Corazón loco: subestimar la comedia una y otra vez

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Corazón loco: subestimar la comedia una y otra vez

12 Septiembre 2020

Por Carolina Micale

Cuando parece que los 90s quedaron lejos, Adrián Suar y Marcos Carnevale emergen para revivir el argumento de Naranja y media (la exitosa serie televisiva de 1997 protagonizada por Guillermo Francella): un hombre enamorado de dos mujeres que se encontraban en una relación “poliamorosa” sin saberlo. En esta ocasión, Suar protagoniza una película que tiene los avances técnicos del 2020 —incluso utiliza drones que no aportan nada al género, pero vienen bien para hacer el PNT de la cafetería Havanna—, con una historia anclada en el pasado.

Corazón loco se debería haber estrenado en marzo de este año en todas las salas del país, pero debido a la pandemia fue vendida a Netflix para ser transmitida por streaming. Junto a grandes actrices como Soledad Villamil y Gabriela Toscano (en esta ocasión, mal dirigidas), Suar encarna a un traumatólogo (Fernando) que viaja todas las semanas entre CABA y Mar del Plata para ver a su esposa (Paula) y a “su mujer” (Vera), a quien conoció diez años después. Con la primera tienen dos hijas adolescentes y con la segunda un hijo de siete años. El conflicto se genera porque ninguna sabe de la existencia de la otra. Es por eso que en el medio de cada viaje se puede ver cómo Fernando se detiene en la ruta para comprar las clásicas medialunas de Atalaya, y cambiar de auto y de ropa como si se tratara de una misión imposible de Tom Cruise. 


Con un guion realizado por los mismos Suar y Carnevale, se apela, una vez más, a los lugares comunes que hicieron reír a los argentinos hace décadas atrás. Un argumento que ya se ha explotado en otras películas también, como la norteamericana Mujeres al ataque (2014), protagonizada por Cameron Díaz.

Sin embargo, el hecho de retomar temas abordados en otras producciones —algo totalmente válido— no es un problema. Tampoco lo son, en cierta medida, las secuencias carentes de lógica que se encuentran a lo largo de la película, como una venganza planificada en veinte pasos que podría haberse resuelto en dos. Si entendemos que Suar busca crear comedias absurdas y delirantes —mientras se la pasa agitando los brazos—, el sinsentido que envuelve los hechos no se vuelve una traba, aun cuando fallen los remates de los chistes, entre otras cosas.

El verdadero problema es no poder salir de las estructuras del pasado, al pensar que la cultura popular no se puede reinventar. Es volver a tomar la comedia como algo banal, que no se puede resignificar con el paso del tiempo. Nadie espera que Carnevale y Suar exploren los consensos de las relaciones poligámicas o de las parejas abiertas en sus argumentos, pero al menos sería inteligente no caer en las mismas resoluciones machistas.

¿A quién le habla una película en donde un hombre que dice “tener el corazón demasiado grande” es atacado por dos mujeres que “se volvieron locas” tras descubrir que vivían con un mentiroso? Los lugares comunes son muy difíciles de desterrar. Pero de eso se trata el desafío de reinventar la comedia, y sacarla de las cavernas.

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