La búsqueda del tono, por Camilo Sánchez

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La búsqueda del tono, por Camilo Sánchez

04 Agosto 2019

Por Raúl Haurat

Camilo Sánchez es escritor, periodista y autor de las novelas “La viuda de los Van Gogh” y “La Feliz” (Edhasa). En diálogo con AGENCIA PACO URONDO y el blog “De Rastrón” desmitificó los rituales al momento de escribir. Además, reflexionó sobre el proceso creativo y la construcción de su obra literaria. Recorrió su trayectoria desde la revista Billiken hasta su paso por el diario Página/12.

“Cuando un tipo de ochenta años se va acercando a la brecha, 

la muerte deja de ser una metáfora para más adelante”

APU: ¿Tenés algún ritual al momento de escribir?

CS: No, cómo yo vengo del periodismo, el ritual es cerrar. No me parece que puedas tener muchos rituales en la escritura si no los tenes afuera. Se idealiza mucho la escritura. No me parece un sitio sagrado. Me parece un sitio sagrado la vida. Habitualmente estoy escribiendo, editando o leyendo con un cuaderno al lado. No es que tengo que predisponerme con cierta ritualidad para ninguna de las tres cosas. Simplemente apago el mundo y marcha. Para poder apagar el mundo tenes que tenerlo bastante encendido el resto del tiempo que no escribís, ni editas ni lees.

APU: Hay una idea al momento de escribir de poner música, prender velas…

CS: Hay que prender velas para cenar con tus amores.

APU: Eso también responde con qué frecuencia escribís.

CS: Si, en realidad, yo vivo de la escritura. Desde los dieciocho años que comencé como cadete de redacción de la Revista Billiken, que ya empezaba a escribir, hasta ahora. Es lo mismo.

APU: ¿Hay una diferencia al momento de escribir periodismo o un relato?

CS: No hago diferencia entre escribir periodismo, un relato, una novela o un poema. Tuve maestros como (Miguel) Briante, Tomas Eloy Martínez y Diana Bellesi. No es que (ellos) se ponían: “ahora voy a escribir un poema. Ahora escribo una nota para cerrar.”

APU: No diferenciaban entre géneros al momento de escribir.

CS: No. Es ponerse. Lo que no puedo es escribir a medias, ni leer a media. ¿No sé cómo hay gente que lee para dormirse? A mí me despabila. Leer para mí es como laburar. Es intervenir el texto.

APU: Al momento de leer poesía, ¿volvés a los clásicos o hay algún poeta contemporáneo que te haya vislumbrado últimamente?

CS: Hoy escribí algo sobre Enrique Molina, que fue una contratapa de Página/12 del ´89 que la rearmé. Ese fue un poeta, de los que conocí, que marcó pautas. Después está lleno de buenas mujeres que escriben: Diana Bellessi, Irene Gruss, Susana Villalba, Silvina Sazunic. En la poesía lees tres poemas y ya está. Hay que encontrarlos. Vos tenes un libro de poemas y por ahí hay tres o cuatro poemas que te hacen estallar. Un libro puede darte la clave para algo que te está inquietando de este momento, o una llave para la felicidad eterna.

APU: Publicaste dos novelas. ¿En qué te inspiraste para escribir “La viuda de los Van Gogh” y “La Feliz”?

CS: En realidad la línea de acción de las novelas, en el caso de “La viuda de los Van Gogh” fue lo que sucedió con los cuadros de Van Gogh después de su muerte. Vincent vende dos cuadros en su vida, y a los dos años y medio ya está en el panorama de Amsterdam. Teo, su hermano se muere a los seis meses. Entonces la pregunta es ¿cómo alguien que no había vendido cuadros, llego al lugar ese? Después es tirar de una cuerda y tener la suerte que tuve de encontrar un personaje que no se me hubiese ocurrido jamás de hacerlo ficción: feminista, Siglo lXX, poeta, especialista Percy Shelley, que se queda viuda, con un hijo de un año y tres meses. Ella es la recopiladora y editora de las cartas a Teo.

APU: Está la mirada del escritor, también la mirada de periodista. ¿Tuviste que hacer un trabajo de investigación buscando diarios de la época?

CS: Sí. Cuando uno está lanzado va buscando esqueletos donde apoyarse. En cambio en el otro no, “La Feliz” es el verano del 88 en Mar del Plata donde el mejor boxeador de la historia argentina se convierte en un femicida, y el mayor humorista de la historia argentina se cae de un piso 11, el mismo verano, siendo amigos. Estando en contacto. Dije “acá también hay una novela”. Lo había cubierto para Pagina/12. Me habían mandado a cubrir el asesinato de Monzón. Ahí lo que hice fue esperar el tiempo correcto para que fluyera. Cuando apareció el tono lo seguí.

APU: Nombraste el tono. En tu descripción de “La Feliz” uno encuentra imágenes poéticas que aparecen en el final de algunos capítulos. Pintás una Mar del Plata propia, muy particular. ¿Cuánto influenció haber nacido en la Ciudad?

CS: Estaba el Campeón, el Claun, el Langa (el nexo entre los dos) y Mar del Plata es el cuarto personaje de la historia que apareció mientras escribía. Fue tomando corporalidad. Era mi ciudad también. La verdad que ser al mismo tiempo un nacido y criado ahí hasta los dieciocho años y enviado especial a tu ciudad es algo que no a todo el mundo le pasa. Eso me dio una doble mirada interesante.

APU: Encontraste dos historias sobre personajes tan fuertes como Van Gogh, Olmedo y Monzón con la mirada puesta en una viuda y en una ciudad. ¿Fue pensado así?

CS: Vuelvo a la primera pregunta. El único ritual que hay que tener para escribir es empezar. Cuando empezás los melones se acomodan. (Ricardo) Piglia decía “vos narrá, narrá que después aparece una línea de pensamiento propio”. El único ritual sería ese. Largarse y confiar que por ahí en el tercer párrafo encontraste algo del tono, de la música.

APU: ¿Qué es el tono?

CS: Cuando vos sentís que vas, que vas, que vas… No es mucho más. Entraste en una música. El movimiento se muestra andando.

APU: ¿En qué estás trabajando ahora?

CS: Armé un sello operativo donde cada uno es dueño de sus libros que se llama “El Bien del Sauce”. Ya sacamos catorce libros. Lo que tengo terminado es una especie de monólogo teatral con un narrador en escena que se llama “Un camino de brasas”. La línea de acción es una mujer esperando a su hija a la que va a dejar su departamento en vida. Es una reflexión sobre la vejez apasionada.

APU: ¿Por qué titulaste el monólogo “Un camino de brasas”?

Hay un poema de Saint-John Perse que habla a la vejez: “Vejez, me mentías. Eres un camino de brasas y no un reguero de cenizas” Perse a los ochenta estaba vivo.

APU: Enrique Molina en el final encontró el tono que el poeta busca toda su vida. ¿Perse lo encontró?

CS: Sabiendo que cada instante cuenta, hay que subirse y no bajarse. Cuando llegas a un momento que se apaga el diálogo interno, el momento donde estás haciendo las cosas y decís: no me muevo más de acá. Ahí hay que tratar de quedarse el mayor tiempo posible.

APU: Para terminar me vino la imagen de la pincelada de Van Gogh y La Feliz. El momento donde el surfer logra subir a la cresta de una ola. ¿Ese es el momento donde uno debería estar el mayor tiempo posible?

Sí. Hay un texto de (Guillermo) Saccomanno que habla del ser en el momento que se estabiliza la tabla. Ese viaje es como el haiku que dice “es lo que está pasando frente a mis ojos ahora” y no es otra cosa. Tal vez sea el único tema que tengamos. Por eso cuando un tipo de ochenta años como Molina, o la mujer de mi obra “Un camino de brasas” se va acercando a la brecha. La muerte deja de ser una metáfora para más adelante. Es la letra chica del contrato más cerca y ahí hay que seguir jugando con altura y con gracia.