Ariel Luppino: “Hay un montón de novelas iguales, se pierde de vista que hay que correr un poco los bordes”

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Ariel Luppino: “Hay un montón de novelas iguales, se pierde de vista que hay que correr un poco los bordes”

28 Julio 2019

Por Inés Busquets

Ariel Luppino es escritor. Nació en Monte Grande y se formó con Alberto Laiseca, entre otros. Escribió dos novelas: Las brigadas y Las máquinas orientales, editadas por editorial platense Club Hem.

La entrevista transcurre en Varela Varelita, un bar emblemático con energía literaria. En el mismo lugar donde en 2017 Ricardo Strafacce y Gabriela Cabezón Cámara presentaron su primera novela, Las brigadas. El sonido ambiente es disperso, desprolijo, se escucha un café, un cortado y miles de gracias desperdigadas entre el chasquido metálico de las cucharitas rozando la cerámica de las tazas. 

Ariel Luppino está sentado en una pequeña mesa, casi atrás de la columna:

—Si entrabas por la entrada principal, no me veías— me dijo.

Es cierto, ninguno de los dos hizo lo políticamente correcto, de haberlo hecho quizá no lo hubiera encontrado.

Algo de eso tienen sus novelas. Un laberinto en los intersticios del lenguaje. Un espacio de juego y de irreverencia. Una representación simbólicamente política, pero incorrecta. Un formato disruptivo y con múltiples recursos narrativos. Con reminiscencias del lenguaje gauchesco, la simbología de Kafka y las maneras de contar de Laiseca y Lamborghini.  

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fue el proceso creativo de tus novelas?

Ariel Luppino: En Las brigadas la idea fue plantear las formas de representación de la violencia, hacer que la violencia suba al escenario y represente su papel.  Esa fue una idea directriz, pero no se escribe con ideas sino con frases y lo que busqué fue que hubiese capítulos que condensaran distintos discursos. Por eso es que hay teatro de sombras chinas, un teatrino y  un juego en el que la violencia esté plasmada en las palabras; porque en efecto me parece que hay juegos del lenguaje que son juegos de perversión, el caso paradigmático es el cuento de la buena pipa y eso me parece tan risible como perturbador.

APU: Lograste plasmar en tus libros la representación de la violencia en el lenguaje, ¿cómo lo lograste el componente violento en sí mismo en la novela?

Resultado de imagen para as brigadas y Las máquinas orientales ariel luppinoAL: La violencia está en la lengua. La lengua es de por si un acto de violencia. Es la misma materia con la que hablamos todos los días y con al que escribimos novelas, por eso a veces perdemos de vista la resonancia que tienen las palabras. Acarrean sentido, pero a la vez inciden en nosotros de manera psicológica y eso a veces produce una pérdida de perspectiva naturalización que hay que quebrar. Hay que demostrar todo lo que está oculto, dejar que eso se despliegue y darle rienda suelta y ahí creo que es cuando sale a la superficie toda esa violencia. Y uno la puede percibir plenamente, pero ya estaba ahí.

APU: Contame la historia de Las brigadas.

AL: Pensé en formas de representación como un juego entre lo novelesco y la teatralidad, por ejemplo el acto escolar tiene un discurso propio y hay en efecto una relación de poder. En las sombras chinas la enunciación no implica objeto y todo aquello a lo que nos referimos esta siempre mediatizado, entonces de alguna manera una sábana venía a plasmar visualmente eso. El teatrino venía a plasmar una relación con los títeres que siempre me pareció muy perturbador, es como una realidad a escala pequeña y eso guarda una estrecha relación con la literatura.

Uno no cuenta una historia sino maneras de contar y después los juegos de palabras. Por lo general cuando los adultos recurren a estos juegos de palabras con los chicos en realidad los someten a una violencia indecible, hay nuevamente una relación asimétrica y de poder. Pero a la vez ese juego del lenguaje es una trampa. Porque se infantiliza al niño pero también al adulto. Son juegos que hay que cuestionarlos porque no son inocentes. Hay una relación de poder en el lenguaje y se pierde de vista eso. Cuando uno hace que esa escena se represente a la manera de Hamlet queda en evidencia cual es el trasfondo.

APU: Contame el proceso creativo de  Las máquinas orientales.

AL: Las máquinas orientales pensé en dividirla en los pasados y los futuros, luego un capítulo final donde se juntan. Trabajar con dos voces que podían ser dos personajes o no. De repente un personaje tiene un viaje astral en la sesión de tortura, entonces lo que puede ser realista, tal vez no lo es. Y después esta cuestión de que dos voces no implican dos personajes y después tenían que funcionar independientemente de esto; porque mi interés está en que la narración avance y que vaya licuando la trama de manera tal que yo pueda seguir escribiendo y el lector pueda seguir leyendo y en un momento se termine la novela.

APU: ¿Y eso vos lo planificás previamente o se va dando a medida que escribís?

AL: Más que trabajar yo juego. Me interesa tratar de que haya artificio, mostrar el truco. Si uno hace un truco de magia y saca el truco lo que queda es la magia. Y ese es la gracia y ese es el desafío. En ambas novelas se perciben los mismos rasgos de estilo, ¿Cuánto tienen que ver los escritores que enuncias? Laiseca, Lamborghini y Kafka…

También puedo nombrar a Wilcock, Copi… Y todo viene de Kafka. Kafka es la literatura. Tan claro como eso. También es cierto que yo me encargué de ponerlos como otro juego más. Para que cuando se hable de mis novelas no se puedan soslayar a Lamborghini o Laiseca, porque están ahí. Y para proponer que otro hablen de ellos. Son escritores sobre los cuales yo quiero seguir hablando y son mis fantasmas queridos. Están también cuando no los nombro.

Para mi Kafka es el escritor más grande de todos los tiempos. Es la gran tradición de la novela, me parece que él es el que pone en un primer plano lo novelesco y es también quien cuestiona la novela como género y la subvierte para que la novela sea algo nuevo, que sea otra cosa o que en todo caso haya una renovación de la novela como género a partir de los intersticios. Creo que se encarga de minar la narración y  que eso es una apuesta radical, que celebro y siempre tengo muy presente.

APU: Hay un cuestionamiento a la sociedad en distintas figuras que representan el orden, la disciplina el poder, ¿cómo se da esa construcción?

AL: No me hacía cargo de eso y después lo asumí.  Es que si bien no creo en los personajes como entidades, para mí los personajes son recursos narrativos que entran en una lógica propia de la novela. Son como espacios territoriales dentro de la narración. Y en efecto ahí empiezan a danzar ciertas figuras. Me interesa pensar desde la literatura como poder y estas dos novelas van un poco en ese sentido. Pensar relaciones de poder, condiciones materiales de existencia, y pensar la política de una manera no ingenua. Estoy en contra de las novelas que sostienen ideológicamente lo que no funciona narrativamente, entonces cuando encuentro una utopía ingenua no tiene peso político, pero tampoco tienen  peso literario. Entonces, lo mío seria en un sentido contrario. Desde luego creo que se puede señalar este cuestionamiento. Igual me interesa que lo plantee o lo vea el otro, quizá yo no las definiría así...

APU: ¿Cómo las definirías? 

AL: Son novelas políticas, pero anti realistas. Y en ese sentido me parece que hay una tradición en la literatura argentina y de manera reciente hay una política anti realista que viene de Los Sorias y Tadeys como dos novelas paradigmáticas,  que tratan de pensar el poder de una manera de la cual el realismo no puede dar cuenta porque se queda corto.

APU: ¿Cuál sería la diferencia entre realismo y anti realismo político?

AL: En el anti realismo político, la política es un elemento más entre otros, pero no es cualquier elemento; trastoca todo lo demás. Cuando está presente logra subvertir, de hecho para mí las novelas realistas son políticamente correctas, tratan de encontrar empatía con el lector, tratan de sostener ideológicamente aquello que no funciona de manera narrativa y piensan con categorías que son anacrónicas. Me parece que se quedan a mitad de camino. No pueden dar cuenta del poder porque el poder es delirante, tiene lógica propia.

APU: ¿Te circunscribís a un género determinado a la hora de escribir?

AL: La novela tiene  un campo por explorar. La novela es un género en sí mismo y  uno tiene que tratar de hacer algo nuevo con eso. Uno tiene que tratar de proponerse escribir una novela teniendo bien presente que la novela es un género mutable y tiene que tratar de hacer algo con eso también. Uno no puede aceptarlo sino lo que hace es repetir. Hay un montón de novelas iguales en la medida en que uno pierde de vista que hay que tratar de hacer algo nuevo, correr un poco los bordes.

Como sociedad aceptamos que se siga escribiendo la misma novela de hace 30, 40, 50 años y aunque uno le ponga un tema de coyuntura o actualidad no va a ser renovada, va a ser una novela de agenda. Hay que ver la novela como un género dinámico, que va cambiando. A veces el capitalismo termina siendo más creativo que los escritores, por eso sigue vigente.

Creo que si uno piensa los lugares cerrados como lugares de encierro es porque tienen la ilusión de que es libre.

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Me llevo de Luppino el juego, los personajes como excusa y recurso, el lenguaje y las relaciones de poder. Cada escritor crea su propio universo, sus constelaciones, sus reglas y su nueva mirada para enriquecer el inconmensurable mundo de las palabras.