El fútbol y el eterno retorno del machismo

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El fútbol y el eterno retorno del machismo

29 Enero 2018

Por Juan Martín Ramírez Bolaña

El machismo en el fútbol argentino es algo cotidiano, instalado, que cada tanto es noticia cuando aparece en sus versiones más explícitas: agresiones, amenazas, golpes y hasta violaciones. Estos casos revuelan los medios unos días, llenan horas de programación, páginas y redes sociales y desaparecen a medida que la pelota corre y vuelve la normalidad. En el medio, sólo se exponen las miserias del ambiente.

Como si se tratara de una historia que se repite, con mayor o menor repercusión, las reacciones en torno a estos casos también tienen patrones similares. El primer paso, siempre, es defender al jugador cuestionando a la víctima: que la mujer denunciante solo quiere fama o dinero a costa del futbolista exitoso. Aunque como uno no termina de poner las manos en el fuego, el segundo argumento es que el club y el hincha sólo lo pueden juzgar por lo que hace adentro de la cancha. O sea, mientras rinda y sirva para ganar, que haga lo que quiera. Por último, también está la victimización del jugador: que lo acechan problemas fuera de la cancha (como si no los generara él) y que sus problemas de conducta afectan también su rendimiento, como si lo importante fueran sus rendimientos y no que acose, abuse o cometa delitos.

El caso de los jugadores de Boca, Wilmar Barrios y Edwin Cardona, dejó en evidencia esto. El periodista Leandro Aguilera propuso que haya sólo una sanción económica en caso de que fueran culpables, poniendo en duda la denuncia de las mujeres por amenazas, abuso y lesiones. Luego le dio aire a hinchas que dijeron que las mujeres solo querían plata (incluso un padre dejó que su hijo dijera eso) y que había que juzgarlo por lo que hacían en la cancha. Todo interrumpido por un “Dale bo dale boca”, como si se tratara de un ataque al club y hubiera que defenderlo. En un contexto ceñido por la falta de información y conciencia al respecto, los medios gráficos y televisivos parecen buscar la legitimación del “común de la gente” para reforzar el patrón; y lo consiguen dejando en evidencia hasta dónde son capaces con tal de mantener el status quo machista.

Claro que ante estos casos no todas las reacciones son iguales. Rosario Central intervino directamente ante las agresiones de Tobio, sancionándolo económicamente y promoviendo acciones para la educación de sus futbolistas y juveniles en torno a la violencia contra la mujer. Por el contrario, Angelici declaró que había que dejar a la justicia actuar (en la cual él tiene mucho peso) y aseguró que a la semana siguiente los jugadores iban a estar entrenando con el resto del plantel, volviendo todo a la normalidad. 

Estas actitudes y defensas sólo ayudan a reproducir la violencia machista. No se trata de una camiseta, de algún club. Al contrario, pensarlo en esos términos es no ver el fondo del problema. No hay clubes o hinchas moralmente superiores; no se trata de defender los colores. La cuestión son los valores que alimentan y se reproducen en el mundo del fútbol.

El fútbol es un ámbito de reproducción y confrontación de los valores sociales dominantes. Es también uno de los pocos lugares a los cuales todavía la mujer no puede entrar, ser protagonista. No hay mujeres dirigentes y no se promueve el fútbol femenino desde las dirigencias. Al contrario, las expresiones hablando del macho y la hombría siguen siendo dominantes. No es casual que Tévez haya declarado que lleva a su hijo a Fuerte Apache “para que reciba un par de sopapos, porque sino podía doblar la muñeca”. Tampoco ello, en definitiva, tuvo gran repercusión, porque esos son los valores dominantes: no se puede alejar del prototipo de macho.

Es hora de dejar de acusarnos o defendernos según los colores involucrados. Defender un club, defender los valores que promueve, va más allá de las personas. La violencia hay que condenarla, porque eso daña al club, al fútbol y a todos nosotros. Entender que las cargadas sobre la falta de hombría, con fuerte componente sexual, son homofóbicas. Que el jugador no es intocable y sus “errores” fuera de la cancha muchas veces son delitos. Si los hinchas reaccionamos en consecuencia, vamos a conseguir que el fútbol mejore y sea más igualitario.