Little Fires Everywhere: racismo y clasismo en los noventa

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Little Fires Everywhere: racismo y clasismo en los noventa

26 Junio 2020

Por Nicolás Adet Larcher

Reese Whiterspoon viene haciendo una carrera notable en series desde hace tiempo, y cada actuación que presenta en pantalla es un evento para destacar. La vimos en Big Little Lies, haciendo el papel de una ama de casa, y en The Morning Show, conduciendo un noticiero junto a Jennifer Aniston. Ahora le tocó protagonizar una nueva serie de Amazon llamada Little Fires Everywhere, donde interpreta a una madre súper detallista que trabaja como periodista en un pequeño diario del pueblo

Little Fires Everywhere nos muestra la confortable vida de la familia de Elena Richardson (Reese Whiterspoon) en una pequeña comunidad, llamada Shaker Heights, donde el vecindario sigue ciertas reglas de convivencia (como cortar el césped a una determinada altura) para mantener el status. Claro que lo más oscuro se guarda bajo la alfombra. La llegada de la artista Mia Warren (Kerry Washington) que, además, es madre soltera y afroamericana, moverá el avispero de la comunidad, generará tensiones y levantará la alfombra para exponer las miserias latentes. Elena y Mia tienen diferencias laborales, de etnia, de clase social y el cruce entre ambas nos llevará por situaciones dolorosas para ellas y para sus respectivas familias. 

La serie se sostiene a lo largo de ocho capítulos de más de 50 minutos y establece conflictos con una fricción entre los personajes propia de un culebrón. Pero vayamos a lo importante: ¿por qué ver Little Fires Everywhere

Porque nos lleva por discusiones sobre la maternidad, el rol de la mujer, el clasismo, el racismo, la homofobia y todos los temas propios de una historia que, si bien transcurre en la década del noventa, tiene una mirada muy actual sin volverse anacrónica. La serie presenta las dificultades de ser madre afroamericana, pero también de serlo siendo privilegiada; de la maternidad en la adolescencia, y de tener que renunciar a las aspiraciones y los sueños personales. Todo mientras se desenvuelve el enigma de fondo. La crudeza de las escenas por momentos abruma, y unas pocas veces también está al filo del golpe bajo.

Porque establecer una dinámica propia de un tipo de televisión de otra época y otro contexto (como el culebrón) permite que la tensión se sostenga y nos enganche sin que haya mesetas, sobre todo en la primera mitad de la temporada. El desborde aparece y desaparece para darle paso a un nuevo desborde con la misma intensidad. Es una serie para consumir en una maratón de un solo día, sin pausas ni descansos. Ya después del segundo capítulo es imposible despegarse sin sentir que la intriga nos devora.

Porque Reese Witherspoon ofrece su mejor interpretación en años y, cuando pensamos que todo va a terminar ensamblándose hacia un lugar, un volantazo nos desconcierta y nos lleva para otro lado. Cada pequeño estallido en cada pequeña trama paralela queda a la intemperie, acumulándose junto a los demás, mientras como espectadores esperamos la explosión definitiva. De antemano sabemos, gracias a la primera escena de la serie, que la casa de Elena terminó en llamas. El tema será averiguar el porqué. 

Si bien hay muchas similitudes con Big Little Lies, la serie es sólida y ofrece tramas paralelas que entretienen en la misma proporción que la historia central. Quizás su punto más flojo sea la necesidad de explicar de más, y la falta de sutileza del final, con un verosímil forzado y una necesidad de que el nombre de la tira tenga más sentido que el arco de los personajes. Aún con ese pequeño detalle, el recorrido vale la pena

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