"Si no hay gatillo policial hay linchamiento vecinal”

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"Si no hay gatillo policial hay linchamiento vecinal”

19 Septiembre 2016

Por Esteban Rodríguez Alzueta*

En el “Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil”, John Locke escribía en 1690: “Quien intenta poner a otro hombre bajo su poder absoluto se pone a sí mismo en una situación de guerra con él; pues esa intención ha de interpretarse como una declaración o señal del que quiere atentar contra su vida. (…) Eso hace que sea legal el que un hombre mate a un ladrón que no le ha hecho el menor daño ni ha declarado su intención de atentar contra su vida, y se ha limitado, haciendo uso de la fuerza, a tenerlo en su poder arrebatando a ese hombre su dinero o cualquier otra cosa que se le antoje. Pues cuando alguien hace uso de la fuerza para tenerme bajo su poder, ese alguien, diga lo que diga, no logrará convencerme de que una vez que me ha quitado la libertad, no me quitará también todo lo demás cuando me tenga en su poder. Y, por consiguiente, es legal que yo lo trate como a persona que ha declarado hallarse en un estado de guerra contra mí; es decir, que me está permitido matarlo si puedo, pues ése es el riesgo al que se expone con justicia quien introduce un estado de guerra y es en ella el agresor.”
Un poco más acá y seguramente sin haber leído jamás a Locke, pero habiendo debidamente consultado a su asesor, que tal vez haya testeado el clima coyuntural en algún focus group, el Presidente Macri, acaba de reeditar la clásica apología de matar al ladrón. Dijo Macri: "En esta década que pasó, otra de las tantas mentiras era decir que acá no había problemas de inseguridad. Acá hay problemas graves de inseguridad que llevan a la desesperación, que llevan a situaciones como las del carnicero. Además, quiero decir que más allá de toda la reflexión que tenga que hacer la Justicia en la investigación, si no hay riesgo de fuga, porque es un ciudadano sano, querido, reconocido por la comunidad, él debería estar con su familia tranquilo, tratando de reflexionar todo lo que pasó mientras la Justicia decide por qué pasó, por qué sucedió esta muerte que tuvimos". Macri está haciendo referencia al carnicero que persiguió y embistió a una moto donde iba huyendo dos jóvenes que acababan de asaltarlo.

Estas declaraciones de Macri vertidas en La Red, conviene leerlas atentamente y no subestimarlas. Su estilo desacartonado, su fraseo minimalista y simpático, casi infantil, su entrenado espontaneísmo, no debe confundirnos. Macri sabe perfectamente lo que dice y la forma que elije no es inocente. Las palabras tienen peso propio, más allá de la liviandad de su estilo. Sus palabras son tributarias de la imbecilidad masticada por el periodismo televisivo que agita la furia de la hinchada, un guiñe a los posteadores anónimos que se dedican a descalificar las notas de todos aquellos que no corroboran su sentido común. 

En primer lugar, el Presidente no habla de homicidio sino de “muerte”. Parece que una vez más, la crisis (los “problemas de inseguridad”), se cobró otra “muerte”. Con ello no sólo se invisibiliza el crimen sino que –y en segundo lugar- ensaya una disculpa solapada del victimario cuando lo manda a “reflexionar” a la casa, “estar con su familia tranquilo”, por tratarse de un “ciudadano sano, querido, reconocido por la comunidad”. En otras palabras, este es un caso atípico, distinto al resto de los homicidios, donde los victimarios son los malvivientes, violentos o delincuentes, gente promiscua y temida por la sociedad. Como el joven envestido por el carnicero, que terminó debajo de su camioneta, el ladrón, un enemigo de la sociedad. Otra vieja teoría que seguramente nunca leyó el Presidente, pero que forma parte de la batería de ideas-fuerza que definen a la elite en el gobierno: un enemigo es aquel que habla un idioma extraño. No se puede dialogar con él porque su mundo resulta ininteligible. De allí que lo que corresponde hacer es la guerra de policía.

Alguna vez, Sarmiento dijo que la guerra de policía impone matar a los bandoleros donde fueron aprendidos, clavando luego sus cabezas en un poste para que el resto sepa el castigo que les espera si practican el pillaje. “Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y de la ley municipal, y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías.” No hay tiempo para los jueces. La justicia llegará después de la barbarie, con la civilización. Dice Sarmiento en “Vida de Cacho”: “Las sociedades humanas tienen el derecho de existir y cuando las organizaciones que establecen para castigar los crímenes son ineficaces, el pueblo suple la falta de jueces en país despoblado. (…) El pueblo, es decir, los robados, los asesinados, sin deponer a los jueces ordinarios, organiza una justicia de conciencia y ejecutó a los audaces bandidos.” El linchamiento y la mal llamada justicia por mano propia, son las formas de ejecución a los robadores. Una justicia sumarísima, que prescinde de las formas y suspende la jurisdicción ordinaria, para volverse marcial, implacable, ejemplificadora.   

En efecto, tanto para Locke, como Sarmiento y Macri, el derecho a matar al ladrón es un derecho natural. Cuando el estado está ausente (por “la pesada herencia”) o llega tarde (también por “la pesada herencia”) y la vida de la persona corre peligro (“las verdaderas víctimas, no nos confundamos” dijo Bullrich) en manos de un ladrón (el famoso pibe chorro, el único victimario), se libera la fuerza individual de cualquier formalidad, se exceptúa de tener que rendir cuentas ante la justicia de turno y el homicida ya no será percibido como tal. Y todo eso porque, como escribió Locke, “el agresor no me concede tiempo para apelar a nuestro juez común ni para esperar la decisión de la ley en aquellos casos en los que, ante pérdida tan irreparable, no puede haber remedio para el daño causado. La falta de un juez común que posea autoridad pone a todos los hombres en un estado de naturaleza; la fuerza que se ejerce sin derecho y que atenta contra la persona de un individuo produce un estado de guerra, tanto en los lugares donde hay un juez común como en los que no lo hay”. El estado de guerra, entonces, es la forma que asume el estado de excepción, cuando el actor amenazado es el individuo. Se trata de una excepción hecha a la medida del ciudadano soldado, es decir, de aquellos vecinos alertas que decidieron armarse a medida que les fue ganando la paranoia que incubaron impacientemente durante la vida monástica que llevan, alejados de los espacios públicos, una vida retirada en los claustros fortificados de la propiedad privada.

Tanto los “justicieros” como los “linchadores”, no están denunciando la ausencia del estado. Son la expresión de una frustración ciudadana: el Estado no está presente como ellos quisieran que esté, es decir, estos homicidios son la expresión de la pasión punitiva, un reclamo de mano dura. Una pasión que fue creciendo en las entrañas del miedo que mantiene cautivo a los vecinos alertas. Lo dijimos en otro lugar: “si no hay gatillo policial hay linchamiento vecinal”.  


*Docente e investigador de la UNQ. Autor de “Temor y control” y “La máquina de la inseguridad”. Miembro de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional y el CIAJ.