Menem, la serie: hacer política desacreditando a la política

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Menem, la serie: hacer política desacreditando a la política

14 Julio 2025

La nueva serie emitida por Prime Video que pretende sumarse a las actuales recurrentes biopics sobre determinadas figuras (algunas más relevantes que otras) son muestras claras de un recurso audiovisual sobreexplotado pero que se sostiene por la aceptación pochoclera del público. Evidentemente recurrente y excedido de exploraciones simplistas pero efectivas, Menem entra en la extensa nómina de series más o menos logradas como las de Sandro, Maradona o Coppola. La disputa entre ellas es ver cuál será más o menos intrascendente a lo largo del tiempo.

En ese sentido, la serie Menem creada por Mariano Varela, dirigida por Ariel Winograd y guionizada principalmente por Mariana Levy no deja de ser una ficción inspirada sobre algunos hechos reales que cumple con su objetivo: entretener pasajeramente. Sin embargo, la liviandad del guión y la trama que envuelve la biografía de una de las figuras políticas más importantes de las últimas décadas del pasado siglo solo puede resultar funcional a los resueltos votantes cautivos del desgobierno actual que permanecen convencidos que apoyan al libertario porque están en contra de la política partidaria: la “casta”.

Quien escribe esto reconoce que aún no terminó de ver lo que sería la primera temporada de la serie pero como diría el Gitano: “un botón basta de muestra, y los demás a la camisa”. El primer capítulo es una ficción exageradamente romántica de los momentos previos a la consagración de Menem como presidente de los argentinos.

La historia del primer capítulo transcurre en la provincia de La Rioja. Está relatada por un personaje ficticio representado por Juan Minujín que se convierte en la trama en el fotógrafo de campaña y luego de la Presidencia. Dicho personaje es el encargado en romper la cuarta pared siendo el confidente entre la historia y el público. Lo curioso es que en muchas intervenciones sus comentarios pretenden jugar entre la ironía y el desparpajo sin cumplir ningún cometido: el argumento de Menem es tan banal que no necesita de intermediarios y menos de esos comentarios absurdos que lo convierten a Minujín en una extraña mezcla de Deadpool con Pancho Ibañez cuando promocionaba los yogures descremados. Dicho personaje de Minujín llamado Olegario Salas es una figura que podría representar al futuro votante de Menem: no lo quiere, sabe que lo va estafar, no le cree una palabra pero va a sucumbir de todos modos ante sus encantos. Salas no se reconoce peronista, nunca parece mostrarse de acuerdo simpatizante de partido alguno aunque Menem (interpretado magistralmente por Leonardo Sbaraglia) enseguida le saca la ficha: “vos sos radical”. Y Salas, como todo radical fiel al clásico marxismo de los groucho, trasviste sus principios ante la oportunidad de alcanzar el reconocimiento de su profesión y sacar a su familia del pozo. Aquella opción que toma uno de los principales personajes de la serie no deja de ser una moraleja que parece arrojar la serie: que el fin justifica los medios. En ese sentido, la lógica no está muy alejada de la exacerbada alegoría libertaria de la serie protagonizada por Francella llamada “El encargado”. Ambas se resumen en el meme de Guido Kacska: “Está mal, pero no tan mal”. En Menem todo es relativo, tal es así que la moral del presidente peronista termina siendo irrelevante como todas sus decisiones.

Lo cierto es que Menem, como parece representarse en la serie, no era Milei ni ningún outsider payasesco que llega a convertirse en la investidura máxima. Menem era gobernador de La Rioja desde 1973; había sido uno de los dirigentes que estuvieron detenidos contra su voluntad por las Fuerzas Armadas durante la última dictadura y era una de las voces disidentes del gobierno alfonsinista contrario a su contrincante de las internas presidenciales, Antonio Cafiero de perfil más conciliador y convertido como la figura principal de la renovación partidaria.

En el primer capítulo de la biopic, Menem se encuentra ante una previsible derrota (y aplastante) en las internas partidarias para la fórmula presidencial. La dupla Cafiero- De la Sota tenía la aceptación de los afiliados y de la cúpula dirigencial, sumado el aval de los gobernadores peronistas. ¿Cómo lo da vuelta? A fuerza de carisma. La historia que transmite la serie demuestra que con solo un voluntarismo romántico, demostrando un look caudillesco que contrastaba al acartonamiento cafierista, Menem lo daba vuelta con un simple puerta a puerta. Haciendo una gira que hacia base en Buenos Aires y de ahí visitaba los principales núcleos urbanos con su “menemóvil”. Con solo eso fue suficiente para dar vuelta la taba y luego convertirse en el futuro presidente de los argentinos. Casi nada. Ni Perón la tuvo tan fácil en comparación a como la cuenta la serie.

En la trama, Duhalde (su compañero de fórmula) el que le daba la llave de acceso para disputarle cabeza a cabeza a Cafiero los votos de la Provincia de Buenos Aires ni figura, ni se nombra. Solo lo acompañan en el micro al riojano, cuatro personajes de su entorno provincial, ficticios y hasta exagerados (sus caracterizaciones y las anécdotas bizarras que trascurren en la gira a bordo del menemóvil los hace parecer a Menem y su entorno como un spinup de Brigada Z)

Es cierto que Cafiero contaba con los recursos que podía obtener de su condición de presidente del partido y por su trayectoria que lo constituía como un histórico del movimiento, ideal para el trasvasamiento que se propugnaba. Sin embargo, la realidad es que la Renovación que representaba Cafiero nunca terminó de cuajar y fortalecerse, ni discursivamente ni orgánicamente. Aprovechando esas debilidades, Menem fue tejiendo apoyos, incorporando a su causa a todos aquellos que habían sido arrinconados por el avance renovador, pero que todavía conservaban una cuota de poder nada desdeñable. Como se indicó en numerosos estudios históricos, hacia 1987, Menem se sentía ya lo suficientemente respaldado como para hacer frente a Cafiero.

Un artículo de Joaquín Baeza Belda resulta certero en la conclusión:

(…) lo que queríamos demostrar es que Menem ganó en 1988 con algo más que con su carisma personal. El riojano fue sumamente hábil a la hora de moverse por el conflictivo y difícil escenario peronista de los 80, apoyando a Alfonsín en su mejor momento, siendo uno de los referentes renovadores en los orígenes de esa línea y apartándose de ella cuando intuyó sus inconsistencias y el enorme espacio y capital político (como vimos, todavía muy vivo) que dejaba tras de sí. Estos apoyos de parte de sindicalistas, ortodoxos y de otros grupos, por muy heterogéneos que fueran, se mostraron claves para entender la victoria menemista de 1988”.

Es claro que la respuesta que puede surgir ante estas observaciones es que, después de todo, se trata de una serie que pretende entretener más que interiorizar y/ o recurrir al uso de la memoria histórica. No deja de ser un desperdicio, de todos modos, que ante las similitudes que surgen en relación con el gobierno actual la serie Menem apele a sólo destacarlo al riojano como un pintoresco personaje que puede ser amado u odiado pero que, en definitiva, lo que demuestra la trama es que a él “no le quedaba otra” que rematar el país a la espera que le explote la bomba de la crisis a otro.