Entre La Higuera y Quebracho Herrado II

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Entre La Higuera y Quebracho Herrado II

10 Mayo 2020

por Rodolfo Cifarelli

 

El asesinato de Guevara en La Higuera, en octubre de 1967, reafirma para Sábato una de sus ideas centrales: las decisiones políticas de los hombres forman parte de una lucha axiomática que corre "debajo" de la Historia. Por esto dice (y acierta) que Guevara permanecerá como una fusión de Quijote y Cristo. La Higuera reemplaza ahora a Quebracho Herrado; y Guevara, como Lavalle, es la emanación de una forma pura que surge de una trascendencia que da sentido a vivir, pelear y morir en una Historia humana. Sobre el contenido político de la circunstancia histórica se impone la "forma pura". Sábato explicita su posición en el homenaje póstumo a Guevara realizado en la Universidad de París en noviembre de 1967:

 

«Así, pues, y cualesquiera hayan sido sus propias ilusiones o teorías sobre la preeminencia de los factores económicos en la historia, creo que la lucha de Guevara contra los Estados Unidos ha sido la lucha del Espíritu contra la Materia.»

 

Abaddón el Exterminador (1973) cierra el ciclo novelístico recuperando a los personajes de SHyT, introduciéndose Sábato como un personaje más entre ellos.

 

«(…) en la misma calidad que los otros, que sin embargo salen de su propia alma. Como un sujeto enloquecido que conviviera con sus propios desdoblamientos. Pero no por espíritu acrobático, Dios me libre, sino para ver si así podemos penetrar más en ese gran misterio.»

 

También incorpora su correspondencia con un extravagante lector real, Jorge Ledesma, y vuelve a exponer su ars poética, a la manera de las cartas de Rilke al joven poeta Franz Xaver Kappus, con un conjunto de textos dirigidos a un hipotético joven escritor. Las dos líneas que ya estructuraban la narración en SHyT se repiten exasperadas en Abaddón: la exotérica y la esotérica. En la primera, el personaje de Marcelo Carranza, un joven revolucionario, mix de Guevara y del Martín de SHyT, es el hilo que permite urdir el drama histórico de Latinoamérica a la situación nacional, además de vehiculizar los debates sobre las oblicuas relaciones entre arte y revolución y entre violencia y moral, en los que participa el Sábato personaje. Carranza escucha la tragedia de los últimos días de Guevara y su grupo en la selva boliviana, de boca de Palito, un tucumano (sic) sobreviviente del grupo. En verdad, Sábato le hace escuchar a Carranza y a la generación de Carranza su propio futuro: la persecución, la tortura y la muerte. Pero esto, paradójicamente, no invalida la lucha armada. Frente a los guerrilleros inmolados, réplicas del arquetipo Guevara, el Sábato personaje alega que el objetivo de la lucha no es tanto la revolución sino el sentido de la existencia. Es una forma ambigua de admitir que esa violencia, que ya no es la de nuestras guerras civiles, se justifica sobre un trasfondo de explotación con un valor indiscutible: la búsqueda del "hombre nuevo".

 

«Nuestra civilización está enferma. No sólo hay explotación y miseria: hay miseria espiritual, Marcelo. Y yo estoy seguro de que vos tenés que estar de acuerdo conmigo. No se trata de conseguir heladeras eléctricas para todo el mundo. Se trata de crear un ser humano de verdad.»

En la segunda línea retornan las tinieblas con el doctor Gandulfo, poseedor de una teogonía para la cual Satanás es el amo del mundo; el doctor Schnitzler y su contrafigura fantasmal, el ominoso Schneider, relacionado con el misticismo nazi. Estos son los "locos" de Sábato, no potenciales revolucionarios como en Arlt, sino deambuladores en un inframundo donde, otra vez, combaten el bien y el mal.

 

«Ambos, como si todo eso fuera poco, podían venir de alguna región entre Baviera y Austria, los dos resultaban un poco grotescos y menospreciaban igualmente a las mujeres. Pero mientras Schneider era evidentemente un agente de las tinieblas, Schnitzler defendía la ciencia racional.»

 

Pero el maniqueísmo de Sábato no es tan rígido como usualmente se creyó y se cree, y tiene sus vueltas dialécticas porque, fatalmente, el arte viene del mal. Es la lección irrefutable del Conde de Lautréamont. Así, la autenticidad de toda creación artística solo está garantizada si el artista, a pesar de la angustia que esto le provoca, se entrega a las potencias nocturnas. A Schnitzler y Schneider se les debe sumar el todavía más enigmático R., un Mefistófeles que fuerza a Sábato a una suerte de pacto fáustico.

 

«Bastaría decir que fue él quien me forzó a abandonar la ciencia, hecho para casi todos sorprendente y sobre el cual me he visto obligado a dar innumerables, reiteradas (e inútiles) explicaciones. He dicho, sobre todo, que en HOMBRES Y ENGRANAJES está la más completa explicación espiritual y filosófica de ese abandono. Pero también he afirmado mil veces que el hombre no es algo explicable y que, en todo caso, sus secretos hay que indagarlos no en sus razones sino en sus sueños y delirios. Ese intruso fue también el que me forzó a escribir ficciones, y bajo su maléfica influencia empecé a redactar en aquel período de 1938, en París, LA FUENTE MUDA.»

 

Como el Golem de Meyrink, el enigmático R. puede ser un doble del alma.

 

«Aparté mis ojos, esperando que mi gesto lo disuadiría de su actitud. Pero, ya porque no lo pudiese evitar, ya porque sentía su penetrante mirada clavada en mí, tuve que volver a encontrarme con sus ojos. Me pareció alguien vagamente conocido: era de mi misma edad (somos gemelos astrales, me comentaría después, en más de una ocasión, con aquella risa seca que helaba la sangre) y todo en él sugería un gran ave de rapiña, un gran halcón nocturno (y, en efecto, nunca lo vería sino en la soledad y las tinieblas).»

 

Hay una zona de la producción sabatiana en la que se ha dejado de reparar: sus ensayos. Nos ocuparemos aquí brevemente sólo de dos de ellos. Hombres y engranajes (1951) está escrito con la voz de un ex físico que brama contra el cientificismo y la entronización de la razón y del dinero, pero también con el resentimiento de un ex comunista que el curso que ha tomado el progreso científico lleva paradojalmente a la imposibilidad del comunismo. El hombre fue alienado por un dominio que tanto el capitalismo como el comunismo lanzaron como una red de acero sobre el planeta. Los dos sistemas, en el fondo positivistas y materialistas, trabajan bajo cuerda con el mismo fin: la opresión del individuo.

 

«La masificación suprime los deseos individuales, porque el Su­perestado necesita hombres-cosas intercambiables, como repuestos de una maquinaria. Y, en el mejor de los casos, permitirá los deseos colectivizados, la masificación de los instintos: construirá gigantes­cos estadios y hará volcar semanalmente los instintos de la masa en un solo haz, con sincrónica regularidad.»

 

La ciencia y la técnica están a la cabeza de la destrucción de lo humano. Ambas son parte de una misma maquinación sin sujeto. La pastoral de la modernidad ha devenido en prólogo del apocalipsis.

 

«Pero así como la máquina empezó a liberarse del hombre y a en­frentarse a él, convirtiéndose en un monstruo anónimo y ajeno al alma humana, la ciencia se fue convirtiendo en un frígido y deshumanizado laberinto de símbolos.»

 

Ante este estado de cosas, el arte tiene la misión de rescate del individuo. Es una lucha contra la abstracción y su derivado político, la masificación. Esta es la dialéctica oculta de la Historia: una tensión entre las fuerzas que quieren hacer de los hombres meros engranajes y las fuerzas que intentan liberarlo de esa dialéctica fatal. Así, el diagnóstico de Sábato guarda un significado político muy evidente, deudor de Orwell y Huxley. El capitalismo y el comunismo estalinista no sólo no dieron una respuesta "humana" a los problemas del hombre, lo han dominado desatando los demonios del avance técnico-científico. ¿Y entonces?

 

Publicado en 1951, y aun sin nombrar ni aludir en una sola línea al peronismo, la crítica a los dos grandes sistemas dominantes emergentes después de 1945 habilita a pensar Hombres y Engranajes como un texto alineado con una de las premisas nucleares de La Comunidad Organizada de Perón, publicado por primera vez en 1949, con una edición aumentada y definitiva en 1950. Mediante una argumentación distinta, viendo a la filosofía como un itinerario de evolución dialéctica, LCO provee la misma conclusión de HyE. Tanto el capitalismo como el comunismo "insectificaron" a los individuos, por lo que se hace imperioso realizar una comunidad donde "el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa".

 

El escritor y sus fantasmas (1963) se compone de fragmentos que exponen su ars poética, junto a un autorreportaje y una selección de citas de sus escritores preferidos. La tesis central de El Escritor es que la ficción es una franja sagrada de conjuro que, como el resto del arte, responde a la necesidad que tiene un individuo de expurgar, como en la tragedia antigua, sus demonios. Los artistas que valen son los que gritan un nuevo evangelio.

 

«(…) ni Hawthorne, ni Melville ni Faulkner son explicables sin la impronta de la religión protestante y del pensamiento bíblico, aunque ellos no hayan sido creyentes o militantes en el sentido estricto, y es precisamente esa impronta en sus espíritus lo que da grandeza y trascendencia a sus novelas, que por eso sobrepasan la jerarquía de la simple narración; son sus grandes y desgarradores dilemas acerca del bien y del mal, de la fatalidad y el libre albedrío que esas viejas religiones plantean y que recobran su fulgurante grandeza a través de las criaturas novelescas de esos artistas (…)»

 

Es una tesis discutible en muchos sentidos, desde ya, pero en sus mejores momentos El escritor es un digesto más franco y cabal sobre el arte de escribir que la cantidad de vulgatas presuntuosas hechas en base al copy & paste de un tallerismo que simplifica tanto a Carver como a Borges: la literatura como aprendizaje grupal del individualismo, la literatura como escape de la realidad en busca de una empatía no conflictiva con el lector, la literatura como rivotril.

 

Tras su intervención como presidente de la CONADEP, cuyo trabajo fue impecable en la recopilación de casos y en la revelación final de los mecanismos del terrorismo de estado, a pesar del infausto prólogo del informe que suscribía la teoría de los demonios (otra muestra de su "moral del equilibrio" que neutralizaba los "extremismos", revalidando un centro abstracto), Sábato comenzó a disolverse en el aire. En ese prólogo, corregido en 2006, la lucha armada que para el Sábato de 1973 era una vía más hacia el sentido de la existencia, en 1984 quedaba cristalizada como un segundo terrorismo a exorcizar. Luego el mundo se volvió más "normal", ya no hubo cortina de hierro y las nuevas guerras y los nuevos gulags pasaron a ser monitoreados por la ONU bajo la égida de los EEUU.

 

Para los que resucitan con frecuencia el almuerzo de Sábato con el dictador Videla en mayo de 1976, como si fuera lo único que hizo en su vida, vale evocar que la primera solicitada pidiendo a la dictadura esclarecimiento sobre la situación de los desaparecidos, publicada en 1980 fue firmada, entre otros, por Sábato y Borges, que también concurrió al triste almuerzo. Las relaciones de los intelectuales y los artistas con el poder están a años luz de ser idílicas novelas protagonizadas por damas y caballeros irreprochables. Los nueve meses de Heidegger como rector de la Universidad de Friburgo durante el nazismo y su silencio posterior sobre el Holocausto o las decenas de artículos en los que Sartre defendió al estalinismo son grandes ejemplos, por la grandeza de sus actores, en el haber de la ignominia. Y más cerca en el tiempo y la geografía, omitamos, por simple decoro, a quienes entre nosotros, estuvieron en las nóminas del diario vocero de la Marina, Convicción (1978-1983), cuyo dueño era el ex almirante Massera, y de la revista Vigencia (en su segunda época, 1977-1983), de la Universidad de Belgrano, más cercana a la línea Videla-Viola. No fueron las únicas, pero sí las que fungían con más vehemencia en el intento de demostrar que la "cultura" seguía existiendo. Sobran "apoyos críticos", "colaboraciones esporádicas", "tácticas erradas", "necesidades laborales", publicaciones y nóminas para erigir una torre de babel. Contrapuestas, se encuentran las revistas clandestinas y semiclandestinas que denunciaban a la dictadura sin renunciar al arte y la literatura. Y un caso especial fue la Agencia de Noticias Clandestina Ancla, creada por Rodolfo Walsh en junio de 1976, que emitió más de 200 cables durante algo más de un año diseminados en una proto red social, denunciando tanto la represión sistemática de la dictadura como la entrega del país al capital financiero internacional.

 

Habría que ahondar en las implicancias de la respuesta que se dice que Brecht le dio a Benjamin cuando este le preguntó por qué no iba a vivir a la URSS. Brecht, el lado chino de Brecht, le respondió: «Soy comunista, no idiota».

 

Como síntesis provisional está claro que a nadie se le escapa que la literatura pasó a ser una "institución" más de la vida social, un hecho secundario de lo que seguimos llamando cultura. Y uno de los efectos más visibles de esta transformación es una literatura "diversificada" y enclaustrada en una vidriera que ofrece un conjunto de ofertas entre las cuales se destaca el revival de géneros populares (en su gran mayoría modelos repetidos acríticamente, desde la novelas románticas a la policial), las ficciones de la sentimentalización de los hechos históricos (el "interés" por los diferentes pasados, que resigna agudezas y rechazos), las ficciones autobiográficas basadas en las premisas más gruesas del story telling corporativo (las vidas de los seres "infames") y la ficción de los devenires del sistema sexo-género (la única innovación que permiten hoy los mercados culturales). De esto redundó que aquel campo de batalla por los sentidos de este mundo, palmariamente localizable en el periodo señalado al comienzo (entre el fin de la segunda guerra mundial y la implosión del socialismo "real"), se haya reciclado como el escenario de un coctel donde se nos convida a cambio de beber confiadamente los pocos tragos disponibles.

 

Sábato integraba una larga lista de escritoras y escritores insoportablemente argentinos, obstinadamente argentinos, sombríamente argentinos que convocaban (y eran ellos mismos) contradicciones que aun arañan las paredes, a diferencia de los loros repetidores de recetas académicas sobre la revolución esta o aquella o "el imperialismo del lenguaje". Y es probable que la encrucijada de este 2020, de peste, crisis e incertidumbre, nos esté informando la importancia que significaría reconstruir esa ciudadela de tramas que en otro tiempo nos interpelaron con lenguajes y pensamientos nuestros, con los fuegos y las contrariedades de hoy. Por eso son necesarios textos y lecturas no condescendientes con ningún espejo que designen del pasado todo aquello que sea útil para revisar el presente y producir comprensiones nuevas. Una faena harto difícil pero más urgente que nunca.