Venezuela: la lección del Caracazo

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Venezuela: la lección del Caracazo

27 Febrero 2018

Por Geraldina Colotti, desde Roma (*)

En Venezuela se recuerda la revuelta del Caracazo. El 27 de febrero de 1989, las masas, empobrecidas más allá de todo límite por las medidas impuestas por el Fondo Monetario Internacional, bajaron desde los cerros y pusieron todo patas arriba. Una revuelta popular espontánea a la que el entonces presidente Carlos Andrés Pérez (de centro-izquierda) respondió dando órdenes al ejército de disparar. Hubo más de dos mil muertos, sepultados en las fosas comunes.

La magnitud de la masacre fue negada y luego fuertemente reducida en el número, no obstante preciosos testimonios como el de la documentalista Lilian Blaser, que lo ha mostrado en algunos de sus trabajos, desarrollados durante los años del socialismo bolivariano. Se estaba entonces en la llamada IV República. El gobierno estaba en una alternancia entre centro-derecha y centro-izquierda, nacida del pacto de Puntofijo. Un pacto suscrito para imponer el Consenso de Washington a través de democracias camufladas que excluyeran del poder a los comunistas y los militares progresistas, que habían participado a la expulsión del dictador Marco Pérez Jiménez.

Años de guerrillas y represión, y de masacres como aquellas de El Amparo, Cantaura, Yumare... La revuelta del Caracazo sedimentó en la conciencia popular, fue sin lugar a dudas un elemento que llevaría a la rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992, guiada por Hugo Chávez. Esa rebelión no obtuvo la victoria con las armas, sino que preparó aquella de las urnas que dará la Presidencia a Chávez, en diciembre de 1998. Pero desde ese entonces, sobre los muros del país aparecieron escritos que decían: 27+4 = 31 de febrero. 31 de febrero, una fecha que no existe, una utopía a la que aspirar conjugando historia y presente, llevando a síntesis las articulaciones de la lucha, sin absolutizar ni una sola.

Un mensaje que la Revolución Bolivariana prueba a renovar hasta en estas condiciones difíciles, en que trata de resistir sin perder su fuerza ideal, no obstante los ataques perpetrados contra el gobierno de Nicolás Maduro. “O inventamos, o erramos”, es el lema. Proviene de la historia, de Simón Rodríguez y de los Libertadores que, desde la lucha contra la esclavitud hasta hoy, han dado la vida por una verdadera independencia del continente y por la libertad de las cadenas de la explotación. Cierto, se puede errar también “inventando”, pero la única lucha que de seguro se pierde es la que no se combate.

Una lección olvidada en un país como Italia, rico de historia pero ahora pobre de memoria, y por esto incapaz de poner los ladrillos sólidos sobre los cuales hacer flamear nuevas banderas.

En este sentido, la historia de Venezuela habla también de nuestra historia. Somos el país de la resistencia traicionada. Somos el país de la revolución fracasada, reprimida y cancelada y demonizada. Sepultada bajo centenares de cadenas perpetuas impuestas a los guerrilleros de los años ‘70, víctima de una venganza infinita. Somos el país que hace de  los actos fascistas una simple cuestión de “ignorancia”, que desde hace mucho tiempo ha reducido las cuestiones sociales a cuestiones de orden público y el conflicto de clases en el perímetro de la legalidad burgués.

La incapacidad de leer lo que sucede en Venezuela, la incapacidad de alinearse con los pueblos que buscan un propio camino, son síntomas de nuestra impotencia. Es la derrota de una izquierda, paralizada y desorientada, que ha terminado por asumir los programas de la derecha, de la OTAN y de la Unión Europea.

En Venezuela, las clases populares han logrado la victoria confiándose de la historia: sin avergonzarse de los intentos revolucionarios, también los fracasados, pero portadores de ideales y de aspiraciones de renovar en el presente: como ladrillos sobre los cuales construir una nueva casa. Y son ya casi dos millones las casas construidas por el pueblo en el ámbito de la Gran Misión Vivienda Venezuela.

Para reflexionar sobre la Venezuela bolivariana y sobre un 31 de febrero todavía por venir, para ellos pero también para nosotros, no sirve recurrir a modos o modelos, importados, edulcorados o mal masticados. Por el contrario, sería útil recurrir a la historia. Por ejemplo, regresar a las experiencias de “democracias populares”, a aquellas formas de gobierno instauradas, luego de la Segunda Guerra Mundial, en los Estados de Europa centro-oriental pertenecientes al campo socialista.

Intentos para experimentar una trayectoria de transición al socialismo, diversa de la dictadura del proletariado, en la que se recuerdan las reflexiones de Georgi Dimitrov. Dimitrov fue un revolucionario búlgaro que guió la insurrección comunista de 1923 y que en 1948, en una fase distinta, en el contexto creado por la Guerra Fría, supo reconocer las angostas puertas en las que se habían encerrado aquellas hipótesis suyas formuladas algunos años antes. ¿Logrará el experimento venezolano hacer de la democracia participativa y protagónica la base de una efectiva transición a nuevas relaciones sociales? La apuesta es dura, y el juego concierne también a aquellos que, en Italia, no quieren resignarse al capitalismo.

Lo importante, para nosotros, no es la búsqueda de conexiones artificiales entre situaciones que históricamente no tienen comparación, sino las enseñanzas que podamos sacar. Nos interesa entender cuánto y de qué modo las experiencias pasadas interrogan los nuevos caminos de las transformaciones sociales: para evitar golpearnos la cabeza contra los mismos muros.

Una relación productiva con la historia significa esto. Una relación que nosotros, en Europa y más aún en Italia, culpablemente hemos perdido. Y cada día pagamos el precio, frente a la extraordinaria capacidad de memoria demostrada por el enemigo de clase sobre todos los planos de la vida social.

 

(*) La periodista italiana Geraldina Colotti ha cubierto la actualidad venezolana y de la Patria Grande para medios de su país y del mundo, incluyendo a esta AGENCIA. Recientemente publicó el libro Dopo Chávez. Come nascono le bandiere (“Después de Chávez. Cómo nacen las banderas”). La traducción de esta nota estuvo a cargo de Gabriela Pereira.