“La flor de hierro”, el lugar donde Demitrópulos hizo que sed y orgullo confundieran sus rostros

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    Libertad Demitrópulos
    Foto intervenida: CCK
RESCATES Y REEDICIONES

“La flor de hierro”, el lugar donde Demitrópulos hizo que sed y orgullo confundieran sus rostros

25 Junio 2023

En lo que empieza a ser un pago de cuentas necesario, la editorial Mil botellas acaba de reeditar La flor de hierro, una obra emblemática de la escritora jujeña Libertad Demitrópulos, publicada originalmente en 1978. Junto a las reediciones de Río de las congojas (su libro más reconocido) y Los comensales, más la publicación de su novela inédita La Mamacoca, comienza a rescatarse su trabajo y a tomar la relevancia que merece la prosa poética que despliega en cada una de sus novelas.

Al igual que Río de las Congojas (con el que comparte la épica fundacional), este libro vuelve a jugar con los saltos temporales y se desplaza en diferentes planos: el “actual” y el histórico. Por un lado, los pasos de Gaspar de Medina y su fidelidad al conquistador Francisco de Aguirre, fundador de Santiago del Estero, en una tierra nueva para los españoles. Por el otro, un presente que puede intuirse en los años setenta del siglo XX, en un Tucumán tan árido como desesperanzado. Y si en el primero de estos libros nombrados es el agua quien amalgama esos saltos, ese decir y desdecir de los personajes, en La flor de hierro es la sed. La sed y la memoria de la gente. La memoria de la estirpe que los antecede, que les hace inflar el pecho, la altivez de Violante que aún conserva la Teresa Ceballos, transcurridos ya varios siglos. Después de todo, descienden de un alto linaje de fundadores y conquistadores. Sed y orgullo, en Medinas, parecen ser sinónimos.

Porque el pueblo de Medinas existe. Situado en el departamento de Chigligasta, en la provincia de Tucumán, llamó la atención de Demitrópulos cuando La Gaceta, uno de los diarios más importantes de esa provincia, mostró en una foto cómo sus habitantes tenían que caminar hasta la capital para buscar el agua que había desaparecido en la región.

“Agua llovediza. Agua de murta. Agua ardiente. Agua de lentisco amargo. Agua de malvas. Agua de peñas. Agua mansa. Agua verde… Aguapey. Agua barrosa, Agua turbia. Aguacero. Agua de acequia. Aguachal…Aguamanil. Aguacepia. Agua de muérdago. Agua que no has de beber… Todas esas aguas había en Medinas desde que se fundó la encomienda. Cuando escaseaba una de ellas, había de las otras, y así no nos faltaba para calmar las distintas clases de sed. No era entonces como ahora que escasean todas las aguas y para desgracias nos sobreviene la sed de todas”, cuenta la voz del narrador de esta línea temporal, un jovencito cuyo oficio es el de “mosquetero”, aquel que está atento, espiando a sus vecinos para ser el correveydile que todos necesitarán escuchar cuando se desate un hecho violento en la localidad.

Debido a que el Ingenio de azúcar ha desviado el canal de riego a la población más cercana para abastecer el sembradío de caña, entre ambas localidades se concreta un pacto macabro: como sus vecinos tienen el cementerio lleno, cuando muere uno de sus habitantes, su cuerpo es enviado al cementerio de Medinas que recibe, a cambio, el agua que ya no le llega naturalmente sino cuando aquellos abren la llave del caño maestro. “Porque Medinas vive gracias a la muerte”, afirma el narrador. “Después de escribir la novela, fui y encontré un pueblo exactamente igual al que había imaginado”, cuenta Libertad en una entrevista que le realizaran Angélica Barletta y María Cristina Santiago, en 1996.

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Tapa flor de hierro

La otra línea argumental transcurre en el período colonial, mediados del siglo XVI, durante la fundación de la encomienda de Acapayanta, lo que sería la actual Medinas. Aquí toma cuerpo la historia de Francisco de Aguirre (sobre todo a través de la voz de Diego de Medina y Castro), el expedicionario que despliega su poder por todo Tucumán; su relación con Gaspar de Medina y los juicios que le inicia la Audiencia de Charcas bajo las órdenes del tribunal de la Inquisición. “Hubo un acontecimiento importante. Al conquistador Francisco de Aguirre, la Inquisición lo lleva a juicio. Era un luchador muy valiente y como todo conquistador va de aquí para allá. Es una época de mucha envidia y como él es un personaje exuberante y extrovertido, vocifera contra la iglesia. Dice: ‘Yo como carne y si la iglesia lo prohíbe, no vivo yo en tanta flaqueza’. Bastó para que le hicieran un gran juicio inquisitorio. Cada parte de la historia comienza con una pregunta -en letra cursiva- que le formularon en el juicio. Las acusaciones son casi textuales, yo las modifiqué un poquito porque estaban en castellano antiguo”, confiesa la escritora jujeña en la misma entrevista, antes nombrada.

Su poética hilvana ambos períodos para dejarnos una novela atrapante. “Yo escribo sobre regiones a las que nunca fui y creo que iré. Una forma de crear un clima con el lenguaje, un clima de época”, aseguraba Libertad, cuya producción despliega una cartografía alejada del centro: tiene como escenario Tucumán, la Mesopotamia, Jujuy, la Patagonia y el Noreste argentino, sentando las bases de un proyecto literario, casi sin buscarlo, de carácter federal.

A pesar de su riqueza, su obra no ha ocupado un espacio canónico en la literatura argentina (por lo menos hasta ahora que, cumplido su centenario, un buen número de escritores y, sobre todo escritoras, ha abogado por la recuperación de su obra completa) y como ya he señalado otras veces, no son pocos los que apuntan a que esto sucedió por el hecho de ser mujer, de ejercer su mundo escriturario lejos de Buenos Aires, y por su militancia en el peronismo.

“Hay veces que los herederos se niegan, uno vaya a saber por qué, o piden cifras exorbitantes de anticipo o, en otros casos, cuesta encontrarlos, no responden o parece que tal persona tuviera los derechos, pero no sabe. Este caso no fue así. Ángela Pradelli me facilitó el contacto de Marcela, la hija de Libertad, y ahí arrancamos con la producción de este libro. Ángela es una gran lectora y, podríamos decir, fanática de Demitrópulos”, me cuenta Ramón Tarruela, quien estuvo a cargo de concretar la reedición de La flor de hierro, lo que viene a confirmar que no era problema de derechos lo que pesaba en el “olvido” de la obra de esta escritora jujeña, sino cierta mirada miope (de no acercarse y sólo intentar “ver” de lejos) de los que establecen el canon literario.

“Es una de las grandes narradoras argentinas. Nuestra literatura tiene una variedad y una riqueza infinita, pero como bien dijo Abelardo Castillo, ‘el olvido es parte esencial’ de la misma. Ese olvido, a veces, tiene que ver con el poco reconocimiento. Mil botellas tiene ese perfil de editorial que rescata autores de una calidad y altura comparable a los, hoy, consagrados clásicos. Libertad empieza a tener una presencia mayor desde que Piglia la publica en Fondo de Cultura Económica y se realiza como una cierta justicia poética. Publicamos este libro porque es, de su obra, el que más se emparenta con Río de las Congojas y me atrevo a decir que está a la misma altura. Con ese lenguaje poético tan elaborado, vuelve a la época de la colonia, y es una novela que no se conseguía, muy pocos ejemplares dando vueltas en plataformas a precios inauditos. Lo considero un rescate importante”, completa Tarruela.

“Después de escribir la novela, fui y encontré un pueblo exactamente igual al que había imaginado”.

Libertad Demitrópulos nació el 21 de agosto de 1922, en Ledesma, provincia de Jujuy. Allí se internó para monja en la Iglesia Ortodoxa Griega, siguiendo un mandato familiar, pero a los 18 años abandonó los hábitos para ejercer como maestra de escuela. A inicios de la década del cuarenta viajó a Buenos Aires para estudiar Letras, donde se asentó y comenzó su carrera literaria y su militancia peronista. En Salta, el poeta Manuel Castilla, le presentó a otro poeta, Joaquín Giannuzzi con quien se casó en 1951. Ese mismo año publicó su único libro de poemas: Muerte, animal y perfumeEn 1967 publicó Los comensales, su primera novela, y en 1978 La flor de hierro. Fue con su tercera novela, Río de las congojas, de 1981, que consiguió cierta notoriedad, su libro más leído y por el que ganó el Premio Boris Vian en 1997. Sus otras dos novelas fueron Sabotaje en el álbum familiar (1984) y Un piano en Bahía desolación (1994). Murió el 19 de julio de 1998, en Buenos Aires. En el año 2013 se publicó La mamacoca, una novela inédita. La flor de hierro nunca se había reeditado, y sería interesante se siguieran imprimiendo sus libros, incluido el de poemas, porque ahí está el germen de tan particular manera de narrar.

“Aunque comprovincianos, creo, a Libertad Demitrópulos la conocí tarde, cuando ya quizás para ella comenzaba anochecer, y también para mí, salvo que aún resisto. Por aquellos días sólo había leído su excelente novela Río de las congojas, y se me hace que no mucho más. Sospecho que se fue a tiempo de la tierra caliente de donde era oriunda, como se dice, o la habían afincado, y luego unió su caudal al de su compañero el poeta Joaquín Giannuzzi, sumando felizmente el agua al agua. Nuestros hombres de letras nacionales, refractarios en principio a todo conocimiento y valoración de lo que se escribe unas cuantas cuadras más allá de lo metropolitano, no la puso con el énfasis justo en el equívoco y efímero panteón de aquello que se deifica y se olvida con simétrica premura. Pero es claro que eso no importa: sé que se acudirá a esta La flor de hierro cada vez que sea necesario reencontrarse con la buena, honesta literatura”, afirmaba Héctor Tizón.

Y es como si me diera vuelta y estuviera Aguirre diciéndome “¿Ves esas flores que forman los coágulos de sangre endurecida sobre la hoja de la espada? Eso es lo que me enternece y me da seguridad”.