Desafíos en la democratización de la cultura

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Desafíos en la democratización de la cultura

23 Mayo 2014

Por Boris Katunaric y Santiago Asorey

La implementación de la Ley de Medios Audiovisuales y la Ley Nacional de la Música abrió una nueva era en políticas culturales para la región. El establecimiento de un paradigma sin precedentes que construye las facultades del Estado en la intervención de los mercados y las relaciones de poder desiguales que se establecen por el crecimiento excesivo de grupos económicos multinacionales que rigen la hegemonía de la época. A pesar de lo avanzado, esas facultades del Estado son todavía limitadas en la verdadera distribución y democratización de todo el espectro cultural.  Los grandes medios de comunicación todavía permanecen bajo la esfera de pequeños sectores dominantes que disponen de los contenidos y las formas de las industrias culturales que construyen el “sentido común” y los “valores artísticos” de cada época. En esa concepción neoliberal, la cultura solo se interpreta en tanto mercancía cultural. Los grandes medios de comunicación audiovisuales no son la única industria donde las voces de los otros son invisibilizadas. Los medios audiovisuales hegemónicos son solamente una de las industrias culturales que limitan la democratización de la construcción simbólica. Los aparatos de enunciación masivos dejan incorporar la voz del otro solo superficial y parcialmente, siempre en la medida en que la ideología dominante del medio hegemónico sea la que lo represente desde su mirada.

El desafío es seguir implementando una batería de proyectos legislativos que desnaturalicen esta lógica en la medida de lo posible. La Ley de Medios está avanzando en la reserva del 33 por ciento del espectro radioeléctrico prevista para los medios sin fines de lucro, pero solo regula una de las industrias culturales en lo relativo a las comunicaciones audiovisuales. Es responsabilidad del Gobierno como cabeza del proyecto Nacional y Popular profundizar a partir de una legislación que permita no solamente la democratización del espacio de los medios audiovisuales y de la música, sino también ampliar las bases democráticas de todas las industrias culturales (los libros, las revistas culturales, la danza, etc). Las empresas multinacionales editoriales funcionan con ese mismo nivel de poder con que funcionan los grandes medios de comunicación.

La intervención del Estado no debe solamente pensarse en términos de repatriación y distribución económica, sino como una forma de ampliación del espectro de discursos que constituyen el tejido social. El gobierno ha avanzado mucho en este aspecto pero todavía hay mucho por realizar, la inauguración de la Casa de la Cultura Villa 21 Barracas es un símbolo de la inclusión que necesita multiplicarse en los barrios y la reciente creación del Ministerio de Cultura crea una expectativa de crecimiento de inversión en cultura que realmente entusiasma a quienes esperamos mucho de este gobierno en sus políticas culturales.

Monopolios editoriales

Los medios de comunicación audiovisuales no son el único punto de concentración en donde las voces de los otros, los marginales, son restringidas e invisibilizadas. Como ejemplo de lo alarmante de la situación editorial de este momento podemos mencionar la última adquisición del grupo Berstelmann en lo que refiere a la concreción de la compra de parte de la editorial Santillana, específicamente de las editoriales dedicadas a literatura, quedándose Santillana con la parte de libros de texto escolares, que no es poca cosa. Berstelsmann como empresa de medios de difusión, la más grande de Europa y la tercera a nivel mundial, concentra radios, canales de televisión, revistas y diarios, hasta parte gigante de la industria musical como lo fue en su momento el sello BMG (Berstelmasnn Music Group). A través de esta compra una porción importante de la torta de medios editoriales queda en sus manos compitiendo en relativa igualdad con Planeta, otra de las más grandes del mundo y la primera de España. Para los que pensamos no solo la cultura en general, sino la literatura en particular como industria, hace ruido el resultado de esta última gestión comercial, tanto que evidencia la gran concentración editorial casi invisible que existe en nuestro país, al igual que lo fue Clarín durante tanto tiempo y no lo supimos. Hasta que el proyecto de Ley de Medios de comunicación audiovisual estuvo en el Día a Día de la agenda política nadie puso el dedo índice acusando a Clarín de ser un grupo monopólico, es decir no era una preocupación para los sectores populares sino solo para los empresariales. Berstelman y Planeta funcionan con la misma lógica de concentración que cualquier monopolio, en tanto estas empresas han logrado una concentración gigantesca desde los años ochenta y no les tiembla el pulso a la hora de poner en juego su poder de incidencia en la formación ideológica de sus contenidos, haciendo lo mismo que podría hacer Clarín o La Nación con sus ventas en Europa.

Estas empresas se opusieron a la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA) el cual quedó sin sanción definitiva y se vencieron los plazos legislativos para su implementación. El INLA hubiera suplido una demanda cada vez más creciente entre las pequeñas editoriales que se crean día a día, de las que hay millones de ejemplos en todas las provincias. El mercado de editoriales independientes es casi infinito en nuestro país y su calidad de autores nóveles es hasta excesiva, pero sin un Estado que ampare ciertos costos, implemente ciertos subsidios y desgravaciones impositivas necesarias para que el aparato fluya mediante una regulación que posibilite ingresos reales. Las editoriales independientes son tal vez un esfuerzo de gestión sin réditos reales, sobre todo en las pequeñas donde se trabaja, a veces, a pérdida. Una editorial pequeña no es un medio de vida, ni una fuente laboral, es más bien un trabajo basado en una gestión cultural y hasta militante. En esta parte de la producción creciente el Estado tiene una ausencia que el nuevo Ministerio de Cultura debería contemplar. Muchos esfuerzos del Estado se concentraron en reconocer la necesidad de una política editorial, las Ediciones de la Biblioteca Nacional y la creación del Museo del Libro y de la Lengua son esfuerzos nobles y de gran aceptación en la industria. Nunca se pudiera haber pensado que la Biblioteca Nacional llegara a las librerías siendo un producto rentable, interesante y económico para estudiantes y lectores. La batalla cultural que ha dado el Kirchnerismo trajo frutos sorprendentes, pero igual de sorprendentes son los desafíos que siguen de ahora en más y las deudas que siguen sin saldarse.