Fue la mano de Dios: cine en clave maradoniana

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Fue la mano de Dios: cine en clave maradoniana

05 Marzo 2022

Por Diego Moneta

Entre quienes sienten algún tipo de simpatía, afecto o idolatría por Diego Armando Maradona es posible, sino habitual, encontrarse con quienes afirman que “Pelusa” les salvó la vida. Desde Italia, Paolo Sorrentino se suma a la lista. De esa manera, se comprende que Fue la mano de Dios sea un relato sensible, marcado por la influencia no sólo del director de cine Federico Fellini, sino también del astro futbolístico. Y por otra parte, si está Maradona de por medio, y además está Nápoles, no cabe más que esperar una narración excesiva, plebeya, sobrecargada, contestataria, efectista y que genere una infinidad de discursos que la van a atravesar como pieza.

La obra, nominada a Mejor película internacional en los Premios Oscar, está guionada, dirigida y producida por el mismo Sorrentino, que saltó a la fama con El divo y ya se llevó la estatuilla en 2013 con La gran belleza. Estrenada el año pasado, en esta película de poco más de dos horas se propone, deliberadamente, conmover y emocionar en todo momento. Si Asif Kapadia había documentado la excursión napolitana del 10, ahora Sorrentino adopta la perspectiva de vida de uno de sus hinchas, en concreto, el suyo, un tifosi napolitano.

Fue la mano de Dios, en clave semiautobiográfica, irá cruzando ficción y realidad. No será acerca de Maradona ni el fútbol, pero atraviesan permanentemente lo que se cuenta, dado que confronta una tragedia personal con la llegada del futbolista a la ciudad en los años 80. Fabio “Fabietto” Schisa (Filippo Scotti) es un joven de 16 años, soñador y melancólico, que fantasea con que Pelusa juegue en el Napoli. A su alrededor se articula todo un universo estereotipado de personajes: Saverio (Toni Servillo) y María (Teresa Saponangelo), como el padre comunista y la madre bromista y sensible; su hermano Marchino (Marlon Joubert) y su hermana Daniela (Rossella Di Luca), que siempre está aunque fuera de cuadro; la tía Patrizia (Luisa Ranieri); la vecina Baronesa (Beti Padrozzi) y otros tantos que arman el cuadro fellinesco— una impronta muy presente a lo largo del film—. 

La obra puede dividirse en dos partes o tiempos. La primera funciona a modo de prólogo para adentrarnos al mundo de Fabietto, tamizado por la nostalgia. Es una mitad más descriptiva y anecdótica, entre viñetas y desventuras que evidencian el roce con lo bizarro de la época. Todo el reparto es observado por nuestro protagonista, y punto de vista del relato, lo que nos invita a una especie de “coming of age”, género que se centra en el crecimiento psicológico y moral de una persona, desde la juventud hasta la madurez. Ese toque agridulce remite a Roma, aunque con mayor cantidad de pasajes que conmueven.

La llegada de Maradona al Napoli cambia el eje y suma reflexión. Veremos sus primeros pasos, el scudetto, el Mundial de México 86. Sin embargo, la relación más importante con el astro se da en el plano de la metafísica: Diego le salvó la vida a Fabio— a Paolo—. Sus padres murieron por una fuga de monóxido de carbono en la casa donde vacacionaban, mientras el joven decidió quedarse para ir a la cancha del Napoli. Ese hecho lo llevó a convertirse en director de cine, según explica, por la creación de los mundos a los que escapaba para aguantar la tragedia. Sorrentino siempre tuvo la película en su cabeza pero le fue necesario agregarle una estructura ficcional, sosteniendo la autenticidad de sus sentimientos.

De esa manera se entiende la emocionalidad del proyecto. El creador de El joven Papa y de su secuela El nuevo Papa vuelve a Nápoles, su lugar natal, con una mezcla de amor y dolor, lo que decanta en un relato que ofrece belleza y tristeza a la vez. Es una mirada sobre una ciudad y un tiempo, y en esa intersección lo es sobre el cine italiano. Más allá de la constante inconsistencia del cambio de tonos y cierta falta de explotación del resto del reparto, la expansión visual funciona. Es emotiva y efectiva.

La tragedia transforma la película en una historia de maduración, en donde un final se vuelve un punto de partida para transitar diferentes etapas de duelo. Sorrentino exterioriza su trauma y en el camino, influencia de Fellini mediante, consigue su propia Amarcord. El director maneja, con distancia prudencial y delicadeza, todos los planos. Al mismo tiempo, demuestra su capacidad para surfear temáticas, géneros y modalidades, variando su estilo, por ejemplo, desde Un lugar para quedarse a Silvio y los otros.

Como se dijo, es cine en clave maradoniana. Así como Diego, Paolo pone todo su talento para enaltecer la obra y el género italiano en su conjunto y justificarlo desde lo narrativo. El film funciona en varios sentidos y convence a todos por igual— no futboleros, amantes del género y fanáticos—, ya que es capaz de lograr identificación. La obra comienza con una cita del propio Maradona: “Hice lo que pude. No creo que lo haya hecho tan mal”. Aunque no pase por las salas de nuestro país, Sorrentino puede decir lo mismo. Fue la mano de Dios, más que cine, es arte, y para quien no coincida también existe transitar la contradicción. 

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