Lucio Mansilla y el Estado en el territorio

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    Lucio Mansilla

Lucio Mansilla y el Estado en el territorio

06 Octubre 2025

Durante los comienzos de la gestión de Domingo Sarmiento al frente de la presidencia de un país aún partido, pero en avance acelerado hacia el Estado Nacional, su decisión de destituir a Lucio Mansilla de su cargo y después transferirlo hacia la frontera, en la Guarnición de Rio IV en el año 1870, se convirtió en la condición de posibilidad, primero, dar cuenta de la factibilidad de una estrategia de intervención estatal con protagonismo comunitario, después, para la aparición de dos documentos que marcaron a fuego su época y aún interpelan la nuestra: el casi desconocido, -pero leído por un sector determinante  de la élite dirigente- Cuadro completo del estado de los Toldos y el célebre, Una excursión a los indios ranqueles. Sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa, de la cual se encargó el propio Mansilla, porque las autoridades del Estado que avalaron su propuesta de tratativas con los ranqueles, si nunca previeron la posible publicación de la Excursión , aún menos podían imaginar su impensada forma de intervención en el territorio y sus propias reflexiones, construidas a una distancia inconmensurable del canon de la época articulado por los intereses ganaderos y la ideología positivista que los fundamentaba. 

 
El viaje

La designación que pudo haber sido el final de su carrera política, fue para Mansilla, la fuerza que lo empujó a idear una acción audaz, tan audaz, como internarse en territorio ranquel por el cual ninguna otra partida militar se había aventurado, para consolidar un acuerdo de paz firmado con anterioridad, pero del cual los ranqueles sospechaban sobre su cumplimiento por parte del Estado Nacional. Con ese objetivo en mente, redactó una solicitud que en pocos días fue aprobada por el propio Sarmiento, y con esa legitimidad y recursos mínimos, Mansilla inició la travesía hacia el corazón de la Tierra adentro.   

“Me dirigí al corazón de las tolderías seguido de un puñado de hombres animosos provisto de algunos regalos, charque riquísimo, aplicar, sal, yerba y café, once soldados, cuatro oficiales, dos frailes y yo”


Mansilla, claro, no era un soldado más, contaba con una importante cantidad de recursos para desafiar con diplomacia, todo lo que tenía en contra, por ejemplo, los humores de los gobernantes de turno, como el del propio Sarmiento, reconocido por su temperamento legendario, pero Mansilla era, al fin y al cabo, el sobrino de Juan Manuel de Rosas, hijo de Nicolás Mansilla, el héroe de la Vuelta de Obligado, talentoso escritor, un militar audaz, como probaba su participación en Pavón, Cepeda y la Guerra del Paraguay y dato no menor, era, de cierta forma, pariente del hombre con el cual el Estado nacional tenía que tratar para construir su paz en la frontera, porque  el cacique Mariano Rosas, de niño Pangitruz, antes de ser raptado por los blancos, era nada menos que el ahijado de Don Juan Manuel. Por otro lado, Mansilla no dejaba de ser un hombre que había apoyado a Sarmiento en su ascenso al poder. Con todas estas credenciales a favor, fue que consiguió el aval oficial para su expedición, pero lo que siguió después fue el desarrollo de una experiencia impensada, incluso para el propio Mansilla, que vio en ella la necesidad y oportunidad de describirla a partir de un testimonio trascendente.

Y su apreciación fue correcta. A más de 150 de aquella expedición, el valor descomunal de ambos textos de Mansilla, es el de haber visto a los indios como “otros” con apetencias y desdichas tan válidas como las de cualquiera al otro lado de la frontera, como un habitante legítimo de estas tierras y antes que como un desafío, como una víctima de la civilización y los civilizados.  Lo dirá Mansilla en sus reflexiones, de distintas formas a lo largo de los dos textos a los que dio origen la misma disposición estatal:  

 “… ¿qué han hecho los gobiernos, que ha hecho la civilización en bien de una raza desheredada, que roba, mata y destruye, forzada a ello por la dura ley de la necesidad? (…) No hay peor mal que la civilización sin clemencia”. 

En un tono apenas más formal que el de la Excursión, aunque a años luz de los documentos impersonales, escritos con abuso de jerga de la tradición burocrática, y en el que no se privó de narrar los bautizos que presenció y la propuesta de padrinazgo que recibió de Mariano Rosas para una de sus hijas, recomendará en uno de los puntos del Cuadro sobre el estado de Los Toldos, que la integración es un proceso ya en marcha por el propio empuje del capitalismo, en otro, sobre el carácter pacífico de los ranqueles, quienes no significaban ninguna amenaza para el Estado:

1.La generalidad de los indios desea la paz por instinto de propia conservación, por temor de ser invadidos tarde o temprano y porque han adquirido necesidades que no pueden satisfacer sino estando en contacto pacífico con los cristianos. 

2.Que estas dos tribus representan una población de diez mil almas (…) y mil doscientos indios de pelea.

3.Que no son crueles, que tienen hábitos de trabajo, que están muy mezclados con los cristianos y que la empresa de reducirlos completamente, cristianizarlos y civilizarlos conquistando sus brazos para el trabajo ni es ardua ni larga (…)

Intervenciones

¿La expedición de Mansilla fue acaso un puño blando de la dominación estatal? ¿Fue el policía bueno antes del cachetazo roquista? ¿Fue acaso un relevamiento territorial adelantado a su tiempo?  Todas las respuestas tienen su cuota de verdad a la luz de alguna teoría al paso sobre el Estado.

¿Qué hubiera ocurrido si la Excursión a los indios ranqueles no hubiera sido leída por la sociedad como la expedición de un aventurero audaz, sino como un manifiesto sobre la integración de los otros? ¿Hubiera alcanzado que un sector de la población viera con otros ojos “el problema indio” para cambiar el curso de los acontecimientos que conocemos? Sabemos en todo caso que las tendencias de la historia empujaban en otro sentido, del cual la élite criolla se supo servir, así como también lo hizo de los apuntes y recomendaciones redactados por el propio Mansilla en sus informes en donde se detallaban cantidades de indios, disputas internas, y cuál era la predisposición para la lucha entre los ranqueles. 

En cuanto al carácter estatal de la expedición, como los textos a los que dio lugar, son aspectos evidentes, sin embargo, eso no quiere decir que todo haya sucedido de acuerdo a un plan preestablecido. El mérito de Mansilla fue que, en distintos sentidos, supo forzarlo, al mismo tiempo que demostró una capacidad de reflexión más profunda que la de sus contemporáneos de la élite criolla, no nacida de una inteligencia individual, sino de su mayor humanismo, por su apertura para conocer de primera mano la comunidad sobre la que debía intervenir y compartir con ella su vida, al menos por 18 días que fueron suficientes para desarticular las construcciones mentales que sobre ella se establecían desde los escritorios de la ciudad puerto. Y es por esto que lo expuesto en el Cuadro y la Excursión perduran en el tiempo como el testimonio del proyecto de país que no fue, a la vez que, como una prehistoria pertinente como experiencia de gestión de los trabajadores estatales, y de sus funcionarios. Historia compleja, e intrincada, por supuesto, en la cual las excursiones no represivas del Estado hacia sus fronteras son atípicas, y por eso, material abierto a la reflexión sobre las formas de construir vínculos con la comunidad. 

Sobrevidas 

La respuesta del Estado, a las recomendaciones redactadas por Mansilla en 1870, fue cinco años después de ella, en 1875 la zanja de Alzina y en 1880, la llamada Conquista del desierto que dio origen a la consolidación del Estado argentino a partir del genocidio indio. 
Mariano Rosas, Pangitruz, de niño cautivo de los blancos y su sirviente, después ahijado de Rosas, más tarde fugado y ya con los suyos, cacique, como su padre, murió en 1877 con la suerte negra de evitar el degüello que les esperaba a los suyos. Sin embargo, sus restos no quedaron a salvo de la barbarie de los civilizados, porque el Coronel Eduardo Racedo informado de la ubicación de su sepultura excavó su cráneo como trofeo, para dárselo a Estanislao Zeballos, quien durante años lo expuso en el museo de Ciencias Natrales de La Plata hasta el año 1949, con el número 292 aplicado con sello entintado. Sus restos fueron devueltos a su comunidad recién en el año 2001, luego de una movilización de la comunidad ranquel reorganizada, exigiendo sus restos, lo cual ocurrió en ceremonia oficial, en la cual habló el gobernador del pueblo ranquel, Carlos Campú, refiriéndose a todo lo ocurrido:

“Después de que falleció (el 18 de agosto de 1877) vinieron (el Coronel Racedo) y le profanaron el cráneo. Es de un genocida hacer eso. Siempre hemos sido humanos como cualquiera, nada más que con diferente pensamiento y con distinto color de piel. A veces estoy muy renegado porque parece que todavía molesta cuando uno habla de los derechos de nuestra cultura”.

Mansilla, el otro protagonista de esta historia, fue amonestado por su expedición y el Congreso, como suponía Mariano Rosas, desautorizó todo lo actuado dando de baja el acuerdo alcanzado en el territorio. Pero, la carrera política de Mansilla continuó y con éxito, apoyando primero a Avellaneda y después a Roca como presidentes, quizás porque la fuerza de las locomotoras era más fuerte que las intuiciones o porque en definitiva Mansilla no dejaba de ser también él, un hombre de la generación del 80.