El empate frentista

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El empate frentista

31 Agosto 2017

Por Agustín Chenna

Pasaron ya unos días de las elecciones legislativas y la situación debe llamarnos a una profunda reflexión para quienes somos militantes del campo nacional y popular.

Lo primero que voy a decir, es que el actual proceso es la continuación de uno que inició luego del “Cristinazo” de 2011 –con una derecha decidida a no permitir nunca más tal resultado- y escuche, por primera vez, en boca del actual candidato a diputado nacional Héctor Fernández un tiempo antes de la elección del 2015: el empate hegemónico. Esta situación quedo evidenciada en el ballotage de 2015, donde dos fuerzas radicalmente opuestas, que se encontraban en pugna por ocupar el rol hegemónico de la política argentina, resultaron prácticamente empatadas en la elección nacional con 600.000 votos de diferencia. En este caso, la dicotomía que determinaba la pertenencia del elector, aún perteneciendo a ese tercio de la población que no votaba por ninguna de esas fuerzas en pugna, era evidente: kirchnerismo u oposición, continuación o cambio. Así, por oposición, fue que Cambiemos tuvo la estrategia ganadora, cooptando el doble de votos que el Frente Para la Victoria.

Si bien lo ocurrido en el 2015 no era de difícil predicción (para quienes poseen la increíble capacidad de dejar de observar lo que “debería ser” como “lo que es”), las elecciones transcurridas hace unos días dejaron mal parado hasta al mejor de los cuadros políticos, y ni hablar de los encuestadores. Luego de dos años de un gobierno completamente reaccionario, la alianza Cambiemos no solo conserva potencia electoral, sino que la ha incrementado.

No tardaron en aparecer los genios del análisis político –que casualmente son los que han demostrado en esta elección no pelear siquiera un consejero escolar en la localidad más afín- a simplificar la cuestión: “Cristina 34, Massa 16, Randazzo 6: Mas de la mitad de la población voto al peronismo. Juntensé.”. Lo que obvian estos compañeros es que, si el análisis político fuera tan lineal, fácil sería ser Presidente de la noche a la mañana.

A lo que asistimos, en cambio, hace unos días, es a una nueva versión del empate hegemónico. Para resumir lo que dije antes, tres cosas lo diferencian de la elección de 2015:

  • La primera, es que ya no es una dicotomía entre sentidos de pertenencia o afinidad, sino que entran en disputa frentes partidarios de carácter movimentista. El massismo, aún quedando afuera de la disputa entre las fuerzas hegemónicas, comprendió muy bien este proceso.
     
  • En esta elección no había bueno por conocer. Los frentes partidarios no representan esperanzas o anhelos, sino que son modelos de gobierno tangibles para todos los votantes.
     
  • El empate hegemónico no solo alcanza a quienes pertenecen a una de las dos hegemonías. Igual porcentaje de votos tienen, en su conjunto, quienes no se encuentran representados en ninguno de los dos modelos de gobierno. Es igual de sorprendente observar que, a priori, este tercio de la población bonaerense no se dividiría abruptamente por uno u otro como lo ocurrido en el ballotage, sino que esa migración sería bastante equilibrada.

Entrando ya en el terreno de la subjetividad y de la acción, me inclino a pensar que es en el sector de la sociedad que no se ve reflejado en ninguno de los dos modelos de gobierno donde más énfasis debemos hacer,  ya que sufren de un desclasamiento atroz. Saben que un modelo exclusivo no los va a contener, pero creen que un modelo inclusivo los perjudica. Este desclasamiento se da, en parte, a que las fuerzas en pugna están librando una batalla cultural y de sentido en la que, francamente, nos ganaron por goleada. A pesar de eso, este empate hegemónico es el sello de esta etapa y va a ser, por lo menos, el de los años siguientes. Lejos de destrabarse esta situación para uno u otro lado, hoy no solo los votos están empatados; también lo están las fuerzas y la batalla misma.

De un lado, Cambiemos tiene casi todas las cartas: Referentes académicos con prestigio construido, los medios de comunicación para difundirlos y blindarlos mediáticamente, y el apoyo de la principal potencia imperialista recientemente ratificado por el vicepresidente Mike Pence. A todo esto se le suma, tristemente confirmada, la capacidad de alteración del orden democrático. Del otro, Cristina y el movimiento nacional –que conserva el mayor poder de movilización de la Argentina-, tienen una sola carta, aunque es la más importante de todas: Tienen razón en que un modelo excluyente deja afuera a la mayoría de la población, y un sector importante de esta no solo se da cuenta sino que además lo pregona.

Por último, y para concluir, cabe destacar el campo de batalla actual. Este es (y será) el sector de las capas medias. Mediante el aparato comunicacional, las clases altas buscan cooptar a las clases medias a través de la penetración cultural. Por reflejo o por aspiraciones a pertenecer, algunos sectores de las clases trabajadoras ingresan de lleno en este campo de acción de las fuerzas enemigas. Hoy más que nunca, el movimiento nacional y popular debe estar en resistencia. Resistir al embate colonizador de las clases trabajadoras y deconstruir el pensamiento adulterado de las clases medias es nuestra tarea fundamental. La capacidad de construcción y convencimiento son los ejes fundamentales de la nueva etapa, para los cuales es fundamental comprender que no deben bajarse banderas ni abandonar la fe. Manteniendo este empate en el campo de lo subjetivo -tarea difícil para nosotros por demás-, y a sabiendas de lo que ocurre cuando se ajusta salvajemente al pueblo argentino, las condiciones objetivas son las que van a determinar que tarde o temprano la balanza se incline hacia uno u otro lado. Y sabemos que, más temprano que tarde, se va a inclinar por el lado de los que tienen la razón.

*El autor es militante de Peronismo Militante de Merlo, Buenos Aires.