¿La Intifada silenciosa de Jerusalén?

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¿La Intifada silenciosa de Jerusalén?

31 Octubre 2014

Por Ezequiel Kopel

Algo está pasando en Jerusalén; ya no son sólo choques rutinarios que se repiten cada viernes cuando jóvenes árabes bajan desde la Explanada de las mezquitas, después de las plegarias del mediodía, y chocan con las fuerzas de seguridad israelíes. Es mucho más que las continuas protestas que acontecen desde hace años, a metros de la Ciudad Vieja y centro turístico del lugar, por la constante expansión de asentamientos judíos en el barrio de Silwan. Lo que ocurre desde hace tres meses en Jerusalén, más precisamente en su parte Este, es un levantamiento -silencioso pero constante- de sus ciudadanos israelíes de origen palestino. Algo parecido a lo que comúnmente se conoce como una "intifada"; de baja intensidad, es cierto, pero que parece tensar sus músculos para convertirse, tarde o temprano, en una protesta de masas contra las acciones de la ocupación israelí en donde, según creen los palestinos, debería ser la futura capital de su estado independiente.

La fecha de inicio de las protestas es difusa, pero con certeza han comenzado hace aproximadamente cuatro meses con el secuestro, junto a la posterior tortura y muerte, del joven palestino Mohamed Al Khedir, de 16 años. El rapto se dio en el marco de un ataque revanchista de extremistas judíos que, de acuerdo a sus propias declaraciones a la justicia israelí, buscaban "vengar" el asesinato de tres adolescentes israelíes mientras hacían dedo para trasladarse a un asentamiento dentro de los territorios ocupados, y que fue el inicio de la operación “Margen protector”, la última de las escaladas en el conflicto palestino-israelí. El salvajismo empleado contra Al Khedir por parte de sus secuestradores, que lo obligaron a tragar nafta y luego lo encendieron fuego mientras estaba conciente, horrorizó a la opinión pública de Israel. Sin embargo, la respuesta por parte de sus autoridades policiales no hizo más que inflamar la ya delicada situación: primero hicieron correr el rumor de que el embate había sido un “ataque de honor” debido a las supuestas inclinaciones sexuales de Mohammed; más tarde trataron de impedir el velatorio por considerar que podía inflamar "las protestas nacionalistas" y luego reprimieron ferozmente al primo de la víctima, un joven norteamericano de 15 años, que se había unido a una masiva insurrección popular que clamaba justicia por la muerte del adolescente, todo captado en un video que se difundió en las redes sociales. Por esas protestas, la policía israelí arrestó “sólo” a 760 palestinos residentes en Israel, de los cuales “sólo” 260 eran menores de edad.

Si bien los conflictos en Jerusalén Este datan desde el comienzo de la ocupación de la zona por parte de Israel y su rápida anexación en 1967, este año se intensificaron luego de que parte del área, específicamente la que comprende el campo de refugiados palestinos de Shufat (el único campo de refugiados palestinos que se encuentra dentro de Israel) sufriera la cancelación del suministro de agua potable durante casi un mes. Las autoridades israelíes justificaron el problema con la excusa de que la municipalidad de Jerusalén sólo puede garantizar agua a no más 15 mil residentes del barrio (actualmente en Shufat viven entre 80 mil y 90 mil personas). Los habitantes de Shufat, junto a los vecindarios árabes al norte de la ciudad como Ras Shehada, Ras Khamis o Dahyat A’salam, viven la particularidad de estar dentro de los límites municipales de Jerusalén y, a la vez, estar apartados de la ciudad que integran por el muro de separación israelí: una barrera de concreto de ocho metros de altura, que intenta dividir los centros urbanos israelíes de los territorios palestinos ocupados.

La situación es kafkiana, puesto que, a pesar de tener documentos israelíes, ser considerados "residentes permanentes" (no ciudadanos del estado) y tener el derecho a voto, las autoridades de la ciudad no se creen obligadas a cumplir con ciertos deberes para con su población árabe si están de lado equivocado de la barrera. A pesar de que Shufat, junto a todo Jerusalén Este, ha sido anexado al Estado de Israel desde hace más de 47 años, y sus pobladores pueden hacer uso del sistema de salud israelí junto a los beneficios sociales correspondientes como ciudadanos de la ciudad, la municipalidad no provee los bienes básicos como la recolección de basura o el servicio de ambulancias. Todo esto se suma a que la policía israelí muy rara vez ingresa a la zona y brilla por su ausencia cuando es convocada por algún ciudadano del barrio. Es decir, los residentes de Jerusalén Este son pobladores de la ciudad, no de Israel -que los considera de "segunda categoría"-, y que ha revocado la residencia de más de 14 mil personas en las últimas décadas. El abandono de sus barrios junto a su deficiente infraestructura es un claro ejemplo de la indiferencia del estado: mientras que 300 mil árabes viven en Jerusalén, conformando el 37 por ciento del total de los habitantes de la ciudad, un informe de la Asociación por los Derechos Humanos en Israel, presidida por el reconocido escritor Sami Michael, sentencia que el 79 por ciento de los residentes de los barrios árabes de la ciudad viven por debajo del nivel de pobreza.

El 22 de octubre pasado, un ciudadano árabe del barrio de Silwan, también en la parte este de Jerusalén, atropelló con su auto a una mujer, su esposo y su pequeño hijo de tres meses, provocando la muerte del menor. No es coincidencia que el asesino provenga de Silwan -como tampoco que el escenario en el cual se realizó el ataque sea una estación del nuevo y ultra moderno tren que inauguró la municipalidad, buscando unir a los barrios árabes con las zonas judías de la ciudad, y que es vista por los palestinos como un "símbolo de la ocupación”-: si lo que está pasando en Jerusalén es "una insurrección urbana -según palabras del periodista israelí Shlomi Eldar- Silwan es el principal punto de donde proviene la violencia". Por su parte, el ministro de Seguridad Interna, Yitzhak Aharonovich, intentó calmar los ánimos y dijo luego del ataque: "Yo no veo una Intifada, sólo algunos eventos complicados que deben ser detenidos. La calma debe ser restaurada en la ciudad". Pero, un día más tarde, el premier de Israel, Benjamín Netanyahu, contradijo a su propio ministro al afirmar: "Jerusalén está bajo ataque".

 

Silwan es un foco de constante tensión y violencia desde el principio de la ocupación israelí de Jerusalén Este: la proliferación de asentamientos judíos son considerados como la bandera insignia de la colonización de Jerusalén por su estratégica ubicación, a metros de las murallas de la Ciudad Vieja y sus lugares santos, y porque allí se encontraba, hace más de 2000 años, la antigua ciudad fundada por el rey David. Las intenciones son claras desde hace tiempo: cambiar el carácter nacional y demográfico –y también religioso- de un barrio totalmente árabe para transformarlo en una zona mixta israelí-palestina.

"ONG´s israelíes de extrema derecha como Lehava, Elad y Ateret Cohanin compran casas en sensibles y estratégicas áreas de Silwan. A pesar de que la compra puede ser legal, miembros de estas ONG´s se mudan a estas casas, que se transforman en complejos fortificados custodiados por fuerzas de seguridad israelíes, con grandes ceremonias y desfiles de colonos que buscan irritar y provocar a los residentes árabes indicando que su llegada tiene la intención de convertir a Silwan en un barrio judío, no de convivir con los árabes", dice Yehudit Oppenheimer, directora ejecutiva de Ir Amin, organización que promueve la igualdad de las poblaciones árabes y judías en Jerusalén. A principios de octubre, Silwan observó cómo decenas de colonos judíos tomaron posesión (en una transacción legal determinada por el valor del dinero) de veinticinco apartamentos en siete complejos habitacionales, en lo que significó la mayor afluencia de colonos a esa parte de la ciudad en los últimos 20 años.

Una de las mayores razones de las protestas en Jerusalén Este es la falta de respuesta, por parte la municipalidad, a la extrema escasez de vivienda destinadas para la población árabe. Mientras que se aprueban tan sólo decenas de permisos de construcción o ampliación de espacios ya construidos para el sector árabe, los barrios judíos en la parte oeste de la ciudad están en constante desarrollo, y la expansión de los asentamientos israelíes en la parte este de la ciudad crecen sin parar. La decisión de no entregar permisos que contemplen el aumento demográfico de la población árabe termina por promover la construcción ilegal que, a su vez, desemboca en órdenes de demolición emitidas por las agencias correspondientes. Las demoliciones de casas o habitaciones en Jerusalén Este se han convertido en una peligrosa rutina que fomenta violentos choques entre los habitantes y la policía. Para los palestinos de Jerusalén, esta política, junto con la infame ley municipal que obliga a los habitantes a demostrar que la ciudad es el lugar de su morada principal con el fin de que su residencia no sea revocada, es una muestra cabal de que el Estado de Israel hace todo lo posible para que la población árabe no crezca en la ciudad y, tarde o temprano, la abandone. El anuncio de Netanyahu, a principios de esta semana, de la construcción de 1060 nuevas viviendas en otros barrios judíos de Jerusalén Este, no puede más que confirmar las más fatalistas predicciones.

Por si algo faltaba para empeorar las cosas, aparece la intención, por parte de algunos diputados israelíes, de alterar el statu-quo religioso que rige en la Explanada de las Mezquitas, donde se encuentran el Domo de la Roca y la Mezquita de Al -Aqsa (y que en el pasado fue el lugar del antiguo Templo de Salomón). Actualmente, los judíos pueden acceder al lugar donde estaba ubicado su centro religioso más importante, sólo dos horas al día y no tienen permitido rezar ni conducir ceremonias religiosas, según un acuerdo formalizado por el fallecido ex ministro de Defensa israelí Moshe Dayan junto a las autoridades islámicas que controlan el complejo en 1967. No obstante, algunos miembros del partido de gobierno de Netanyahu intentan desafiar la medida, como la legisladora Miri Regev, que desde junio de 2013 ha conducido 14 sesiones sobre el tema en el Comité para Asuntos Internos que ella misma preside en la Knesset (Congreso Israelí). Vale destacar que en los últimos diez años sólo se habían desarrollado cuatro sesiones sobre tan delicada cuestión. Las restricciones que sufren los musulmanes para ingresar al complejo que se encuentra en la Ciudad Vieja se han intensificado con el paso de los años. Por ejemplo, en el último Ramadán, el acceso se ha restringido sólo a personas mayores de 50 años durante los viernes, el día donde los musulmanes de toda la zona acuden en masa. Un atentado producido el pasado miércoles 29, donde un atacante solitario baleó a Yehuda Glick, prominente activista por la reconstrucción del antiguo Templo Judío en la explanada de las Mezquitas, demuestra que la pata religiosa del conflicto está latente y sólo espera su oportunidad para apelar, como siempre, a los peores instintos humanos.

Jerusalén es la Ciudad Santa por excelencia, sin dejar de ser un cúmulo de supersticiones e intolerancia, violencia y conflicto. El constante objeto de deseo de imperios y gobiernos que, pese a carecer de algún tipo de valor militar estratégico mayor que el otorgado por la creencia religiosa del gobernante de turno, es el hogar multiconfesional de numerosos credos. Nutridas creencias donde cada una considera que esa disputada porción de tierra le pertenece sólo a ella, con una tradición tan sectaria que cada confesión excluye y trata de eliminar el pasado de la otra. Y el dominio israelí, a pesar de ser el más contemplativo de la historia con respecto a las otras denominaciones religiosas, no pretende ser la excepción a una regla fijada a través del paso de los siglos, y que sólo aventura más muerte y conflicto. Una zona donde la religión siempre divide y jamás une; una ciudad que a pesar de denominarse "unificada" está más dividida que nunca.

Fotos de Ezequiel Kopel