El corrimiento del velo de las cosas en la poesía de Verónica Mateo

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    Verónica Mateo
RESEÑA

El corrimiento del velo de las cosas en la poesía de Verónica Mateo

28 Abril 2024

Verónica Mateo es una poeta que se mueve entre dos generaciones, entre dos estéticas, un bicho raro e inclasificable. Ese es el mayor logro de un artista. Si se puede clasificar a quien escribe aparece una carencia, pero lo contrario ocurre en El roce del viento Ombligo Cuadrado Ediciones), este nuevo libro de poesía cuya honestidad brutal radica en la potencia que tiene la autora para filtrar el “yo” empírico en el “yo” poético como la luz solar se filtra en la sombra de los árboles. Este libro posee un trabajo exquisito con la imagen, que es potente y cinematográfica. Aparecen también gestos carnavalescos y un extrañamiento digno de aquellos poetas que no se someten a los climas de época.

Dijimos que la autora se mueve entre dos generaciones o dos nociones estéticas. La primera de ellas es la de la representación y tiene que ver con la construcción de una obra que surge desde la profundidad de lo cotidiano (y subráyese con tenacidad la palabra profundidad). En ese sentido, hay que destacar que no se deja embestir por el clima de época, y esa es la virtud que le permite salirse del lugar común. Por otro lado, pareciera abrevar de aguas lejanas, ya que surge también en su poesía un gesto calveyriano que tiene que ver con el registro de la mirada. En un limbo en el que se mezclan el intimismo, lo bucólico, cierta forma de lo carnavalesco, el objetivismo y lo lírico, despliega su visión como elemento poético por excelencia.

En ese orden de cosas, se puede decir que El roce del viento es un libro de la mirada porque la poesía está puesta al servicio de la construcción de imágenes por medio de expresiones del cine. Se puede retomar también, aquí, el concepto de extrañamiento de Schlovski que resulta interesante para pensar en una infancia que camina con una cámara de fotos para mostrar con la más profunda inocencia de la perturbación, y bien se sabe que la inocencia tiene que ver con el no daño. Sin embargo, no se trata aquí de un no daño deliberado, más bien se trata de un corrimiento del velo de las cosas. La inocencia no filtra entre el bien y el mal. Y quizás sea éste el elemento constitutivo del libro ya que genera un panorama amplio de la épica del dolor y la belleza que aparecen siempre juntas.

Desde la mirada fotográfica, la autora desmenuza y dibuja situaciones que tienen que ver con aquello que Pier Paolo Pasolini denominó como la Mímesis Divina. En pocas palabras: tomar elementos de la vida prosaica y estilizarlos, en este caso, para poetizar. La mirada es aguda como una epidural. La potencia radica en el recorte de la imagen. Donde el ojo se detiene, se amansa la poesía. En el siguiente texto se puede pensar el recorrido que hace el ojo desde lo macro a lo micro con destellos de una ternura infante, es decir, la ternura del que “no habla”. Dice el “yo” poético:

 

papá volvió de cazar

las liebres muertas sangran
en la pileta blanca del lavadero

lo miro moverse por la casa
colgar su gamulán
descargar la escopeta antes de limpiarla

acomoda los cartuchos en una caja
son rojos gordos con la punta dorada
parecen lápices
los guarda arriba del ropero
en el lugar secreto
después se ducha
y vuelve a la cama con un cigarrillo
enciende la tele
se ríe un rato con la pantera rosa
más tarde duerme como quien se ha cansado de jugar todo el día 

 

En el poema, aparecen dos elementos trascendentales: la ironía y la observación. Lo que aparece como gesto irónico es que ese padre del poema, a pesar de que mata, también enternece y es así que la autora ofrece una expresión que no le teme a la contradicción. Por otro lado, y retomando las ideas anteriormente presentadas, hay una mirada que ocurre como un gesto irreversible: lo que el “yo” poético vio, ya no puede dejar de verlo. En ese avance desde lo macro a lo micro cinematográfico aparece el padre como figura que es capaz de encarnar dentro de sí todo el bien, y todo el mal, al igual que casi todos los elementos que aparecen en los textos. Finalmente, muestra la sangre y la muerte (a través de un primerísimo plano), y la casa también como un espectro de la muerte representada en el “lavadero” (por medio de un paneo).

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Tapa el roce del viento

Ya desde el primer poema, Mateo ofrece un panorama de lo que va a ocurrir: una especie de belleza sucia y borroneada signada por ciertas características de lo carnavalesco: “entre el aserrín y los plásticos/ crecen/ flores amarillas”. Esta forma de construcción del hecho artístico se extiende en mayor y menor medida a lo largo de toda la obra. De alguna manera, la autora comparte su no temor a la belleza, a la vez que propone una expresión del mundo que quizás (por qué no) se proponga restaurar la belleza en los ojos de aquellos que han dejado de verla. Lo carnavalesco aquí sirve como trampolín para que las fronteras entre la vida y el arte desaparezcan, y ese gesto poético es también un gesto político.

En el ecosistema de su poesía, el concepto de lo bello está signado por la perturbación que genera el ojo que mira de manera amplia y que construye una imagen que no despedaza la realidad con artificio, sino que construye un modo de estar sin intervenir su alrededor: “sobre campos incendiados/ crecen flores violetas”. Mateo pareciera comprender muy bien aquello que planteaba Saer acerca de que “la poesía no es lenguaje sino naturaleza”. A través de la aparición de esta naturaleza es que la autora nos lleva a cierta nostalgia signada por la ausencia: “en esta orilla/ donde me dejaste/ quedé”. En ese mismo sentido, así como el “yo” poético evoca la belleza, también acepta que lo natural trabaja sobre sí y que la muerte trabaja sobre nosotros por antonomasia:

 

después lloré
por las flores muertas
resistentes a las lluvias
a los relámpagos

 

En El roce del viento, ya desde el título, se nos insinúa que todo será un leve movimiento. Leve y perfecto. En ese sentido, el silencio trabaja cuando se evoca y cuando se enuncia. Infanss significa: el que está privado del lenguaje. En ese sentido, se puede decir que Verónica le roba al silencio desde la polisemia. “¿cuánto va a durar este silencio?”, pregunta el “yo” poético y quien lee, tiembla. El silencio no incomoda al “yo” de su escritura.

 

camina entre los rosales
lastimándose
dice que no es nada pero
la sangre corre por su camisa
yo me asusto y
me manda a casa

 

Este es un libro donde los límites son difusos. El silencio, el temor, el amor, el cuidado y la ternura son aceptados así como vienen. La hibridación de estilos, sentimientos y sensaciones que aparecen son el resultado de una complejidad natural. En ese orden de cosas, cabe recordar aquello que decía Abelardo Castillo acerca de que la verdad del arte no es solo lo que se dice, sino cómo se dice. En este libro, uno puede caminar junto al “yo” poético que exige al lector salirse del adormilamiento, del automatismo, para compartir el extrañamiento que conduce al conocimiento de lo natural, como planteaba Saer. Finalmente, en El roce del viento, lo íntimo ocupa un lugar de suma importancia ya que es a partir de allí que se genera la cosmovisión del infante que con su ojo inocente revela aquello que no estaba destinado a ser revelado.