Cucurto (o el peronismo “aparaguayado”)

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Cucurto (o el peronismo “aparaguayado”)

27 Noviembre 2016

 Por Mariano Pacheco

“Como decía el General, para un paraguayo nada mejor que un argentino, y viceversa.”

Washington Cucurto, Cosa de negros

“Un intelectual crítico no puede ser oficialista.”

David Viñas 

A diferencia de libros como La máquina de hacer paraguayitos o Cosa de negros, donde el eje central está puesto en personajes que expresan esa oleada migratoria que se produjo en los noventa, sobre todo en Buenos Aires, dando paso a ese mix de sexo, violencia e historias de amor, en los abordajes del peronismo contemporáneo que realiza Washington Cucurto la potencia de la máquina literaria se pierde. Ya no hay ironía, cumbia, drogas y esa tan marcada pulsión por el exhibicionismo sexual, sino respeto acartonado, oficialismo sobreactuado que hace a su literatura perder lo mejor tiene: el atrevimiento.
Puede leerse en el poema “Hombre de Cristina”.

No participo: cuido críos
Y la miro, la escucho a ella
por cadena nacional

Lejos de su clásica posición “atrevida y sexista”, este “negro edulcorado” no habla de “las tetas” de Cristina o de “lo bien que la chupa” (o no) Cristina, tal como Néstor Perlongher se atrevió a hacer con Evita (está bien que con una Eva ya fallecida, pero por lejos mucho más admirada –y “santificada” incluso– que CFK), o como el mismo Cucurto se animó a escribir en Cosa de negros. ¡No! Acá Santiago Vega habla de Cristina casi como si fuese la madre, o una primera novia virgen (de hecho, en otro poema, “Kiosco”, dice: “quiero ser tu hijo, pero más quiero que seas mi madre”). Lo máximo que se atreve a imaginar sobre su “Amada Cristina” es que tiene “gordas caderas” (de allí que la nombre como la “caderona nacional”). Una madre, y no una mina de puta madre. Aunque de modo desplazado, en “Kisoco”, escribe: “comprándome todas tus figuritas, CONSUMIENDO.TE, MORDIENDO-TE, CHUPANDO.TE, TE TE TE”. Más una línea al pasar que una posición textual. Como un galán en decadencia, Cucurto se presenta en estos textos no como un poeta maldito, sino como un jovenzuelo enamorado, a quien hasta se le “pianta un lagrimón”.
No es que se haga aquí una apología del machismo, de la falta de sensibilidad masculina ni nada por el estilo. Diferente sería si este fuese su primer libro, o un texto en continuidad con otros similares. Y más allá de que la crítica Elsa Drucaroff haya señalado, ya unos años antes de esta publicación, que la obra de Cucurto era “extraña y desigual”, no deja de extrañar esta enfática desigualdad.
Como si Cucurto viniera a confirmar que su personaje disruptivo pierde eficacia cuando se transforma en aplaudidor de las políticas y las figuras de Estado.
“Estoy viejo para el kirchnerismo”, comenta en un pasaje, como si fuese incapaz de señalar que la que parece vieja es en realidad la expresión política que lleva ese nombre, que se nutrió de jóvenes (incluso adolescentes) en sus filas tras el fallecimiento de su máximo líder, pero que expresa sin embargo una dinámica y una estética de generaciones anteriores. No en vano el periodista Martín Rodríguez supo equiparar el progresismo al orden, y hasta llegó a afirmar que el kirchnerismo había “matado el rock”.

***
El tono sentimentalero de “Hombre de Cristina” cambia, sin embargo, cuando Cucurto se refiere al kirchnerismo como expresión política. De hecho, en el poema así titulado, no solo sostiene que se siente “viejo” para la militancia, como hemos mencionado, sino que incluso se siente viejo para declararle su fidelidad a la “morocha nacional”.
Lo interesante del poema “Kirchnerismo”, a los ojos de este cronista, es que rescata un componente de clase en su adhesión. Tal vez por eso califica de “pop” a la militancia de La Cámpora y cuestiona el “kirchnerismo para entendidos”.

Legible si es posible
nunca me fue eso de “a buen entendedor…”
No en-tien-do.

También en el mencionado poema “Kiosco”, luego de afirmar “Cristina, adoro a los chicos de La Cámpora”, sostiene:

están bien esos muchachos, pero ese es el problema:/
El bienestar de supermercado. Tienen que trabajar la tierra,
aprender albañilería, levantar paredes.

Este tono se profundiza con “Poema de la 125”, donde –lejos de sumarse al “fervor oficialista” en la disputa del gobierno con las “patronales agropecuarias” y sus aliados– Cucurto cuestiona severamente a quienes hacen de la “sangre”, de la “herencia simbólica”, su capital político, y coloca a todo ese “funcionariado joven” en el lugar de los “patrones de la época” (tema que retoma en el poema “El poeta decidió morir con las botas puestas”, donde nietos de desaparecidos, de intelectuales, de profesores, “esperan su momento de reformulación”).

Mientras muchos reciben dinero
Por la sangre derramada (sangre que no les corresponde)
Y eso da cierto estatus social, cierto acomodo económico,
Sin el menor esfuerzo,
Sin el mayor sacrificio
Explotando el árbol genealógico
El derecho del vínculo
De un ser que no existe más que en el recuerdo…

Aquello que tal vez Cucurto no se animó a decir de Cristina, sí lo hace con quienes están por debajo de ella. Así, en el mismo poema, agrega:

No es joda, no es más fácil ahora
En que los vencidos de aquella ex guerra
Ahora son los patrones.

Esa mirada ácida, cuestionadora por momentos, cobra mayor relevancia en el poema “Los militantes se repliegan ante la derrota electoral”, texto que vale la pena reproducir completo, porque expresa de cierta manera cierto “ethos” del activismo progresista de la democracia de la derrota:

Lloran, abrazados y mustios
en el ostracismo de la Plaza
y se vuelven con sus banderas bajas
por una peatonal de casas de cambio.
Son jóvenes y bien (no hippies)
tienen formación política y un título
universitario (la mayoría son abogados
o librepensadores marxistas)
escriben poesía y admiran a Walsh.
Una militante estudió comunicación social
y sueña con conocer a su compañero
y tener un par de hijos y una casa humilde con terrenito propio.
Otro militante –de estos que ahora están llorando–
sueña con hacer leyes en el Congreso de la Nación.
Leyes como chupetines.
Mas, todo es un sueño.
Ellos, que ahora lloran,
dejarán la política y se dedicarán a los negocios
de una clase media acomodada y culta.
Por ejemplo, microconsumos:
Administrarán un kiosquito,
un supermercado en un barrio humilde
siempre con la bandera de Perón y el Che
en la izquierda
Y Evita y el dinero en la derecha.

Más allá de la opinión de cada quien sobre la estética y la política que hay por detrás de estos textos, hay un dato que hace de estos poemas una “rareza” en relación con la media de las producciones de la época: la vocación por abordar literariamente episodios de la coyuntura política nacional.
Vocación que en los noventa, desde una lectura apresurada, se podría decir que de modo más “indirecto”, pero que sin embargo logra captar las líneas más potentes y embarulladas de las dinámicas sociales del cambio de siglo. Cuando en “Cosa de negros”, por ejemplo, Cucurto pone en un monólogo atolondrado un collage de aparentes contradicciones, solo expresa la “rareza” que implican los discursos del siglo XX trasplantados al XXI.
“¡Viva Perón, viva Evita, viva el Che!” “Aguante nosotros!” “Alhaja la República” “Por ese gran argentino, que supo conquistar”… “¡Canten carajo!” “El que no salta es una gallina!” “El que no salta es argentino” “Los principios sociales que el General ha establecido”…

 

Y luego agrega:
En segundos era una nación entera y los países vecinos cantando la desentonada “marchita” mientras el micro bajaba a la calle destrozando los autos chicos y las motos. Se dirigía hacia su inminente destino, con miles de dedos en V flameando en sus ventanillas”.
Y remata:
Lo espera la fiesta más grande del nuevo siglo. “¡Uyuyuyuyuyuy” ¡Karaí tuyá coli… guilillilííí!”

Como confirmando la máxima de Viñas citada a modo de epígrafe, un intelectual crítico produce textos más potentes si no es oficialista. Lo que no quita que pueda apoyar medidas de gobierno si está convencido de su justeza. Pero al parecer, la literatura y la estética de Eloísa Cartonera cuaja mejor con Cucurto que sus loas a personajes que se encuentran en la cúspide del poder del Estado.

Y si de pensar el peronismo se trata, seguramente la mirada más lúcida construida por el autor es haber metido por la ventana ese peronismo aparaguayado.