Chorizombilandia #7: La señora

  • Imagen

Chorizombilandia #7: La señora

05 Noviembre 2017

Por Silvana Casali

Ilustración: Leo Sudaka

El olor a tortilla siempre le dio asco, pero ahora, por ser tan temprano en la mañana, siente que el estómago se le revuelve hasta arañarle la garganta.

-Tengo ganas de vomitar.

-Siempre decís lo mismo y después no vomitás— le responde la Abuela apretándola contra sí y acariciándole los rulos.

Noe nunca entenderá por qué en esa casa cocinan tortilla a las siete de la mañana. La cocina, imagina, está más allá del pasillo, más allá de las habitaciones que una vez espió cuando su Abuela le pidió que esperara afuera porque tenía que hablar cosas de grandes.

Noe una vez escuchó a su madre reprochar a la Abuela el que la llevara ahí cada lunes por la mañana, que ella había escuchado en su trabajo —el colegio— cómo la Señora había matado a Juan, el remisero y marido de Lolita, a pedido de esta última, cansada de que su marido se la pasara en la whiskería, y con ganas de cobrar la pensión del taxi por viudez.

-La Señora sólo hace el bien— le había respondido la Abuela a su hija, quien no había podido responder. Después de todo, ella también le pasaba plata para que protegiera a su familia, para que las nenas crecieran sanas, para que su marido no se fuera con otra, para que los vecinos no se enteraran que él también, de vez en cuando, iba a la whiskería.

-Adelante— les dice un hombre flaco, alto y de ojeras profundas. Después se acerca a la puerta de entrada, corre la trabita y deja pasar a la señora de Mairal que le dice “hasta el lunes que viene, querido” y le mete un billete de diez en el bolsillo del pantalón, con la ilusión de acariciarle el bulto, con la falta de impunidad y la rapidez necesarias para lograrlo.

La Señora está sentada en un costado, junto a una mesa de luz en donde se consume un cigarrillo. Apenas se le ve la cara por el humo. Noe prefiere eso al olor a tortilla de la sala de espera.

-Qué hermosa está —le dice la Señora a la Abuela sin esperar su respuesta— ¿Qué anda pasando?

La Abuela empieza a hablar (sobre seguir prendiendo esas velas para que el alma de su marido descanse en paz, sobre el incienso laboral para que a su hija por fin le den el puesto de vicedirectora), Noe se pierde por el cuarto. A cada paso que da el piso de madera cruje: da gusto caminar por ahí. 

-El otro asuntito de mi hija ya está solucionado... al río, sí, sí, la acompañé yo, y sí...

En la pared del fondo cuelga un cuadro gigante y viejo: una nena rubia y siniestra baila en la puerta de un rancho, mientras un mulato la espía detrás de un árbol. Abajo del cuadro hay una mecedora con un almohadón rosa. En un rincón, casi desapercibido, hay un platito blanco con piedras moradas. Noe sabe que es veneno para ratas: en el cine también ponen, y en la biblioteca. Su mamá le dijo veinte veces que ni se acerque. Se lo dice cada vez como si fuese retrasada mental.

-Lo más importante es que mi nieta, la mayor, no tenga nada en el corazoncito. El viernes viajan con mi yerno a Buenos Aires para hacerle los estudios.

Cuando Noe escucha a su abuela decir Buenos Aires para la oreja. Su sueño, como el de sus amigas, es salir de Chorizombilandia. Ser azafata. O cajera de supermercado. Ambas cosas existen, lo sabe, se encargó de averiguarlo. Y parece que, gracias al corazón defectuoso de su hermana, el viernes va a conocer Buenos Aires.

Noe ve cómo la Señora revolea los ojos para el costado derecho y se queda unos segundos así, con la mirada clavada en la esquina. Enseguida empieza a murmurar un sonido grave, gutural, con los ojos aún abiertos.

-No va a tener nada serio, quedesé tranquila— dice.

La Abuela sonríe y mira a Noe esperando una reacción similar, pero Noe odia a su hermana.

-Ay, qué suerte, por las dudas llevo una de esas velitas verdes, ¿no? Para prenderle a la foto que tengo en mi cómoda.

-Sisisí, pidalé a Alejandro que él le va a dar una especial— dice la Señora revolviendo el cenicero para rescatar lo que al parecer era su último cigarrillo.

Cuando salen a la calle, a Noe el sol de la mañana la deja ciega. La oscuridad de esa casa era total.

-Abuela, ¿por qué le contaste a la Señora que mamá tiró el feto al río?