Chorizombilandia #5: Legado

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Chorizombilandia #5: Legado

22 Octubre 2017

Por Florencia Di Paolo

Ilustración: Leo Sudaka

Juan mira a esos ojos excesivamente abiertos de éxtasis y se acuerda cuando le vino a la cabeza la idea de que su papá era un pelotudo más en el mundo. Con su madre, en cambio, tardó un poco más. Entonces, al llegar el momento de asumirlo, sintió culpa por no haber sido más equitativo en el desprecio a sus progenitores. Si parece mentira que haya pasado tanto. Yo había dejado a su padre como encargado de condimentos, una tarea tan útil como él. Los únicos condimentos que había en la fábrica eran sal, comino y pimienta, porque la placenta ya era demasiado sabrosa. En los tiempos de Don Ricardo Isidoro Haramboure del Valle, con sólo los fetos y la placenta estábamos. Fetos eran los de antes, no esto de ahora, con tantos químicos y pastillitas. Yo llegaba a casa todos los días y le decía a Cachito, algún día vas a ser gerente como yo, hijito, vas a ganar el chori del mes. Pero ya estaba cantado que Cachito iba a ser cachito toda la vida. Siempre una partecita de algo, nunca completo. Un cachito de algo muy pelotudo. Yo me fui dando cuenta a medida que crecía, pero claro, a Juan le tomó más tiempo. Eso que él lo conoció ya obsoleto, pobrecito. Con la mirada en ningún lado y los hombros encogidos, una barriga gorda y una cabeza casi calva. Me dispuse a dejarle como legado esa noción, la de que su padre es un pelotudo. Entonces lo llevaba al trabajo de chico, le decía:

⎯Mirá, mirá a ese hombre mezclar el embute, mira esos brazos fuertes, eso es trabajar. No como tu padre, que duerme la siesta arriba de la pimienta y después anda a los estornudos por toda la fábrica.

Fue un trabajo minucioso y me llevó casi toda la vida. Pero lo valió. Cuando Juan cumplió dieciocho, me pidió trabajar en la fábrica. A los dos meses ya estaba de encargado de su área, por favoritismo o por capacidad, al fin y al cabo son lo mismo. Entonces, un día se encuentra ganando más dinero que su padre, al otro le daba órdenes. Interrumpía todos los días las siestas arriba del costal de la pimienta, solamente para verlo hacer nada, pero despierto. En lo único que Cachito era bueno era en encontrar lugares para descansar de nada, por ejemplo, un día le pregunté por qué la bolsa de pimienta. Y me contestó que los granos de sal eran demasiados duros y el comino no se compactaba tanto como la pimienta, que sí lo hacía y formaba una superficie plana y confortable. Ese día estuve menos decepcionado de mi hijo. Parecía todo un experto en el ocio.

Ahora Juan se acuerda de cuando su papá dormía en el costal de pimienta y de esa mueca tan parecida a una sonrisa, pero que le faltaba algo, en ese momento no sabía qué, para serlo. Mear, se dijo, a su padre le faltaba mear para ser feliz.