ASTARSA: una experiencia sindical diferente en los años 70

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ASTARSA: una experiencia sindical diferente en los años 70

22 Noviembre 2020

Por Norman Petrich | Fotos: Anexo del libro

“Los viejos dicen que para saber cómo es una persona hay que mirarle los zapatos…. Comienzo por aquí porque los zapatos que yo considero más íntima y legítimamente míos no los usé jamás. Son los zapatos de un trabajador. Carlito trabajó y militó en un astillero de la zona de Tigre, ASTARSA, durante la década del setenta. La historia de esos zapatos y del viaje que iniciaron en el club El Ahorcado en Rincón de Milberg, un domingo soleado del verano de 1976, hasta mi casa, en el año 2004, es la historia de Carlito y la de sus compañeros, de mi investigación sobre ellos, y de las formas en que la historia se mete en la vida, por si quedaran dudas de que alguna vez se fue de ella”, nos dice Federico Lorenz sobre la razón que lo impulsó a escribir Los zapatos de Carlito, libro que establece una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del 70. De la construcción de su identidad a través de sus labores.

 A mediados de esa década, Astilleros Argentinos Río de la Plata (ASTARSA) era una empresa referente nacional, no sólo por la colocación de su diversificada producción en el Estado (partes de diques, centrales eléctricas, buques, locomotoras, tractores y blindados) sino porque su directorio reflejaba el origen de su poder, la oligarquía representada en apellidos como Braun Menéndez y Braun Cantilo. El trabajo para los obreros era bien remunerado, pero especialmente duro debido a las condiciones de insalubridad no reconocidas y el horario extenso. Esto solía ser un motivo de conflicto con la empresa.

Como contexto, las labores dentro del astillero estaban  jerarquizadas por especialidad y función. Si bien “los navales” estaban representados por el Sindicato de Obreros de la Industria Naval, alineado con el vandorismo, lejos están de tener condiciones dignas y seguras de trabajo. Es en 1971 que ingresan a ASTARSA una camada de obreros que, al poco tiempo, van a formar una agrupación sindical que se diferenciará de esa línea sindical. Entre ellos se encontraban Carlito (Carlos Morelli), Jaimito (Luis Benencio), el Chango (Juan Sosa), el Tano Mastinú y el Bocha (Héctor González).

Lo que hace interesante el relato de Lorenz es que no va por la épica, si bien estaría contando una. No idealiza, los muestra como eran, por lo menos en esa época, con sus fuerzas, debilidades y contradicciones. Por eso uno entiende que sea a través de personalismos, en esta ocasión puesta en la figura del Chango, que ingresaron de a uno, a eso de “querer hacer algo”. Pero también que no eran cuadros que sabían en lo que se metían. Jaimito afirma “Qué mentiroso diría que eran compañeros politizados, alguien que leyó los dos tomos de Marx, de Lenin, de Stalin…No, estos no, luchaban y se juraron la vida por lo que visualizaron a través de los hechos que se fueron dando”. O como dirá Carlito, más adelante: “No existía nadie, ni el Sindicato ni nadie. Éramos los compañeros”.

En esos prometedores primeros años de los 70, se combina la aparición de la nueva izquierda que intenta disputarle la representación de los trabajadores al peronismo, con la incipiente vanguardia obrera. Entre esos límites se mueve el reciente grupo conformado por el Chango, cuyos objetivos buscan efectos inmediatos, que en este caso se refleja en marcar el descontento con el proceder de sus delegados, lo que establece una grieta entre la “dirección burocrática” y los “muchachos”. 

Desde ese momento, el libro recorrerá un puñado de años donde la naciente agrupación, que luego se convertiría en la “Lista Marrón”, va colocar delegados en el astillero hasta encumbrarse; será la cabeza visible de una toma, luego de un nuevo accidente donde un compañero muere quemado y deja en evidencia la falta de seguridad y asistencia para los trabajadores; saldrá victoriosa de esa toma, disputarán el poder del sindicato a la burocracia, definiéndose como parte de la flamante Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Ante la radicalización de la violencia se apoyarán cada vez más en el aparato de Montoneros donde el uso de las armas y la práctica militar irán incorporándose en forma gradual y serán desaparecidos y asesinados, en su mayoría, por el golpe del 76 donde una represión estatal sistemática, brutal y una revancha de la oligarquía que conducía el astillero dejará a la Agrupación José María Alessio (nombre tomado del obrero que muere quemado y que provocó aquella fundante toma) prácticamente diezmada en pocos días.

Pero los que sobrevivieron recordarán como pocas otras cosas a ese grupo de compañeros que ingresaron juntos y trabaron amistad en la militancia y en una lucha que bien se podría resumir en una de las consignas de esa toma que cambiaría sus vidas: Queremos que sea un Astillero y no un Matadero.

Lorenz logra el objetivo tan deseado de “ponerle voz” a esta historia particular de la lucha obrera, de ponerle cuerpo. Podríamos decir que se calza los zapatos de Carlito y su andar se vuelve parte de todo el Movimiento.

De esa forma consigue hacerte sentir como propio el sueño de estos “muchachos”, tan cercano de la revolución, a través de las reivindicaciones como la conquista de recibir la misma remuneración por 12 horas de trabajo, ahora con 6 y media por reducción de insalubridad; la sorpresa de ver lo que se había despertado afuera: en los movimientos, los familiares y los vecinos de Tigre. El perder el temor a los directivos y a ciertos “representantes que no representaban”, reformulando una frase muy en boga, por estos días; el convertirse en referentes de los astilleros de la zona y formar parte de la tendencia que le disputaría el poder a la burocracia sindical, ser parte de esa vanguardia que apostaba por encuadrar el accionar del movimiento obrero afín a la política revolucionaria de Montoneros y contribuir a la construcción del ejército popular. Es decir, la lucha sindical subordinada a la lucha armada. Y también ver cómo el clima enrarecido de los últimos años y las contradicciones insalvables empiezan a levantar un cerco que los termina aislando del resto de los trabajadores.

Federico Lorenz es historiador y escritor. Enseña Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires y es investigador del CONICET. Se especializa en temas de historia reciente argentina, en particular las luchas por la memoria de la violencia política.

Es uno de los mayores especialistas sobre la problemática malvino-atlántica de la Argentina. Ha escrito sobre las relaciones entre historia, memoria y educación y publicado tres novelas: Montoneros o la ballena blanca (2012), Los muertos de nuestras guerras (2013) y Komorebi (2020), así como la biografía Cenizas que te rodearon al caer. Vidas y muertes de Ana María González, la montonera que mató al jefe de la Policía Federal (2017).

Los zapatos de Carlito es un nuevo trabajo conjunto entre las editoriales Casagrande y Último Recurso, ambas de Rosario, que vienen realizando una labor más que interesante en esta línea de publicación. Es un libro para visitar y entender un poco más esos años convulsionados de nuestro país, habitados por una juventud que deseaba cambiarlo todo y no se quedó sólo en eso.