Ellos o nosotros… o de cómo un tonto no puede oler al diablo

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    Cuadro Blanco y Negro
DEBATES

Ellos o nosotros… o de cómo un tonto no puede oler al diablo

30 Septiembre 2022

“No me filmes, vos sos un violento”, decía a los gritos una profesora universitaria blanca y heteronormada a un joven moreno, migrante, en una reunión pública, abierta y de interés para la comunidad educativa y en la que ella era representante electa. Ese mismo joven fue objeto de risas burlonas, de parte de estudiantes y docentes, en ese mismo espacio de reunión, por su forma de expresarse. La risa, como forma de invalidar discursos, de excluir, segregar. Los intereses particulares, los deseos de primar sobre otres por parte de sujetos privilegiadxs de la academia sitúan y construyen la otredad en dos lugares: Ignorante o violento.  

La risa, en tanto burla impugnadora, excluye. Cuesta creer que no lo adviertan.

Muchos de estos actores académicos se horrorizan, sacan declaraciones plagadas de invocaciones humanistas sobre el respeto a la “democracia”, la “diversidad” y la necesidad de ser “empáticos”, denunciando el discurso de odio imperante en la sociedad argentina. Pareciera asi que hay sujetos que carecen de odio y otros que están llenos de ese combustible afectivo que lleva, potencial pero indefectiblemente, a la violencia física explícita. 

Pero la cosa es más compleja y las responsabilidades más amplias de lo que suelen marcarse. ¿Qué habrá sentido ese pibe? Una profesora, en una instancia en la que debería promover la polémica, en encuentro y discusión de perspectivas e intereses contrapuestos, desde su lugar de privilegio y poder lo descalifica de plano al acusarlo de violento y le niega a todo el resto de la comunidad la posibilidad de que una reunión pública fuera difundida. ¿Qué lugar eligirá para su posicionamiento político alguien de quien se ríen, lo descalifican anticipadamente para la toma de la palabra y le impiden que comparta públicamente lo que se dice en el marco de una reunión de una institución pública para el debate y ejercicio, valga la redundancia, de la cosa pública?

Afortunadamente en la facultad donde esos hechos sucedieron existe un peronismo capaz de contener y orientar la bronca de ese pibe ante la arbitrariedad del poder y los privilegios que conforman las verdaderas “microviolencias” cotidianas y muy a menudo inadvertidas. En esa misma facultad circula, entre algunas agrupaciones políticas de Palermo-Palta, la idea que de otras “dan asco” y ello no da cuenta del profundo desagrado que les produce por su imagen, por su olor, por su forma de actuar, por su forma de ver el mundo y expresarla aquel que es diferente. Y sí, como decía Kusch, nuestra carne mestiza huele. 

El rechazo a aquel o aquella que queda en el lugar de lo asqueroso, de lo abyecto para Butler (así les privilegiades nos entienden, porque puede que Kusch les de asco) es el lugar del excluido, del paria, del que debe ser dejado afuera.

Y allí hay una punta de ovillo de la que tirar. Porque el odio tiene su punto de partida en el displacer producto de la insatisfacción del yo narcisista que emerge a un mundo con una serie de tensiones internas y cuya primera sensación reconocible, inevitable, es el hambre y que el otro viene o al menos intenta calmar, pues, siempre queda un margen de insatisfacción.

La presencia de ese otro (en el mejor de los casos) busca a través del afecto sosegar la tensión de esa biología que surge en medio de sonidos y luces que abruman. El amor viene a calmar las sensaciones displacenteras y producir placer. La polaridad odio-amor así presentada queda estrictamente asociada a la polaridad placer-displacer cuando el amor se presenta, la tendencia predominante es al acercamiento del objeto, hasta incorporarlo, después de todo es el proveedor de sensaciones placenteras. Por el contrario, cuando el objeto produce impresiones displacenteras la acción es  alejar el objeto, rechazarlo, incluso agredirlo con el objetivo de eliminarlo. Qué mejor que aniquilar aquello que nos produce incomodidad en línea con lo expresado hasta aquí, lo que perfectamente podría ser representado en el asco.

Aquí está el nudo de nuestra preocupación los posicionamientos cada vez más extremos en relación con el sistema político en general dan cuenta de un  enorme displacer, un cúmulo de frustraciones, e insatisfacciones que tienen distintos sectores de la sociedad que no obtienen ni de cerca lo necesario para cubrir sus posibilidades de autoconservación y al mismo tiempo una tremenda ineficacia por parte de los sectores privilegiadxs del progresismo para reconducir los displaceres, los malestares, los cuestionamientos, las diferencias en los marcos de la política. 

Los medios de comunicación han sabido captar con precisión la posibilidad de aglutinar a estos sujetos excluidos y sus odios, que preexisten a su pronunciamiento masivo, repetitivo, a través de las estructuras mediáticas. A tal punto que han logrado que los sujetos abyectos tampoco soporten la existencia de los otros, a los que dirigen su odio. Y aún peor, lleguen a considerar que la mejor forma es que desaparezcan y que una forma de cumplir el objetivo de manera radical sea eliminar a aquellos dirigentes que en su imaginación representan esa otredad.

Sin embargo, lo llamativo es la pavorosa colaboración del siempre bien intencionado progresismo vernáculo que termina, bajo la pretensión ilusoria en la mayoría de los casos, de incluir minorías, generando que los sectores excluidos de las relaciones de producción, que los pobres, además agregan un plus de malestar por ciertos modelos de cómo ser completamente correctos.

Hablar de forma inclusiva, tener interés por la ecología y por las diversidades sexuales son una serie de temas e inquietudes necesarios, importantes, pero hoy alejados de los problemas de los sectores más postergados de la sociedad. Pasaron a segundo plano la falta de trabajo y sus efectos nefastos asociados, el hambre y la miseria, el caldo de cultivo para el odio se potencia día a día, frustración a grados exponenciales sin que haya Otro/Estado que demuestre capacidad de detener el malestar.

Resulta lógico entonces que muchos profesores privilegiades añoren otro tipo de conducciones estudiantiles más propensas a discutir con verborragia cargada de categorías y citas de autor, que con estudiantes que de forma directa reclaman y logran que ciertas frustraciones de origen encuentren modos placenteros de ser resueltas en términos gremiales. La autoridad privilegiada sigue sin percibir que son estas acciones cuestionadas las que impiden la expansión del odio, siguen sin entender el peronismo.

Habrá que ser muy cuidadosos, por otra parte, en no exagerar las diferencias político gremiales en esa facultad de la que hablamos y en otros ámbitos, porque de lo contrario lo que algunos llaman discurso del odio solo servirá para encasillar a cualquier posición que cuestione cierto estado de las cosas y de ese modo acallar al que pretende algo diferente. 

Es decir, bajo pretexto de que el otro odia cuando no piensa igual y lo pronuncia con énfasis, el progresismo busca por todos los medios invisibilizar la demanda del otro y eliminar su posición por anómala  como si esa acción no expresara la esencia más íntima del odiar. Y en el medio la claridad de las derechas argentas, su odio de clase, claro y sintético. 

“Nosotros o ellos”, decía Lopez Murphy. Y ese nosotros y ellos sumado a la marginalidad, el cuentapropismo y los rebusques a los que las políticas económicas nos llevan, junto a un descontrol territorial y una muy débil eficacia del Estado que es visto como reproductor de privilegios de sectores medios y altos, poco cuidador de los habitantes. Un Estado que te cierra un barrio popular completo mientras deja que los y las chetas salgan a hacer running en plena pandemia se vuelve parte de las cosas a odiar, también para nuestro jovén migrante al que la profesora gritaba violento sin revisar sus privilegios.

De alguna de las cosas descritas es desde donde podemos buscar un punto de mira para desvelar el odio de un grupo de jóvenes capaces de cometer un magnicidio. De ese nosotros y ellos también escribió hace mucho Richard Hogart. El mundo de “ellos” era el de los jefes, sean estos individuos del ámbito privado o públicos. “Ellos” eran los de arriba, los que ejercían el poder, los que repartían las ayudas sociales, los que tenían la posibilidad de que sus hijos no fueran a la guerra, los que daban órdenes. 

Pero los poderosos, los verdaderamente poderosos, tienen tiempo para pensar y para reordenar el tablero desde su continuo divide y reinarás. Ellos hoy reorientan el conflicto de modo horizontal, una pelea entre bandas que parece una cuestión de cancha. Mientras el asado se vuelve un bien suntuario unos se enfrentan a otros con discurso opuesto. 

Cada uno considera que los "odiadores" son los otros, y ese laberinto es una trampa, no tiene fin. Estamos todos en la lona y el circo que nos ponen enfrente, sistemáticamente, todas las semanas. 

Esa es la astucia de los poderosos. Entramos en su juego e incluso la bien pensante y progresista profesora, por un puñadito pequeño de privilegios y creyéndose la hacedora de lo bueno y lo correcto, reproduce esa matriz que enfrenta a unos y otros mientras ellos se la llevan toda.

Entramos en ese juego. Y no nos damos cuenta que por tontos el diablo quema campos, nos amenaza de muerte, vende soja al precio que quiere y se caga en nuestras narices. Escuchen a los pibes blanquites, porque el infierno va a quemar parejo para todes.

* El artículo contiene lenguaje inclusivo por decisión de sus autores

* Integrantes del Frente por una Comunicación Nacional y Popular

Cada uno considera que los "odiadores" son los otros, y ese laberinto es una trampa, no tiene fin. Estamos todos en la lona y el circo que nos ponen enfrente, sistemáticamente, todas las semanas.