Ricoteadas: bienvenidos al ghetto

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Ricoteadas: bienvenidos al ghetto

13 Marzo 2017

Hacia finales del siglo pasado, la prosa de Carlos Solari comenzó a indagar en las propias incomodidades que arrastraba su banda, y su mito personal allí. La experiencia político cultural más intensa y popular de la Argentina descansaba sobre sus hombros, los de Skay y la Negra Poli, a partir de respetar viejos mandatos de independencia que ante la inaudita masividad volvían todo cada vez más difícil.

Desde el Estado y los medios, sufría un hostigamiento permanente aquella murga informe que se reunía ante el llamado de Patricio Rey. “Bienvenidos al ghetto” aulló Solari en la cancha de River, evidenciando la presión social sobre esas huestes reunidas, representadas como un nuevo malón irredento al que sólo el dolor y la muerte parecen poder remediar.

Hoy se vive una nueva estigmatización del ricoterismo, que no resiste mayor lógica. Salvo el infame show montado por la polémica televisada, aquella que ya en los `80 Los Redondos denunciaban y repudiaban. Y que transitarían luego ante el asesinato de Walter Bulacio a manos de la Policía Federal, muerte que la impunidad iría deglutiendo lentamente.

Si seguimos la cifra de 300000 personas, son ilógicos los planteos que se ejercen. Estando allí, costaba dimensionar la cantidad que éramos, comprobando una vez más aquella máxima benjaminiana de las masas nacidas para la cámara. En fotos, impresiona. Y también en números: la familia ricotera dobló en gente entonces a la población de Olavarría, que según el Censo del 2010 constaría de 111.320 personas.

Esa caravana que por las rutas transitaba sin mayores sobresaltos (debimos lamentar un accidente fatal el domingo) vivió en comunidad varios días en la Ciudad, sin que se registren accidentes mayores. Esa experiencia vital debe necesariamente ser atacada por la actual palabra Presidencial entonces, que aun sin datos certeros espetó un “a veces el saber ponerse límites nos genera oportunidades mayores, un futuro mejor, lo contrario puede terminar en tragedia”. El elogio del límite, y la culpa sobre quienes transitan de modo dionisíaco el placer, refuerzan las actuales pautas de un control social que quiere reinstalarse. Una vez más, nos dicen, es tiempo de reorganización nacional.

Se muere mirando el noticiero

La noticia, una vez más, no fue este despliegue mítico por el país para festejar juntos una propuesta artística que nos conmueve, y que ha llegado a percibir y reinterpretar nuestro presente de un modo único. Tanto, que se les cuela por los noticieros y titulares, ya sea en sonidos o palabras. Además, el modo de la noticia alarma cuando la agencia oficial dice sin mayores pruritos “al menos x cantidad de muertos”, pero reconforta cuando son sus propios trabajadores quienes la obligan a rectificarse.

Esta Ciudad itinerante, que puede reunirse donde sea convocada, asusta cuando quieren asustarnos. Juega con el verosímil del terror, y lleva a los miles de llamados y mensajes preocupados, ante la “tragedia”. La idea de una mega avalancha que sepulta a quienes invocan o transitan otros modos de organicidad, seduce y perturba a muchos.

Apenas ocurrido un incidente con caídos cerca del escenario, se paró el recital y se pidió socorro por parte de todos. En cada lugar donde alguien cae es una histórica tradición (que se mantuvo este sábado) armar un círculo y ayudarlo a erguirse. La cantidad de gente esta vez complicó la cosa, y de allí que muchos sufrieran diversas peripecias. Pero nadie murió aplastado por la multitud, como quieren presentarlo, para incentivar ese miedo a la muchedumbre, que permite mejor aislarnos.

La falta de presencia policial es algo que se agradece, en especial por parte de quienes fuimos a recitales ricoteros en donde la policía sí estaba, y era el riesgo de vida o muerte. Allí sí la autoridad del Estado se hacía presente, y provocaba los mayores disturbios. Desde que no están, nada grave pasa. Esta vez, se dieron estas dos muertes, que no serían a causa de deficiencias puntuales de la organización. Lo que pudo ser o no, en especial en la desastrosa salida, ya amerita otros comentarios. Y no es posible separarlos de lecturas políticas y mediáticas.

El intendente oficialista que quiso llevar allí el recital, que insistió por el uso de ese predio, y que luego se hace el desentendido, es otra muestra peculiar del “cambio” que propone el macrismo. ¿Qué ofrece una Ciudad ante un evento de estas características? ¿Qué infraestructura ha montado para poder recibir al doble de gente que la habita? Los servicios eran familiares, de quienes improvisaban parrillas o baños en sus casas, que nunca alcanzaban. No existían puestos oficiales de información por parte del municipio, ni ayuda logística en la ruta de acceso, ni en las cercanías del predio.

Algunas preguntas giran en torno a por qué no hacerlo en otro lugar, por qué un solo día, etc. Eso se responde con la historia de este fenómeno, que no admite la maratón de recitales en un mismo lugar, sino que va a cada uno de los que se anuncien. Público además que en su gran mayoría no paga la entrada, entre la tradición y la falta de recursos para ello. Estos enormes lugares permiten que no sea un conflicto el ingreso como sucedía hacia el final de Patricio Rey o en los primeros recitales del Indio en La Plata, cuando colapsaba la capacidad, algo bien televisado, claro está.

El Artista

“No quiero opinar del Indio porque estoy recaliente”, decía el hombrecito en la radio, mientras debía informar de lo sucedido en un partido del fútbol que ha retornado, camino a dejar de ser para todos y todas. Nadie se lo pedía, pero él seguía con su catarata de obviedades: “dice El lujo es vulgaridad y llega en un avión privado”, soltó con falsa indignación.

Sin dudas, otro punto en debate es su figura. Mito viviente, transita las penurias y los placeres de serlo. Se le exige más que a cualquier otro, y un tanto él mismo hizo para que así sea. Quien se yergue como “francotirador” recibe el impacto de quienes miran en un mismo tiempo a su torre escondida. Aquel que nos dice qué somos, sufre ante el sedimento de ser él.

Con sus críticas que por años arrastran el mote de “psicobolche”, su vida apacible y hogareña sumó datos inverosímiles al mito. Los periodistas lo presentaban en una guarida, rodeado de perros y cámaras, cual Xanadu criolla. Hoy deberá esperar una guardia periodística en sus aposentos, a la búsqueda de su imagen en los paseos matutinos por su parque, o en la cola de un supermercado próximo.

¿Qué le pedimos al Indio? ¿Qué deberíamos pedirle? Podemos decir que a partir de su producción artística nos permite pensar en términos éticos y morales, en tiempos en donde la digresión hacia “la política” y “la ideología” abundan. Esos planteos artísticos nos invitan a imaginarlo encarnado, luchando, combatiendo al Capital. Pero en lugar de admirar eso, la discusión mediatizada inquiere en sus lujos, que en tantos otros festejan cuando nos visitan con pedidos “excéntricos” en el Sheraton hotel. El problema es equivocar el rumbo nosotros, y asumir como propias esas críticas. No comparto en abstracto el modo de vida que cuentan tiene, ni muchos de sus planteos. Pero no le pido más al Indio de lo que a mí mismo pudiera.

Justamente esta vez, fue muy explícito. Sus pedidos para reconocer el trabajo de las Madres y Abuelas, y la invitación a que si dudamos de nuestra identidad nos acerquemos para conocer nuestra verdad, nos sorprendió muy gratamente. Más aún su pedido para que no avance la idea macrista de bajar la edad de imputabilidad, reclamando a senadores y diputados que no voten por ello. Una politicidad puntual, extraña a él. Eso también les molesta. Como las imágenes de la Cárcel de Mujeres de Alto Comedero que irradiaban las pantallas cuando sonaba Todo preso es político.

Fin de ciclo

Las noticias por su salud presagiaban el final. Si este acaso no lo era por su decisión, todo el circo que han armado parece haber sepultado (para siempre) a la misa ricotera. “Irresponsabilidad”, “locura”, dicen medios a diestra y siniestra. Las mentiras propaladas ya han sembrado el verosímil, del que parece difícil poder escapar. ¿Qué otra ciudad nos recibe ahora? ¿A qué ghetto quieren llevarnos?

La pelea ahora es (una vez más) por el sentido de quienes somos, y fuimos. Para combatir contra lo que quieren contarnos, imponernos. De aquellos que hablan de controles y seguridad cuando se les mueren cinco jóvenes en una fiesta en Costa Salguero.

“No nos olvidemos de nosotros, recordémonos”, le escuchaba decir al Indio en un casette hace ya mucho tiempo, cuando Patricio Rey comenzó a ser parte de mi vida, y me brindó las primeras herramientas políticas y culturales para comprender el mundo en que vivía. Que no era lo mismo pactar y ser servil con los dueños, que buscar una propia alternativa. Que lo que la tv ofrece, es un bello banquete de mentiras. Que en los márgenes del sistema es donde se construye una alternativa, que estigmatizada desde los centros de poder se torna completamente distinta cuando uno se le arrima. Y que puede luego copar y subvertir los parámetros de poder, en la búsqueda de construir los propios, superadores de esta ramplona realidad que nos ofrecen.

Debemos salir del ghetto al que nos quieren llevar, donde nuestras prácticas son injuriadas, construidas para justificar que nos ofrezcan como carne de cañón, una vez más. Es en el propio sustento de lo que somos, de lo que fuimos, donde vamos a hallar herramientas para pelear contra esta tristeza. Quieren ahogar esta experiencia ante la mentira de un orden irreal que ellos encarnarían. Contra eso también batallamos. Contra eso también resistimos.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).