Messi ¿y compañía?

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Messi ¿y compañía?

26 Junio 2014

Por Ulises Castaño

Cualquiera que haya leído una crónica los días previos al partido entre Argentina y Nigeria disputado este miércoles en el estadio Beira Río de Porto Alegre por la última fecha del grupo F, seguramente imaginaba una ciudad copada (algunos medios locales hablaban de “invasión”) por simpatizantes argentinos, envuelta en cantos de cancha y cargadas a los históricos rivales. Y no se equivocaban.

Los que tenían entrada; los que vinieron para tirarse un lance; los que aun sin entradas llegaron hasta Porto Alegre para alentar; cada uno lo vivió cómo y desde dónde pudo, -como en cualquier punto de la Argentina y el mundo, allí donde hubiese un argentino-, confirmando e incluso superando con creces la expectativa generada.

Dicho esto, si en términos futbolísticos esa expectativa fue cumplida en mayor o menor medida es difícil determinar. Por un lado, el equipo ya estaba clasificado, y es lógico que baje el nivel de exigencia de hinchas y jugadores. Por el otro, el equipo argentino es candidato, tiene al mejor jugador del mundo, y cerraba su participación en una de las zonas más accesibles, lo cual obliga siempre a confirmar con espectáculo y resultado.

El partido arrancó prometiendo mucho durante los primeros cinco minutos, donde al gol tempranero de Messi, quien capturó una carambola entre palo y arquero derivada de un disparo de Di Maria, le siguió casi inmediatamente el empate de los africanos a través de Musa, con una impecable definición al segundo palo, imposible para Romero, Sin embargo, el juego no volvió a arrancar nuevos suspiros hasta el cierre del primer tiempo cuando Messi ¿quien sino? la colgó de tiro libre para irse con un 2 a 1 a favor. No habían terminado de salir del vestuario para el segundo tiempo cuando llegó nuevamente el empate nigeriano, otra vez por Musa. Finalmente, casi como una recompensa por tanto ir y también por tanto desparpajo, Marcos Rojo puso el 3 a 2 definitivo con un rodillazo después de un córner de Lavezzi.

En la general, si bien se vio un Di Maria que cada vez se parece mas al que se conoce y se espera, decidido, rápido y rematando de media y larga distancia, un Mascherano de gran nivel, acaparando el mediocampo con un trabajo tan sucio como necesario, y se contó con mas ocasiones de gol que en los dos partidos anteriores, aunque otra vez con escasa participación de Agüero (reemplazado por Lavezzi) e Higuaín, de nuevo fue el diez el responsable excluyente de la victoria argentina.

Esta vez, incluso, el crack no estuvo tan intermitente como en los encuentros anteriores, y aún cuando el desenlace fue similar, este cronista no puede evitar pensar, por descabellado que suene, que de a ratos “la pulga”, parece tener todo controlado, a tal punto que en esta oportunidad le bastaron 65 minutos para marcar dos goles y desnivelar otras antes de ser reemplazado por Ricky Alvarez con el objetivo de preservarlo de cara al partido de octavos frente a Suiza el 1 de julio en San Pablo.

Como se dijo, la copa confirma una marcada supremacía americana. En este marco, Brasil y Argentina, además de perfilarse como favoritos siempre, asegurarían una final de alto impacto. Sin embargo, según lo visto hasta acá, da la sensación que esta vez ese plus puede venir con trampa: ambos se han mostrado muy dependientes de sus figuras, goleadores y salvadores de sus equipos con cuatro goles cada uno tres partidos.

Si esta tendencia termina por imponerse hasta la ultima jornada, una final entre los gigantes sudamericanos podría resolver el eterno dilema de la sucesión del trono del 10 que hace años desvela a ambos. Quien sabe, tal vez a ninguno le importe demasiado esta discusión de forma si viene con trofeo.