Chile y la invasión alienígena, por Álvaro Erices

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Chile y la invasión alienígena, por Álvaro Erices

28 Octubre 2019

Por Álvaro Erices

Detenciones, palos, balas, gases lacrimógenos, persecuciones, torturas, vejaciones, saqueos inducidos por fuerzas del orden, violaciones, fusilamientos, ¡desaparecidos! Las imágenes y videos que se viralizan en las redes sociales a través de Prensa Opal, Piensa Prensa, Revista de Frente y otros medios independientes, nos transportan a la atrocidad que se vivenció a partir del 11 de septiembre de 1973; eco de las turbulencias más oscuras del ser humano. 

No, señora. Este no es un texto tremendista. Todo esto está pasando y va a seguir pasando en Chile. Lo cierto es que ni el más agudo de los intelectuales podría haberse imaginado la hora exacta en que todo empezaría a suceder. 

Conmociona ver el momento en que una adolescente es alcanzada por un balazo en la zona pélvica mientras ella mira a su alrededor sin saber qué le está sucediendo a su cuerpo que no para de derramar sangre a borbotones en el cemento. 

Produce una enorme indignación visualizar a un pibe veinteañero que perdió uno de sus ojos debido a una bala de goma disparada a mansalva por parte de un carabinero exorbitado y alucinado. 

Genera repulsión y rabia escuchar por Whatsapp la voz de una psicóloga que cuenta desesperadamente que las niñas y adolescentes que están siendo detenidas son manoseadas y amenazadas con la punta de las armas en sus cuerpos y que muchas todavía no llegan a sus casas. 

Se suman a la memoria colectiva las reminiscencias de la matanza de Lo Cañas en 1891, la del Mitin de la Carne en 1905, la de Plaza Colón de Antofagasta en 1906, la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique en 1907 a manos del comandante de ejército Roberto Silva Renard, equiparable en la Argentina a la masacre de los Talleres Vasena en 1919. 

También retorna la masacre de San Gregorio en 1921, la masacre de Ranquil en 1934, la matanza del Seguro Obrero en 1938, la masacre de Plaza Bulnes en 1946, la de Puerto Montt en 1969, la de Laja y San Rosendo en plena dictadura militar de 1973 -sin olvidar los miles de detenidos desaparecidos a nivel nacional-, la matanza de Corpus Christi en esa misma época, entre muchas otras violencias. 

Lejos de encasillar binariamente estos antecedentes históricos como enfrentamientos entre dos demonios o dos bandos o dos equipos irreconciliables, puede inferirse que una noción represora ha calado profundamente en la cultura chilena desde antaño y se metió de lleno en la intersubjetividad de la sociedad como algo transversal que no respeta procedencias de clase. 

No se explica de otro modo el accionar asesino como contra respuesta de carabineros y militares que disfrutan con el dolor ajeno y juegan a los pistoleros con la venia de la ley sin ningún tipo de causa más que “resguardar los bienes privados y públicos”, como dijera el presidente Sebastián Piñera. 
 
Aunque resulte difícil concebirlo, estas fuerzas del orden pertenecen al mismo pueblo chileno al igual que quienes salen a las calles no provienen de un planeta alienígena. Son parte de la misma ciudadanía que sufre la injusticia de un Estado ausente y maltratador, lo cual complejiza mucho más la grieta ideológica existente en Chile y multiplica las dificultades que tienen actualmente los movimientos sociales y las organizaciones políticas de encausar la rabia contenida por décadas en un proyecto político nacional, popular y democrático. 

Si bien es sorprendente la numerosa convocatoria en las calles chilenas, un factor a resaltar es que vastos sectores de escasos recursos y medios, a los que podría llamárseles “apolíticos”, han guardado un enorme silencio frente a la reciente revuelta popular. 

Esto ocurre porque una gran parte de la sociedad chilena mantiene sus cosmovisiones integradas en la estructura represiva cultural portaliana. Por lo cual existe un peligro real de que la actual administración del Estado logre atemperar las marchas y manifestaciones activando reformas y medidas paliativas que a primera vista parecerán de plena vocación social. 

La salida de la gente a las calles es el combate directo y de frente a ese sentido común conservador, pero gran parte del millón de personas que participó en Plaza Italia de la marcha más populosa de la historia de Chile no está organizada. 

Con justicia y razón, mucho se está escribiendo acerca de los motivos por los cuales se produjo la salida intempestiva del pueblo a reclamar por sus derechos, las consecuencias de la dictadura de Augusto Pinochet, la defección del socialismo allendista y la Democracia Cristiana a partir del proceso transicional de 1989, etcétera, pero poco sobre el futuro y quiénes lo capitalizarán. 

Es por esto, y mucho más, que se puede trazar un paralelismo entre el ideario de derechos que se reclama hoy en las alamedas de Chile y el ideario de derechos proyectados desde principios del siglo XX mediante la unión de trabajadores, obreros, productores, industriales, estudiantes, oficiales jóvenes del Ejército -Marmaduke Grove incluido- y otros actores sociales en la autoconvocada Asamblea Constituyente de 1925. 

Lo que se propuso ahí fue un Estado totalmente nuevo y que pusiera como política principal el desarrollo de la producción nacional, la industrialización, la integración de la sociedad. Totalmente distinta de la concepción del mundo de la clase política y militar corrompida. 

Como bien lo relata el historiador chileno Gabriel Salazar -chapeau para él-, la historia oficial y los programas educativos directamente ignoran este proceso de ciudadanización emancipadora que vivió Chile a principios de siglo XX y que desembocó en la traición del presidente Arturo Alessandri Palma, quien terminó por impulsar la Constitución de 1925 de espaldas al pueblo e ignorando sus genuinas propuestas al designar un comité técnico-constituyente que plasmó las ideas liberales de la Constitución portaliana de 1833; conseguida a raíz de la derrota bélica de los ejércitos independentistas de 1810 a manos de un ejército mercenario. Es decir, toda la fuerza histórica acumulada hasta ese momento fue burlada, atemperada y capitalizada por la clase dominante. 

La invasión alienígena, que no es otra cosa que el verdadero rostro del país abriéndose paso, tiene una oportunidad histórica de repensar el concepto de democracia y el de la política misma. Por eso en este momento de tensión que vive Chile es pertinente recordar las palabras de Nicolás Casullo en el libro “Peronismo. Militancia y crítica” (1973-2008), colección Puñaladas de Editorial Colihue, para establecer un diálogo o un puente de posibilidades que permitan pensar lo que acontece:
 
“Esta particularidad, de imperar como mayoría y al mismo tiempo relativizar los marcos de la democracia burguesa, repercutirá en la conciencia popular como perpetua dualidad de concepción política. En primer término, el peronismo será la sostenida lucha democrática de las masas dentro de los espacios y diseños administrados por la dominación. Al mismo tiempo, como segundo momento de esa lucha el peronismo desde sus orígenes expondrá la desmitificación de la democracia burguesa. Eso el sistema es el primero en entenderlo: por eso con violencia lo derroca, por eso con violencia lo proscribe. Pero esta dualidad de concepciones que anida en lo popular argentino será lo que permitirá generar y manifestar al Movimiento Popular, una noción abierta y rupturista (de lo establecido) en cuanto a la lucha democrática en términos políticos, sociales y culturales. Pero, lo que es más importante, esta doble conciencia (contradictoria) de nacimiento y avance peronista como profundización del marco democrático y a contrapelo de los otros protagonistas de la democracia, le dificultan al Movimiento popular resolver aquello para lo cual pareciera estar siempre y exclusivamente habilitado: ser sujeto  de lo que podríamos llamar una tercera alternativa, entre las fuerzas que postulan la democracia como formalismo parlamentarista y aquellas otras concepciones que reniegan ideológicamente de la democracia burguesa, como pura invención del enemigo”. 

Me atrevería a aseverar que este tipo de profundización democrática, siempre y cuando incluya en sus consignas la lucha del pueblo mapuche bajo un proyecto nacional integrador, es el próximo estadío que Chile, con su propia idiosincrasia, debe trazar.