El Cadete: una apología de la risa kirchnerista, por Juan Manuel Ciucci

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El Cadete: una apología de la risa kirchnerista, por Juan Manuel Ciucci

02 Mayo 2017

La señora ríe expansiva, ocupando el espacio que la rodea. Todo su cuerpo se expresa en esa risa larga, cargada. Se ríe, parece, de un largo rato de tener atragantada esa risa. Incluso, ríe antes de escuchar el chiste de turno, la salida ingeniosa que propone el espectáculo, el silencio que incita a buscar en nuestro acervo la gracia sugerida. Hay una espera de lo humorístico que compartimos, de una instancia construida a partir de aquello que añoramos, que funda el vínculo con el espectáculo que hemos venido a compartir. Se crea comunidad, en tiempos complejos para eso.

El Cadete de Navarro sale a escena, con el casco que arrastra de una moto que parece permanentemente encendida. Hay cierta urgencia transmitida del trabajo ultra-explotado del mensajero citadino, que recorre los pasillos del poder lejos de aquellos románticos patines del viejo Tato Bores. Son tiempos sin tiempo, aun más veloces que aquellos que transitaban los profundos parloteos del hombre con frac.

Pedro Rosemblat le pone el cuerpo a esta idea, que de la televisión salta al teatro, como una especie de necesaria contigüidad. Y allí quienes por las noches lo ven en sus pantallas, y ríen, encuentran una oportunidad para reír con otros. Es un lugar al que muchos caen en banda, y que ante la menor mención del tema a tratar, refuerzan con variadas onomatopeyas grupales lo que están ya seguros va a acontecer. En esa espera cómplice, se funda esta comicidad: qué de nuevo va a decir El Cadete de esto que tanto puede indignarnos, como movernos a risa. Esa sorpresa es la que funda la unión que recorre el teatro, cierta devoción hacia el personaje con una fuerte carga de ternura ante su hacer.

Alguna vez le dije que su fama, que se vuelve un tanto preponderante cuando se comparte una marcha con él, por ejemplo, era grata porque se fundaba en una apreciación sumamente cariñosa de su persona. Es una fama popular, pensé, que no busca los brillos que puede darle la tele, sino que nace de un apego por alguien que dice lo que muchos quieren, y provoca desde allí una fuerte identificación. De allí las fotos, los chistes, las interrupciones al espectáculo, los pedidos a viva voz en la sala. Le piden a él, como si se pidieran a ellos, lo que decir.    

Humor en la campaña

Que sea el Teatro Roma de Avellaneda el que me toca visitar para verlo, suma intriga e interés a la propuesta. El conurbano siempre nos atrae más, a los que tuvimos la suerte de nacer allí. Los grados de verdad que pueden vivirse adquieren otra profundidad, lejos de “las luces del centro” que tanto mal le han hecho a quienes por ellas dejan deslumbrase. O al menos eso nos dice el tango, vaya uno a saber. Lo concreto es que este modelo de gira le otorga a la obra una salida a la campaña, al territorio en el que lo dicho puede provocar un descoloque o una furia, o donde el amor se brinda sin tapujos, como esa carcajada que la señora vuelve a largar.  

Y que pone a El Cadete de Navarro, además, en pleno transito de una campaña electoral que se asoma, pero permanece un tanto escondida todavía. De allí que muchos de los chistes o citas, hablen mucho más de este hoy hacia mañana, que de las rémoras de lo que nos ha acontecido en la “década ganada”.

En eso la obra reivindica una de las facetas más interesantes del humor político inusualmente transitada: la búsqueda de la risa desde un ideario político concreto, lejos del humor de la antipolítica que repasa la actualidad con el sinsabor del todolomismo, tan de moda en los `90 y que amenaza con volver. El Cadete baja línea, desde el principio hasta el final.    

¿Y qué sentido puede tener, entonces, reírnos como kirchneristas? La sensación que por un momento me atraviesa es de cierto hastío, ante los chistes de los cuales sólo nosotros nos reímos. ¿Para qué hacerlos, entonces, si somos tan solo nosotros los reidores? Pero rápidamente acompaña esto un sentimiento de regocijo, ante tanta malaria transitada, donde el compartir esta risa es también un modo del reencuentro. La sensación hasta de un sentido común compartido, un modo de retornar desde el humor a un grado de sensatez necesaria, donde podamos entre todos y todas recuperar los hilos de este ridículo que nos gobierna. Que no es tan sólo el Presidente, claro está, sino lo inverosímil de tanta pavada celestial en avalancha que se instala como norma, con los fantinos de la vida intentando indignarnos o los caseros de la tele sin saber qué más decir.

De las posibles definiciones, me gusta la que piensa que el humor "puede ser, por su rebote, un arma de combate en la medida en que, al exorcizar la angustia, infunde confianza al combatiente y en que, al desinflar la amenaza, priva al adversario de su arma psicológica”. Así entendido, El Cadete nos recupera el estado de ánimo tan vapuleado que muchos y muchas arrastramos. Hay algo de eso en esta promesa, que no por nada busca de diversos modos citar al Mordisquito discepoliano.

Una respuesta ante la cadena nacional del desánimo, como bautizara a la oposición mediática Cristina, que aunque ahora sea la cadena nacional de la alegría oficialista, será siempre para nosotros pura angustia. Porque nos duele lo que hacen. Porque nos enferma lo que nos mienten. Porque no nos reímos de lo mismo que a ellos/ellas les causa risa. Hay una grieta, claro, y hay que saber de qué lado uno está. Y en especial, en este complejo 2017. El Cadete lo sabe, y desde ahí es que nos agita. Por las risas que me vienen llegando, parece va por buen camino.

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).