En la alegría del pueblo por el mundial hay un mensaje espiritual profundo

  • Imagen
    Festejos callejeros en Argentina durante mundial Qatar 2022
    Foto: Noelia Guevara
DOSSIER

En la alegría del pueblo por el mundial hay un mensaje espiritual profundo

18 Enero 2023

El país en la calle

En la expresión del pueblo en ciudades, pueblos, poblados y caseríos de todo el país, con motivo del triunfo de la selección nacional de fútbol en Qatar, hay una voz profunda que es necesario sentir para poder actuar en el rumbo de la unidad y la transformación. Lo que exponían los habitantes sencillos de Pozo Hondo, en Santiago del Estero, que se veía en una filmación que atravesó el país, es profundo y definitivo. En un paraje de tono chaqueño (por la planicie que solo existe en Suramérica), habitantes pobres y sencillos, se movilizaban en carro, viejas motos y a pie, con sus banderas argentinas, sus sueños y su alegría, expandiendo risas y sonrisas, motivados por el sentimiento común que expandió la selección argentina. Y que resonó en las provincias y aún en el puerto, esquivo en su dirigencia a la unidad nacional. Ese es el espíritu irrenunciable de un pueblo difundido hacia todas y todos para hacer ver que una reunión colectiva desde el mismo corazón de la tierra, “no es de naides y es de todos”. Un hecho de acentuado sentido espiritual, era protagonizado por el abrazo masivo de una sociedad que, sin proponérselo, estaba susurrándole al mundo su ánimo de sentir en común, en la unidad de los sentimientos y la decisión irrevocable de iniciar días nuevos en su historia.

“Ya me estoy solito, angustiando estrellas/ velando la marcha sencilla de los que quedan”, cantaban los Hermanos Nuñez en su “Chacarera del 55” y revelaban ese ritual de juntarse para celebrar los asuntos del pueblo. “Que me moje el vino que viene lento./ Que me nombre el hombre que está contento./ Que se saque todo el dolor de adentro.” Sacar todo el dolor de adentro, una clave para comprender que sucedía ese 20 de diciembre de 2022, que contrastaba con los días del 19 y 20 de diciembre del 2001, cuando el pueblo salió a las calles de todo el país para enfrentar la injusticia, el saqueo y la muerte. Ese pueblo que hizo del fútbol su voz para dar una lección de unidad, de organización (más de 6 millones de personas de movilizaron en todo el país sin incidentes mayores), en una ceremonia de alegría que trascendió al mundo. No se ha contado que al obelisco, llegaron el 20, varias decenas de napolitanos, belgas, brasileños y uruguayos que agotaron los pasajes de su país para percibir en la emoción, un momento singular en un planeta convulsionado. 

La felicidad y el presente

El rito de millones de personas fue en presente. Se celebraba aquello que se podía compartir, que no era un hecho en soledad, que podía ser resignificado por los otros y el escenario, lo supimos luego, fue el planeta. Celebraban en Qatar, en Bangla Desh, en Egipto, en Costa de Marfil, en Marruecos, La Paz y en Asunción, en Lima y en Bogotá y en capitales europeas se movilizaban los argentinos para acentuar el logro de los jugadores argentinos. En Washington, en su obelisco, había argentinos y latinoamericanos, dando rienda suelta a su alegría. Ahora, ¿qué significación tiene este episodio movilizador en el presente y el horizonte de los argentinos?

La historia nacional tiene una enorme riqueza en expresiones del pueblo frente a determinados episodios. En este caso, se trató de un evento deportivo que tiene un aspecto cultural con lo que se podría aventurar, en rumbo a la fe poética que señalaba Alejandro Dolina, como un gran evento cultural político. Si había un “olvidao”, como en la chacarera de Néstor Garnica, salió masivamente a ocupar el espacio que lo reconoce. “De mí no se acuerdan./ Dicen que nunca vieron./ Que no soy de aquí, que ya no tengo remedio”. La juntada visualizó entonces al olvidao, que eran niñas y niños de 12, 13, 14 años que crecían con los de 10, 20 o 25, que se unían al coro inapelable a mujeres y varones de 30, 45, 53 o 70, que acompañaban a esa expresión que no tiene retorno. Y sucedía en presente, el tiempo exacto del mensaje que se escuchaba en las calles. Que contrasta con quienes cuando se dice, en discursos políticos que ahora deben ser reencausados, que el futuro es la causa. Para el pueblo, como lo suele decir Ricardo Pignanelli, el futuro es hoy. 

En la historia, hay que recordar que Manuel Belgrano planteaba que una misión de gobierno era dar felicidad a su pueblo. En su reglamento para los pueblos las Misiones trataba la temática, y luego Perón convirtió en realidad esas ideas con la recuperación de derechos (tomó del “Fuero gaucho” de Güemes, que sostenía los derechos económico sociales de sus soldados, ideas para el Estatuto del Peón de Campo que profundizó luego, Cristina). El valor de la felicidad en términos de derechos, fue luego y es propio del peronismo. 

Ahora, cuando se trata del hecho deportivo y se lo vincula con lo social y cultural, parecería un despropósito. Sin embargo, tanto la movilización como las recepciones a los jugadores en sus pueblos, el reconocimiento a la mención del título mundial como propio de los argentinos, apuntaló el sentido de lo que se jugaba en los actos. Esos jugadores son hijos del pueblo, sus historias, como lo es la de Maradona, nacen en el mismo piso social que el de la mayoría de los demandantes. Como la del “Fideo” Di María, la de Enzo Fernández o la de Julián Álvarez sin olvidar al Dibu Martínez. La canción de “La Mosca”, resumió en parte, los contenidos del suceso, el recuerdo a los caídos en Las Malvinas, la historia de Diego y lo que sentían y vivían, millones de argentinos. Sintetizaba que había algo más en lo que percibían las personas y los colectivos sociales, y que se iba a resignificar en las calles. Y lo sintetizaba en la figura y la pasión de Lionel Messi, el jugador sensible que seguía los pasos del gran Maradona, el héroe que nació en el barro.

La cultura y el pueblo

De ahí que el contenido cultural de esa movilización inédita en la historia nuestra, exprese ese clamor de unidad, acaso la imperiosa necesidad de una renovación generacional en la dirigencia, si, la irrupción de la Argentina de los 47 millones. En cierto modo, la movilización a la casa de Cristina en meses anterior, mostró la presencia de niñas, niños y jóvenes que expresaban a esas nuevas generaciones. No había únicamente militancia en ese peregrinar por la justicia. Y es en esa diferencia donde se debe ahondar para “escuchar al soberano”, que no fue al obelisco y a cada plaza del país a “hacer política”, sino a mostrar que un país está en pie y siente algo semejante, desde Ushuaia a La Quiaca sin dejar a nadie afuera. Sería como marcar en cierto modo, el fin de la globalización y una etapa de la injusticia cuyo costo no puede seguir sostenido por las mayorías nacionales y regionales. Los poderosos son muy caros para que la Nación y la sociedad continúen pagándolos con el dolor, la injusticia, el despojo del trabajo, la salud, la educación y la felicidad. Qué al mismo momento de producirse la irrupción del pueblo en una celebración, haya quienes pretenden impedir la creación de nuevas universidades, no es casual. Que esos opositores de la reacción, argumenten sumidos en su amargura porque no pueden transferirla, permite corroborar ciertas conductas que deben ser repudiadas con actos de justicia. 

Esos exponentes de la amargura, no compartirían impresiones de Aristóteles para quien, la felicidad, consistía en tener un fin que se podía situar en la ética, un valor propio de una nación que aún sufrido con las heridas de la injusticia, pone a la alegría en el centro de su ética de la existencia y solo la expresa en el ritual compartido que pone a cantar y a bailar en las calles, ese espacio común resignificado en 1945, en 1973, en 2003, en 2010 (con la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo) y en 2019, cuando todos los oficios se resumen en el difícil oficio de vivir. Qué es lo que se percibió este 20 de diciembre, en un acto colectivo que habría de sensibilizar al mundo. Ahora se trata de tomar nota desde las diferentes escalas de la cortesanía política (la otra Corte, se sabe, no escucha, oprime) para escuchar y dar forma a una nueva época en la que se acabe la prisión de las imposiciones de los poderosos. De ahí que Perón trabajaba para “Que las futuras generaciones de argentinos puedan sonreír desde la infancia”.

Es imposible entonces, continuar manteniendo los caprichos de los que saquean la libertad de los pueblos. En Argentina, una vez más, hay que tomar lecciones con el pueblo, con un grupo de jugadores de fútbol, un técnico y algo más, para comprobar que es posible. Como la alegría. Aunque le falten los dientes y se la vea extender su mano para pedir un pedazo de pan desde sus ojos de niña y su corazón de niño. 

*Alejandro C. Tarruella es periodista y escritor. Sus libros más recientes, son “Güemes, el héroe postergado” (segunda edición, diciembre 2022) , la novela “Las muertes de Albornoz, “Historias secretas del peronismo” y con Víctor Carricarte (Secretario general de la Asociación Empleados de Farmacia), “El Núcleo del Movimiento de Trabajadores (MTA) en la Resistencia al Neoliberalismo. 2015 al 2019”.