Belén y la lucha por el derecho a decidir
El estreno de la película Belén, dirigida y protagonizada por Dolores Fonzi, nos permite reencontrarnos con una conquista que nos pertenece. Es un respiro frente a los discursos que intentan criminalizar y deslegitimar nuestro derecho a decidir, es el abrazo colectivo que nos debíamos por haber cambiado la realidad de miles de mujeres.
Belén fue un nombre ficticio que se utilizó para preservar la identidad de una chica de 27 años que, en 2014, llegó a la guardia de un hospital en San Miguel de Tucumán con dolor abdominal y una fuerte hemorragia. Abandonó ese lugar esposada. No sólo sufrió un aborto espontáneo, sin siquiera saber que estaba embarazada, sino que también fue insultada, violentada y maltratada por los profesionales de la salud que debían cuidarla. Su padecimiento marcó un punto de inflexión en la lucha por el derecho a decidir en nuestro país.
Soledad Deza fue parte fundamental de ese enorme engranaje que fue y continúa siendo la conquista por el derecho al aborto. Como abogada, además de representar a Belén, le tocó litigar muchísimos casos donde el derecho a la autonomía de las mujeres estaba puesto bajo amenaza. Su hacer inquebrantable para que otras puedan es el motor que se imprime en la lucha por la liberación de esta joven tucumana y en tantas otras. Su palabra sobre lo que pasó permite entender la potencia que tiene el derecho a decidir en nuestras vidas. Esta crónica es un agradecimiento a su militancia en defensa de los derechos de todas nosotras.
Romper con el silencio
La clandestinidad sólo hace carne lo que ya existe. Diferencia e iguala a la vez. Profundiza las desigualdades que arrastramos y nos equipara en el estigma social. No salimos indemnes de un aborto porque las instituciones que habitamos se encargan de que así sea. Decidir tiene un peso y, en la vida de las mujeres, ese peso siempre se paga con el cuerpo.
Después de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en 2020, el Estado optó por gestionar ese costo. El feminismo combatió la soledad a la que empuja la clandestinidad con organización y el Estado se apoyó sobre esa organización para hacer del derecho a decidir una realidad.
El camino que nuestra sociedad recorrió hasta alcanzar la promulgación de la ley conjura el sufrimiento de muchas mujeres. Ana María Acevedo murió el 17 de mayo de 2007 en Santa Fe después de que el Comité de Bioética del Hospital Iturraspe le haya negado el acceso a un aborto terapéutico y el tratamiento médico adecuado para tratar su cáncer. En 2019 una niña de 11 años fue obligada a continuar un embarazo producto de una violación intrafamiliar. Ese mismo año una mujer catamarqueña falleció producto de una infección generalizada por intentar practicarse un aborto clandestino. En esa extensa cronología está el caso de Belén.

Soledad Deza, en dialogo con AGENCIA PACO URONDO, afirma que el caso consiguió tirar por tierra la afirmación de que en Argentina no había presas por aborto. Este hecho hizo que lo ocurrido en Tucumán se transformará en la antesala que permitiera la sanción definitiva de la Ley Nº 27.610 unos años después.
Hasta ese momento el Código Penal, en su artículo 88, preveía expresamente penas de prisión para las mujeres que decidieran abortar. Una realidad que regía y golpeaba de distintas formas en las provincias de nuestro país. Sin ir más lejos, la propia Deza, junto a Mariana Soledad Álvarez y Alejandra Iriarte, relevaron en el libro “Jaque a la Reina” -publicado en 2014- que existían 532 mujeres procesadas por este delito en Tucumán. “Ahí mostrábamos que el proceso de aborto se usaba en la vida de las mujeres. Quizás no había condenas efectivas pero el proceso en sí mismo ya operaba como una pena”, aclaró la abogada.
Soledad logró articular la lucha en la calle con una estrategia de defensa legal feminista que involucró también una táctica mediática para dar a conocer el caso. La movilización social dialogó con una batalla en los procesos de justicia. “El caso de Belén le imprimió urgencia al debate en torno a la legalización del aborto”, recordó. “Belén podía ser cualquiera, éramos todas. Eso sirvió para sensibilizar a quienes no estaban dispuestos a dar ese debate”.
Después de más de dos años en los que Belén permaneció presa, la Corte Suprema de Justicia de Tucumán resolvió su absolución. De esa manera, el mismo Poder Judicial que, hasta ese momento, se había encargado de perseguir y criminalizar a las mujeres marcaba un importante precedente.
El derecho a la interrupción legal del embarazo es parte de un extenso camino de luchas, donde se entrecruzan otras batallas como la Ley de cupo femenino y el Matrimonio Igualitario. Soledad reflexionó al respecto: “No nos regalaron ningún derecho. Aquello que era considerado como universal nunca nos incluyó. Nosotras no votamos con la Ley Saénz Peña ni pudimos acceder a la educación con la 1420, es decir, siempre estuvimos por fuera del status quo. Por eso, si conseguimos lo que conseguimos, hay que defenderlo”.
En una época signada por el retroceso en materia de derechos, la película Belén nos permite mirar en retrospectiva la lucha del movimiento feminista bajo una óptica que escapa a los reduccionismos a los que nos tiene acostumbradas esta coyuntura. Tras el triunfo de Javier Milei en las urnas, el cliché del “feminismo se pasó tres pueblos” ganó lugar en propios y ajenos. Las mujeres fuimos el chivo expiatorio de la mala praxis política y pagamos el costo de esa retórica y, también, de ese ajuste.

Desde 2024 a la fecha, el Gobierno Nacional llevó adelante un furioso recorte en materia de políticas de género y salud pública. La interrupción en la compra y en la distribución de insumos para garantizar el acceso al aborto es una realidad que golpeó de lleno sobre las mujeres argentinas. El misoprostol -medicamento indicado como seguro por la Organización Mundial de la Salud para interrumpir un embarazo- experimentó un incremento de más de 1400%, convirtiéndolo en un bien inaccesible para muchas mujeres de bajos recursos. “Cuando el Estado se retira de la distribución de la salud lo que deja al descubierto es mayor injusticia social”, aseguró Deza.
Tal como lo explica Soledad, la desinformación también es parte de las estrategias anti género desplegadas por los sectores conservadores. En la fundación Mujeres x Mujeres, que actualmente preside, reciben a diario muchísimas consultas. “¿La ley continúa vigente?” es una que se repite. Las consecuencias de esa confusión intencional las vamos a ver en los próximos años.
Muchas de las mujeres que lean esta nota probablemente no sabrían qué hacer ante un embarazo no deseado. Nuestro derecho a decidir continúa cercado por el qué dirán, por el no saber. De ese desamparo inicial, lo único que nos salva son las redes comunitarias, el boca en boca que pusimos en marcha para compartir saberes y experiencias. Saber que detrás de esa decisión hay amigas, hay profesionales de la salud, hay Estado, lo transforma todo.
Deza señala que “no es lo mismo ser mujer que ser mujer pobre y pararte frente a un sistema judicial y sanitario, donde, de por sí, la desigualdad de poder es profunda”, y tiene razón. La criminalización del aborto profundizó una desigualdad: la de clase. Hay mujeres que pueden y otras que no, por el simple hecho de haber nacido pobres.
Esa lucha que revivimos hoy dentro de una sala de cine es nuestra lucha. La hicimos en la calle, la llevamos en el cuerpo. El feminismo logró que el aborto sea una decisión. Una decisión que se podía atravesar en compañía de otros. No hay una fórmula: las circunstancias en las que abortamos son todas distintas pero, sin dudas, son las redes de cuidado las que marcan la diferencia. Abortar en una Argentina que criminaliza de forma constante nuestro derecho a decidir es difícil. La confusión que encienden los discursos oficiales refuerza el estigma.
Belén es una invitación a volver a hablar en voz alta con otros. Somos parte de una marea que trasvasó generaciones: madres que, por primera vez, ponían en palabras sus propios abortos, abrazadas de sus hijas. Hijas que no tenían miedo de hablar con sus madres o amigas, de hacerlo colectivo. De eso se trató siempre el feminismo: de crear comunidad ante el desamparo.