El desierto de una conquista: “Zorro Cazador de Pumas”, lo nuevo de Gerardo Curiá

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    Gerardo Curiá
POESÍA

El desierto de una conquista: “Zorro Cazador de Pumas”, lo nuevo de Gerardo Curiá

30 Octubre 2022

Zorro Cazador de Pumas (Ediciones en Danza, 2022) se presentó el sábado 8 de octubre. La lectura estuvo a cargo del autor y de Ariel Muñoz, quien también es el autor del diseño de tapa. Los presentadores fueron Eduardo Mileo y Alejandro Méndez Casariego. Las fotografías fueron tomadas por Soledad Gómez Novaro.

Gerardo David Curiá nació en San Pedro en 1968. Tiene publicado, entre otros Quebrado Azul (poesía), Ediciones Patagonia, Buenos Aires, 2004; Caldén (poesía), Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2008, reeditado en 2015 por La Mariposa y la Iguana; Música del Límite (poesía), El Suri Porfiado, Buenos Aires, 2010, distinguido en el Concurso Nacional Macedonio Fernández; El damero de los sueños (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2015; Pescador (poesía), La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2016. Condujo los ciclos literarios: Las Vacas Sagradas, Maldita Ginebra, Contingente de Poesía y Canciones y Número Vivo, con el colectivo de literatura escénica Las Puntas del Clavo. Colaboró con el ciclo Interiores poetas del País, conducido por Inés Manzano. Codirigió con Lidia Rocha, Jorge López, Sabina Giacometti y Federico López el Festival de Poesía en San Pedro (Buenos Aires). Conduce el programa de radio Moebius, dedicado a la literatura y el arte. Compartimos con ustedes, los conceptos vertidos por ambos presentadores. También, al pie de esta nota, encontrar el archivo pdf del libro para aquellos que quieran acceder al mismo, por pedido del autor, que quiere que esta historia se difunda.

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Tapa ZCDP

La poesía la que viene a subvertir la carencia: palabras de Eduardo Mileo

Octavio Paz, en El arco y la lira, sostiene que la poesía hermética sanciona la grandeza de la poesía contra la miseria de la historia. Pero se trata de la historia escrita por los vencedores, que han sido hasta ahora —por lo menos en nuestro país no cabe duda— los explotadores. Los explotados, los humillados, los desposeídos de toda posesión —incluso de su propio cuerpo— no han tenido historia. Y es la poesía la que viene a subvertir la carencia. No ya la poesía hermética, de la que hablaba Octavio Paz, sino la poesía a secas, o empapada en la sangre de los condenados, de los fusilados, de los olvidados de toda memoria.

El libro de Gerardo Curiá está dedicado, entre otros, a Rafael Nahuel y Santiago Maldonado. Mariano Rosas, Zorro cazador de pumas, podría ser una mezcla de los dos. Dos culturas que se unen y sancionan la unidad de los explotados. No los aventureros de la conquista, sino los desarraigados de la inmigración, que buscan, lejos de su tierra arrasada, una nueva regada por el sudor. El inmigrante es un paria como el originario: los dos perdieron su tierra a manos de un depredador. “El deseo del rapaz / alumbra su imperio / sobre el cuerpo del otro”, dice Curiá. La tierra conquistada no es nada sin el cuerpo del otro. Es el trabajo humano el que devuelve la tierra como siembra, como ganado, como conquista. Ningún imperio se alza sólo sobre la tierra. Todo imperio impera sobre los cuerpos.

Cómo seguir siendo, entonces, en una cultura ajena. Cómo no amar lo que da de vivir, aunque muera algo dentro de nosotros. Cómo no ser un anfibio, un ser que nada entre dos aguas, un ser de tierra propia y tierra enajenada, un ser y no ser, una máscara, un mito. El hijo del cacique Painé es hijo de Rosas: la herencia transmutada en leyenda.

Lejos de los suyos, para ser propio debe apropiarse de los otros. La ausencia se llena de sonidos, de rostros, de pasado. Las imágenes acuden a un presente de sombras porque es el silencio quien las llama. Mariano Rosas huele en su memoria las huellas del Zorro que le pide ser quien es. Entre los restos de una cultura rota encuentra el cemento de la cura. El Zorro escapa, escapa de la herida para entrar en la sangre.

Cito: “el ranquel / se hace viento / travesía”. Hacerse viento no sólo para huir, sino para ser la fuerza que lo lleve lejos, a una tierra que se llama pasado, infancia, identidad. Pero él sabe que viaja al misterio, a una tierra que aún desconoce. No obstante, cruza las aguas de Leuvucó, porque, dice el poema, “no hay laguna que sacie / la demasiada sed de un hijo”. Ese hijo que sabe que la lucha no termina con la huida; el poderoso avanza y quiere la tierra entera. Lo dice el poema: “lo sabe / el mañana será / una luz siniestra”. Y el mañana es Rafael Nahuel. Y es Santiago Maldonado. Y es la tierra ranquel, y la tierra mapuche, usurpadas por el latifundio.

Nunca es paz la de los explotadores. Es sólo una pausa para el rearme; juntar nuevamente las fuerzas del ataque; arrasar con estrépito las tolderías. El que siembra sangre cosecha desiertos. Una patria de bandidos se alza sobre la patria ranquel. El sur es una tumba donde yacen los vencidos. La patria capitalista es una patria robada.

Y para perpetuar el robo es necesario reducir al usurpado; dice el poema: “cuerpos para la muerte / y a los que sobreviven / la esclavitud // cañaverales de Tucumán / viñedos de Mendoza / estancias de la Pampa conquistada / yerbatales / obrajes (…) fibra / solo fuerza / en la servidumbre más bruta / lo que les dure la vida”. Campos de concentración para el esclavo moderno, genocidio en la ciudad y en el campo; “cuerpos equivocados de la patria”, pues ya estaban allí cuando vinieron con armas y biblias a fundársela. A eliminar cualquier vestigio de raigambre, hasta hacer con sus restos piezas de museo, convertir en pasado el presente de un pueblo, en olvido su cultura, su historia.

Dice Curiá: “Sos / el que asiste dos veces / a su funeral”; “sos el que llega / a germinar / en tu útero de pampa”; “la distancia está preñada de tu muerte”.

Toda lengua vencida se habla en el silencio, todo cuerpo derrotado es un desierto. La poesía da voz, palabra, a quienes la han perdido en el campo de batalla. Esos fantasmas, esas ausencias de la historia recobran su cuerpo en el poema, vuelven a vivir, y desde esa fuente renovada retoman la lucha. La poesía enciende la palabra de los luchadores, entra en el vigor de sus credos, en la intimidad de sus vivencias, en su historia verdadera. El poema es la música de la resurrección, el renacimiento contra la miseria del olvido. ¿Quién recuerda hoy al Zorro Cazador de Pumas? Lo recuerda la poesía. Y en ella se vuelve memoria de todos. Y también deseo: que el momento llegue en que se unan los zorros y cacen al puma.

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Presentación

La memoria recuperada: palabras de Alejandro Méndez Casariego

Si quisiéramos referirnos a Zorro cazador de pumas a partir del estrecho criterio de las definiciones; si quisiéramos, simplemente, responder a la pregunta ¿De qué se trata esto? Podríamos, tal vez, decir que es la crónica poética de una negada tragedia nacional, la que abrió aquella herida que nunca se cerró; o decir que habla del choque de culturas y formas de vida que no llegarían a entenderse, épica de una derrota inevitable, historia de la gestación del primer genocidio perpetrado por el Estado argentino. Pero tales definiciones estarían aludiendo al esquema general, al decir que enlaza los nudos de la trama y nos cuenta la historia en forma lineal. Lo otro es la pura materia de la poesía, la que diseña el tapiz de lo que permanece, de lo que no se perderá, porque se urde hacia lo hondo. Para eso el canto, para eso el canto mestizo, este exigente lenguaje que une y separa los mundos, la belleza de la palabra que no solo dice, sino que, además - y sobre todo -, acerca, pone en su lugar, testimonia y recupera. Un lenguaje que refleja en su dualidad la antinomia de la dramática verdad que encierra. Aquí se habla de arraigo y de extirpación: dos polos de una profunda contradicción, que la cultura dominante, a fuerza de negación y de reducirla a un territorio marginal, ha conseguido desplazar durante siglos a un lugar subalterno. Una contradicción y una tragedia que forman parte de uno de los nudos centrales de nuestra historia. La historia soslayada. La historia que debe recuperarse.

El trabajo de Gerardo Curiá no está hecho desde una mirada externa, ajena, pero mucho menos aún desde la impostación; por el contrario, logra aquello que tal vez sea su mayor mérito: la perspectiva de una genuina mirada interior, la captura de una voz absolutamente original, propia por apropiación legítima, asimilada como resultado natural de una fuerte convicción. Un trabajo en el cual podemos intuir una muy profunda, meticulosa y comprometida investigación, de la cual -si tenemos en cuenta su anterior incursión sobre esta temática en su libro Caldén- sabemos que no es reciente, que arrastra un rico sedimento y se nutre en una temática que lo apasiona y ocupa desde hace varios años. Cuando hablo de investigación, no me refiero exclusiva, ni siquiera principalmente, a los hechos históricos. Me refiero, sobre todo, a la búsqueda del lenguaje y a través del lenguaje a escudriñar cuidadosamente en una forma de ver y entender el mundo que, por lo general, a quienes habitamos la cultura “blanca y civilizada”, nos ha sido ajena. La lectura de Zorro cazador de pumas nos exige estar atentos a los distintos aspectos desde los cuales este sorprendente libro nos aborda. Nos faltará una parte esencial de lo que este poemario nos entrega si solo vemos su implicancia histórica, su apelación reivindicativa o si, por el contrario, cargamos todo el peso sobre su enorme valor poético. Haber alcanzado el punto preciso en que estos aspectos se tocan, se entrelazan y se justifican mutuamente, es lo que le da a este libro su contundente solidez como obra de arte y como documento histórico. Esta es la dimensión en que estoy convencido que debemos ubicarlo. Por eso me animo a afirmar que se ha escrito una obra que pasará a formar parte de la memoria recuperada, de esa memoria que enriquece y completa nuestro patrimonio profundo, nuestra identidad.

Dicen los últimos versos de Zorro cazador de pumas: “tu nombre/Zorro Cazador de Pumas/Mariano Rosas//no cesa//hilo tenaz de la historia//antupainco.” Que así sea.

Esto dice, aproximadamente, el prólogo. Y obviamente sigo pensando lo mismo que hace un mes. Pero agrego algunas consideraciones que fueron apareciendo en las sucesivas relecturas, ya con el objeto físico en mis manos. Asumo el riesgo de repetirme en algunos casos, si es necesario.

Primero una pequeña digresión que me parece que puede ayudar a vislumbrar el contexto. Aquellos de ustedes que pertenecen a mi generación, años más o años menos, recordarán algunos tópicos de aquellas casi épicas películas de cowboys e indios, ambientadas en el oeste norteamericano. Estas películas y series solían tener cuatro tipos fundamentales de protagonistas, que se repetían casi infaltable. El blanco malo y el blanco bueno, el indio malo y el indio bueno. Eran esos cuatro grupos, hábilmente manejados en la escena, los que les permitían tender un velo sobre las verdaderas responsabilidades, esconder las culpas, disimular la invasión y el latrocinio territorial. Así resultaba que finalmente no era el sistema, no era el poder, sino un grupo de malvados, el culpable de la masacre a la que fueron sometidos los pueblos nativos.

Esta es la fábula que nos mostraban las pantallas del imperio dominante. Con algunas diferencias, similares versiones urdieron los gobiernos y la cultura en nuestro país. Aquí también, en estos pagos del sur, como en aquellas películas, nos presentaron a estos personajes prototípicos. Porque hay un modus operandi que se repite en cada lugar en que las fuerzas hegemónicas, civilizadas (entrecomillemos civilizadas), se proponen someter, expoliar, y si es posible, borrar de la faz de la tierra a los pueblos naturales. El método es seducir y ganar a los que se pueda, neutralizar a otra parte, y exterminar a los que se resistan. Esto es tan antiguo como el mundo.

Al servicio de los terratenientes semifeudales primero, y de la burguesía terrateniente después, el estado nacional no se podía permitir incluir a los pueblos originarios en su modelo nacional. Más allá de las obligadas treguas que cada tanto se pactaban por razones tácticas, la “solución final” estaba en la mente y las intenciones de aquellos formadores del país. De hecho, gran parte del poder y la riqueza de esta burguesía terrateniente se construyó y se asentó sobre el saqueo, la dominación, y finalmente el cuasi exterminio de los pueblos originarios en todo lo que hoy es el territorio nacional.

 Esa es la trama trascendente, el tejido que Curiá dibuja a través del seguimiento entrañable de la vida, la muerte y la post muerte de Mariano Rosas, el Zorro cazador de pumas. Gerardo despliega con destreza las distintas facetas de esta dialéctica de sometimiento- resistencia – exterminio - supervivencia. Lo hace con los modos y las palabras de esta tierra en aquel tiempo: voces mestizadas, entrelazadas en su sonoridad y en sus significados simbólicos, recurriendo, cuando hace falta, a vocablos que son puntos de referencia de una cultura que se resiste a morir. Y lo hace en forma sugestiva, sin excesos verbales, como uno se imagina que lo haría alguien acostumbrado a tener interlocutores dados a la introspección y a la observación, antes que al discurso desmedido. Su poesía es eficaz y potente, y esa eficacia y esa potencia se sostienen en la convicción de no renunciar jamás al recurso lírico, al arte poético con el que le da cuerpo a su relato. Por el contrario, esa a la vez austera y precisa forma de decir, esa voz singular, matizada de ecos ancestrales, salpicada de vocablos originales, son decisivas en el logro de la tremenda fuerza de penetración de estos textos. Leeremos (y oiremos) expresiones como puel mapu, wenu mapu, antupainco, kalkus, lonkos, wita guta chao. Oiremos la voz de la tierra. Aunque no conozcamos el significado, su sonido nos resultará familiar, porque está impreso para siempre en los nombres de regiones, provincias, parajes, montañas y ríos de lo que constituyó el wallmapu, la tierra ancestral. ¿Es posible un testimonio más genuino de su origen?

Todo esto está dicho en ZCDP sin abrumar, sin recurrir a golpes bajos: lo que en realidad abruma son los hechos que trasuntan. Lo que abruma es nuestra pasado.

Porque lo que ocurrió fue que, por esas repeticiones trágicas de la historia, cuando el país se independizó, el colonizador quedó adentro, emboscado, y siguió colonizando. Esa es la realidad que ha negado buena parte del relato dominante: la teoría central, la idea motriz de todo esto es que otro modelo, otro tipo de país no era, para ellos, posible, no era viable y sobre todo, no era deseable.

Estas son las líneas que por las que se desliza, estos son los nudos que se propone desatar este Zorro cazador de pumas: este es el desierto mapeado por la conquista, esto es lo que sabiamente, como un arqueólogo tenaz, desentierra este admirable libro. Lo hace tirando desde las raíces esenciales, esas que son intangibles; invocando lo que es propio y está diseminado casi secretamente a lo largo una tierra que es mucho más antigua que nosotros.

Nos tocará volver a aprender, una y otra vez, que la historia suele cobrar sus deudas pendientes. Y que lo hace en formas que no son prolijas ni dóciles, que el latigazo retrospectivo puede ser brutal. Y nos tocará volver a aprender que esa historia no se ha terminado de escribir. En el camino de ese aprendizaje, de esa reescritura de la historia, está este magnífico libro que hoy tenemos entre las manos, y que no puedo menos que recomendar estimulado por la conmoción y el entusiasmo que me provocó su lectura.