El gobierno llama a licitar Lebacs. A ser pequeños accionistas del Estado, mientras la inversión P.Y.M.E muere estrangulada o bien deja caer los brazos. Y la casa de papel se suma a un montón de ficciones que entienden a la distopía como un momento cercano, inmanente, de futuro próximo. Como Black Mirror. Construye héroes y heroínas punk, anarquistas cotidianos, que entienden al sistema financiero como el verdadero enemigo. Otro ejemplo es Mr. Robot. Como todas aquellas personas que adoptan Bella Ciao, canción de los partisanos durante la segunda guerra mundial, como símbolo pop de la resistencia.
Y los personajes secundarios de La Casa de Papel son víctimas de la misma ocasión. A tal punto que se busca presentar a Arturo, quien hace cuarenta años hubiera sido un intento de héroe, como el sujeto irritante que al intentar salvar a los rehenes termina por exasperar al público; ya que perjudica las cosas para sí mismo, para los demás y para nuestros antihéroes. Es que las crisis parecen crear tiras con un espíritu conservadoramente anarquista. En contextos de crisis, la vida cotidiana se defiende contra los factores que la presionan e invisibilizan y se revela y rebela contra los gobiernos y los poderes económicos.  Contra aquellos que jugaron sus cartas a favor de los gigantes comerciales y de la rentabilidad de los bancos sin volcar un peso a quien realmente lo necesitaba: el pueblo.
Por fin el crimen hace justicia. A través del amor, como pasa en nuestras narrativas. Raquel y El Profesor se enamoran. Ella deja de colaborar con ese ambiente represivo que atenta contra el pueblo y además encubre la violencia de su ex marido por tener un cargo alto. Si no triunfa el amor, no parecemos entender que también triunfan ya no los justicieros, sino los buenos.
En fin. ¿La pasé bien mirando La Casa de Papel? Sí. Es lo que necesitaba ese fin de semana largo, enfermo y con ganas de ver algo emocionante, ligero, que canalice un poco nuestra bronca hacia el sistema. Es tal vez la serie que nos alcanza para popularizar. Puede que a pesar de su conservadurismo políticamente correcto despierte algo que mueva un poco los engranajes de la utopía, herrumbados desde los años 90'. Lo que tengo claro es que se trata de una serie para salir del paso. Como todas las series.