Silvia Goldman: “La distancia ha posibilitado la escritura, es casi como haber cambiado de idioma”

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ENTREVISTA

Silvia Goldman: “La distancia ha posibilitado la escritura, es casi como haber cambiado de idioma”

25 Diciembre 2022

Sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, portugués, árabe, bengalí y hebreo. Publicó los libros Cinco movimientos del llanto (Hermes Criollo), De los peces la sed, (Pandora Lobo Estepario), miedo (Axiara ediciones) y árbol y otras ansiedades (Isla Negra). Obtuvo un accésit en el Premio de Poesía FILLT 2020 y fue finalista en varios premios internacionales. Es doctora en Estudios Hispánicos por la Universidad de Brown y enseña en la Universidad de De Paul. Es miembro de la plataforma cultural Contratiempo y conduce el podcast “Adentro de la voz hay un poema”.

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?

Silvia Goldman: No recuerdo cuál fue el primero, sí recuerdo el primero que leí con una vela encendida porque había apagón. Tenía 7 u 8 años, el libro se titulaba algo como Los gemelos Bobbsey y la mona detective, de Laura Lee Hope. Leía esa colección en una traducción española, ahí aprendí palabras como “palomitas de maíz”, “embarcadero” y el verbo “carraspear”.

APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)

S.G.: Los libros se pueden abandonar o, al menos, me doy ese permiso desde hace algún tiempo. Borges decía que los libros deben traer felicidad; Kafka, que deben ser algo así como un hacha que nos parta en dos; algo de eso busco. Quizás más el hacha que la felicidad. He abandonado muchos, en general, me perdono esos abandonos. El único abandono que no me he perdonado es el de Chico Carlo, de Juana de Ibarbourou. Quería leerlo porque me lo había regalado una persona muy querida, pero nunca lo pude terminar. Lo intenté varias veces, así que no me perdoné varias veces. Para atenuar el castigo autoimpuesto, lo tenía muy cerca y lo firmaba obsesivamente. Ahora no sé dónde está, ojalá esté todavía, me gusta pensar que está todavía y que puedo volver a intentarlo. Mientras pensaba en esta pregunta, me dio por pensar que todo libro es, en sí mismo, la consecuencia de un abandono, porque para que el libro exista, se publique, se lea, alguien tuvo que abandonar la escritura del mismo.

APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?

S.G.: Y también se huelen, se tocan, se doblan, se coleccionan, se marcan, se suceden, se pierden, se escuchan, se aparean sobre una mesita, se pierden, duelen, se miran, se retoman, se traicionan, se hacen infinitamente más pobres y también más ricos.

APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?

S.G.: Ficciones, de Borges; en especial, el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote” (todavía me parece increíble) y “Las tres versiones de Judas”. La poesía completa de Alejandra Pizarnik, en especial, El infierno musical y Árbol de Diana. La boca de testimonio, de Tamara Kamenszain, Arturo y yo, de Arturo Carrera; Seres queridos, de Vera Giaconi, creo que es uruguaya. Me interesa mucho autoras como Claudia Masin y Elena Anníbali.

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De los peces la sed

APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?

S.G.: Los Diarios y las reflexiones de Kafka, Si esto es un hombre, de Primo Levi; Men in the Off Hours y Plainwater de Anne Carson; Profanaciones, de Giorgio Agamben; On Grief and Reason, de Joseph Brodsky; The Lonely City: Adventures in the Art of being Alone, de Olivia Laing, Los papeles salvajes, de Marosa Di Giorgio; Lazos de familia, de Clarice Lispector; Don Quijote, y muchos otros.

APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificado?

S.G.: El artista del hambre, de Kafka.

APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?

S.G.: Me acuerdo de no querer que terminara Cien años de soledad, la primera vez que lo leí, de volver sobre lo leído; no recuerdo las palabras finales, sí una suerte de sensación de vértigo. No recuerdo finales, quizás algo de La Metamorfosis, pero también, y más que nada, una vaga sensación de angustia y malestar por Gregorio. Tenía el recuerdo de la hermana tirándole una manzana, pero acabo de comprobar que es su padre que lo espanta con un bastón para que se vuelva a meter en su cuarto. Más bien, lo que recuerdo son comienzos: Por ejemplo, el de Lolita y el de Rayuela, también el de Cien años de Soledad y el de La Metamorfosis. Uno de los más magistrales, para mí, es el de La inmortalidad, de Kundera, tan absoluto, tan poético, todo está allí en el gesto que hace Agnes: “¡Aquella sonrisa y aquel gesto pertenecían a una mujer de veinte años! Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza. Era como si lanzara al aire un balón de colores para jugar con su amante. Aquella sonrisa y aquel gesto tenían encanto y elegancia, mientras que el rostro y el cuerpo ya no tenían encanto alguno. Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo (…)”.

APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?

S.G.: Comencé a leer con avidez antes de los 8. También, y ya más deliberadamente, a los 13, después de escuchar a mi profesora de idioma español leer “Canción del jinete”, de Lorca. Ahí me compré un cuaderno amarillo a doble espacio y empecé a anotar todas las palabras difíciles.

APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?

S.G.: Escribo notas en el celular, tengo muchísimas, cada día trabajo algunas notas de una forma casi azarosa, cuando siento que hay algo más, me las envío al correo y las convierto en documentos de Word. Antes leía también en voz alta, después, quise buscar otra música así que dejé de leer en voz alta. Ahora quiero volver a leer en voz alta para encontrar otra música que no sea ni la de antes ni la de después de haber dejado de leer en voz alta.

APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?

S.G.: Uso el celular, es lo único. Escribo como si no escribiera. Luego visito las notas escritas de lo que supuestamente no escribí. Es curioso que prefiera la pantalla al papel, porque prefiero leer en papel y comencé a escribir en papel.

“Todo libro es, en sí mismo, la consecuencia de un abandono, porque para que el libro exista, se publique, se lea, alguien tuvo que abandonar la escritura del mismo”.

APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?

S.G.: Todavía no tengo una respuesta absoluta para eso. En la escritura no utilizo el lenguaje inclusivo. No es una decisión deliberada, es que no me siento cómoda del todo con la “e” y la “x”; uso la “x” para encabezar una carta o un email en la que me dirijo a un grupo, pero encuentro problemático usarlas en la escritura de un ensayo o un poema; por un lado, porque hay gente que no va a entenderlo y se va a desconectar inmediatamente; por otro lado, porque me ubica en un espacio afectivo que no me es familiar, eso no quiere decir que no lo pueda ser alguna vez, pero ahora no lo es. Prefiero usar las palabras neutras que ya existen en el castellano si estoy escribiendo un ensayo, por ejemplo. Quiero decir, evito usar el masculino, aunque muchos digan que es neutro en esos casos. La verdad es que no lo es. Así que, si es posible, uso otras opciones como “persona”, “gente”, “cada quien” en vez de “cada uno”. Por otra parte, desde hace algún tiempo, vengo pensando, y no sé si tenga sentido o no, pero que yo me he sentido cómoda de poder referirme a mí misma con “uno”; quiero decir, me resulta interesante que las mujeres podamos asumir el masculino porque también indica, de alguna manera, la posibilidad de asumir otro espacio afectivo e identitario; en ese sentido, podríamos pensar que los hombres no tienen esa libertad, el mandato de masculinidad se mantiene para ellos en los pronombres y en todas las categorías de la lengua. El mandato de feminidad es, en este sentido, más flexible y más fluido. La lengua nos da esa posibilidad, sabemos cómo es habitar, al menos lingüísticamente, el masculino. A los hombres, esos espacios afectivos, les han sido vedados. En este sentido, me parece un interesante ejercicio que los hombres puedan utilizar el femenino, ¿qué espacios se abrirían ahí?, ¿qué libertades suscitaría?, ¿qué flujos? A la vez, pienso que crear un neutro es problemático porque nuestro idioma asume el género tanto en los sustantivos como en los adjetivos; esto quiere decir que, a diferencia del inglés, vemos todos bajo esa lente, son los espacios que habitamos desde la infancia. En el fondo, y aunque parezca una exageración, creo que para que tenga sentido agregar la “e” debería repensarse la forma en que organizamos la lengua desde estas otras categorías también, para verdaderamente abrir ese espacio neutro.

APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?

S.G.: Son oportunidades para compartir en comunidad. La poesía ha de ser leída en voz alta y en comunidad. La lectura en voz alta, esa que abandonamos con el surgimiento de la imprenta, nos ha dejado muy solos en nuestras cabezas; no es casual que Don Quijote sea, en la literatura, uno de los primeros lectores de la imprenta. Creo que la poesía, en particular, nos permite llegar a ese lugar del ritual, de la comunidad, de la pertenencia que nos daba el manuscrito. Creo que las presentaciones y ciclos de lecturas un poco lo que hacen es devolvernos a esa escena original de la lectura.

APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?

S.G.: Bastante mal. Me gusta escribir en las mañanas, antes de que mis hijos despierten.

APU: ¿A quién relees periódicamente?

S.G.: Kafka, Anne Boyer, Clarice Lispector, Anne Carson, César Vallejo, Juarroz, Watanabe, Ocean Vuong. Me gusta abrir a Onetti en cualquier parte, quedarme colgada de alguna de sus oraciones, son como laberintos donde voy a perderme, no a encontrar una salida. Estos son algunos de los escritores a los que voy para escribir.

APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?

S.G.: No estoy segura, sin pensarlo mucho diría: Macedonio Fernández, Silvina Ocampo, Perla Rotzait, simplemente porque la quiero leer y no es fácil conseguir sus libros. 

APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?

S.G.: No soy tan lectora de narrativa, así que solamente me siento capaz de hablar de ensayo y poesía. La poesía argentina contemporánea me interesa mucho. Pienso en autoras como Elena Anníbali, Claudia Masin, Silvina López Medin, Tamara Kamenszain, Beatriz Sarlo, Edgardo Dorby.

APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?

S.G.: Depende. Leo a muchos contemporáneos, constantemente. También leo contratapas y primeras páginas. No me quedo en ningún libro por compromiso, eso ya lo tuve que hacer muchas veces en el pasado, como estudiante, y no lo disfruté. Solamente me quedo en los libros que son hachas o cuchillos o tenedores o incluso cucharas, los que me puedo llevar a la boca, los que saboreo porque logran hacer algo con el lenguaje que me deslumbra y quiero identificar para hacerlo yo también.

APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?

S.G.: Estoy leyendo de un modo muy asistemático. Me da algo de vergüenza, pues es en este momento me cuesta mucho instalarme en un libro, es como si estuviera de visita en ellos. Algunos de los libros que me acompañan y voy leyendo sin orden ni disciplina son los siguientes: Deluge, de Leila Chatti; Entrevistas, de Clarice Lispector; Sun Under Wood, de Robert Hass; The Tradition, de Jericho Brown, Tres truenos, de Marina Closs; Bluets, de Maggie Nelson; Still Life, de Jay Hopler y la poesía completa de José Watanabe ¡Inmensa su escritura! El libro que más me ha marcado en este último tiempo es Undying, de Anne Boyer, creo que está traducido al castellano.

APU: Tu primer libro Cinco movimientos del llanto (Ediciones de Hermes Criollo, 2008), entiendo que fue escrito cuando aún vivías en Uruguay ¿Podría decirse que inaugura una firma personal vinculada con el duelo y, parafraseándote, “otras ansiedades”?

S.G.: Sí, ese libro fue un exorcismo, por decirlo de algún modo. Fue mi modo de aprender a hablar otra vez, salir de una voz muy baja que es la que tenía en Uruguay. El libro lo escribí mientras estudiaba en Estados Unidos; creo que tuve que estar bien lejos para poder empezar a escribir sin censurarme.

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Tapa Miedo

APU: Pensando en un título más reciente, Miedo (Axiara Editions, 2020), allí se puede apreciar un ritmo muy marcado ¿qué implica esa búsqueda poética en el lenguaje, si es que la hubo?

S.G.: Miedo fue escrito de una manera desbocada, arrojada, urgente. Creo que por eso el ritmo vertiginoso; me venían frases de la nada, en cualquier parte, mirando una obra de teatro, en el tren, quizás fue ahí que empecé a usar las notas.

APU: Árbol y otras ansiedades, tu última publicación de 2021 (Isla Negra Editores), efectivamente parece recorrer las raíces y arborizarse catárticamente en sus poemas. ¿Tiene importancia en estos poemas la distancia geográfico-temporal de tu lugar de nacimiento?

SG: Me interesa y agradezco el verbo que utilizas, “arborizarse”, me gusta pensarlo de ese modo. Sin duda que la distancia ha posibilitado la escritura, creo que no podría haber escrito ninguno de mis libros sino a partir de esa distancia; es casi como haber cambiado de idioma esa distancia; me dio permisos.

APU: ¿Qué es lo próximo de Silvia Goldman que se viene para disfrute de los lectores?

S.G.: En este momento estoy en dos proyectos distintos, uno que tiene que ver con la experiencia de haber sido diagnosticada con cáncer de mama hace más de un año. Esto significó un parteaguas en mi vida, de pronto me vi atravesada por otro léxico, otras personas, otros escenarios cotidianos. El libro tiene que ver con estos procesos y exploraciones. Paralelamente, estoy escribiendo a partir de un libro de Darío que era de mi madre (Prosas Profanas), una edición de la década del 50 y que ella anotó, subrayó, firmó a los 16 años. Es de las poquísimas cosas que tengo de ella. Estoy leyendo a Darío y a mi madre cuando leía a Darío. Tendrá esas dos zonas. Tengo otros manuscritos que espero publicar en un tiempo no muy remoto: “lo que se hereda es la orfandad, todas las criaturas de tu voz y tocar”.

APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?

S.G.: El taller te puede dar herramientas, orientar tus lecturas, cultivar tu sensibilidad lectora, reentrenar la mirada, estimular la escucha y el crecimiento junto a una comunidad con la que tenemos muchas afinidades. En el taller ideal, se trataría de lectores entrenados cuyas preguntas pueden empujar el texto y volverlo más preciso y precioso. Solamente participé hace un año de un taller y fue una experiencia hermosa, las consignas de escritura me invitaron a ensayar otras músicas y a abrir y explorar otros espacios en mi escritura.