Altered Carbon: la amenaza de ser inmortal dentro del capitalismo

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Altered Carbon: la amenaza de ser inmortal dentro del capitalismo

20 Marzo 2020

Por Diego Moneta

Las distintas compañías y plataformas de la industria del entretenimiento sabían que cuando finalizara el gigante de HBO, Games of Thrones, iba a quedar un vacío difícil de capitalizar. Entre los proyectos que surgieron, Netflix apostó por una serie de ciencia ficción. Creada y dirigida por Laeta Kalogridis, Altered Carbon  está basada en la novela homónima de Richard K. Morgan, escrita en 2002. 

La serie narra cómo sería un mundo donde existiese la posibilidad de ser inmortal. Spoiler: el capitalismo sigue devorándose todo. Y si la finitud es lo que nos hace humano, por eso nos da miedo la muerte. Ahora, parafraseando a Borges, lo original sería que la amenaza hacia uno mismo sea la inmortalidad. Este escenario constituye la fuerte apuesta de Netflix. 

En el año 2384 la sociedad ha sido transformada completamente por nuevas tecnologías: la conciencia puede ser almacenada, en lo que se conoce como pilas, y luego ser reinsertada. Los cuerpos humanos son intercambiables, por lo que se les llama “fundas”. La inteligencia artificial (IA) ya parece cosa del pasado y, lo más importante, no se le teme a la muerte, ya que no es algo permanente.

Takeshi Kovacs (Joel Kinnaman) es el único sobreviviente de un grupo de guerreros interestelares que se levantaron contra el nuevo orden mundial, pero fueron derrotados. Su conciencia estuvo almacenada por siglos hasta que Laurens Bancroft, longevo multimillonario, le ofrece volver a vivir a cambio de resolver un asesinato.

En sus comienzos, la tecnología de las pilas fue adaptada por Quellcrist Falconer (Renee Goldsberry), líder del levantamiento, para poder viajar a otros planetas mediante el traspaso de conciencia. Sin embargo, se convirtieron en el medio para que el sector más rico de la sociedad (conocido como Mats, por su longevidad comparable a la de Matusalén) consiguiera la inmortalidad a través de la descarga de su pila en diferentes “fundas”. 

Como dijimos, el capitalismo sigue devorándose todo. Los ricos pagan por las mejores fundas y, para quien no logre costear su proceso de “reenfundado”, su pila queda almacenada hasta que alguien se pueda hacer cargo. En el medio están quienes son descargados en cuerpos sobrantes que nadie quiere y que nada tienen que ver con quienes eran anteriormente. Sin embargo, hay procesos prohibidos que no dependen del poder adquisitivo, como el duplicado de la pila en varias fundas o el asesinato real, que implican la destrucción de la pila y, por lo tanto, de la conciencia. 

De esta manera, la trama alrededor de las pilas y las fundas se convierte en el elemento más interesante de la serie, ya que puede acarrear no sólo problemas legales y sociales, sino también de índole religiosa y moral.

 

Cuando se estrenó la serie (febrero del 2018), estaba destinada a ser la gran producción de Netflix, pero se quedó a mitad de camino. La propuesta no acabó de entusiasmar a la audiencia, principalmente por la mezcla de distintas características que nunca terminaban por definirse.

A su favor, la serie consigue plasmar la premisa de las novelas de ciencia ficción “antisistema” de Morgan. ¿Cuáles serían las consecuencias de las pilas y las fundas en un sistema que nunca deja de ser un capitalismo salvaje? El cuerpo humano, reducido a la categoría de funda, puede ser violado, torturado, desechado, comprado y vendido hasta alcanzar niveles inimaginables de desigualdad. La serie explora todas estas posibilidades detalladamente. En contra, se queda en un limbo al no lograr definir qué es lo que la caracteriza como serie. La inspiración en la estética de Blade Runner era evidente, pero también pretendía ser una historia detectivesca.

 La plataforma confió en su producto y renovó el contrato para una segunda temporada, casi a modo de reinicio; una oportunidad para intentar enderezar el asunto. Ahora la propuesta se simplifica. El despojarse de ese misterio al mejor estilo Sherlock Holmes, y rebajar de diez a ocho los episodios, sirve para compactar toda esta historia de revolucionarios y gobiernos distópicos. No se torna tan ambiciosa, pero, esta vez, se entiende lo que quiere ser, y la trama fluye. 

La segunda entrega sigue centrándose en Takeshi Kovacs (ahora Anthony Mackie). El cambio de protagonista se justifica en que la trama requería otro actor y en este universo es posible cambiar de cuerpo. Por otro lado, quien interpreta a Falcon no es la única estrella de Marvel en sumarse al elenco. También se incorporan Simone Missick (Misty Knight en Luke Cage) y Dina Shihabi (Neda Kazemi en Daredevil).

La temporada inicial es una adaptación del primer libro de la trilogía de Morgan, pero con algunas modificaciones. Por ejemplo, no se aprovechó el capítulo que gira alrededor de la tumba del dictador español Francisco Franco. La segunda está basada en algunos personajes y situaciones del segundo y tercer libro.

Podríamos pensar que la serie se quedaría sin una historia que seguir. Sin embargo, la idea de sus creadores es que Altered Carbon se convierta en una antología de extensa continuidad, según explicó la showrunner Alison Schapker. El objetivo es que cada temporada tenga un nuevo misterio, intérprete y planeta. En los libros, Kovacs pasa a través de varios cuerpos, muy diferentes uno del otro, e incluso es representado por una mujer, recurso que la serie no ha terminado de explotar. En paralelo, Altered Carbon estrenó su primer temporada en versión animé el 19 de marzo.

De todas maneras, la historia centrada en las pilas y las fundas, la acción de sus tiroteos y peleas, y las búsquedas en océanos de bits —todo envuelto en una trama política llena de intrigas personales—, mantiene a Altered Carbon como una de las mejores series de ciencia ficción de la actualidad.

 

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