Yuk Hui y el auténtico pensamiento global
Hace tiempo que no reseño un libro escrito por un autor del Primer Mundo porque creo que en nuestro país es tan importante la dependencia económica como la dependencia conceptual, pero este chino, Yuk Hui, me parece imprescindible comentar, ya que lo considero el primer filósofo auténticamente global, no un surcoreano cualquiera que escribe libritos en alemán con muchas citas de autores europeos, sino un auténtico chino que se radicó en Alemania y conoce al dedillo tanto la bibliografía filosófica de Occidente como la de Oriente lejano. La editorial Caja Negra publicó hasta ahora cuatro libros suyos —escribiré una reseña larga, querido lector, porque necesito explicar lo que acontece cuando el pensamiento se globaliza.
Su concepto central es el de cosmotécnica. Para Yuk, en China no hay un pensamiento sobre la técnica como lo hubo en Occidente desde los presocráticos hasta nuestros días, y que tomó un impulso tal que se convirtió en el pensamiento más urgente, desplazando otros temas, como el de Dios o el de la libertad, por ejemplo. El pensamiento sobre la técnica es el pensamiento con más futuro, si es que hay algún futuro. Cosmotécnica, entonces, es el concepto que elabora Yuk y por el que vale la pena hacer el esfuerzo para relacionar a la técnica no solo con el entorno en el que surgió, como hizo por ejemplo tan brillantemente André Leroi-Gourhan hace medio siglo (y al que Yuk conoce muy bien), sino que a esa relación hay que sumarle la presencia ominosa del cosmos (“el papel absolutamente sobrecogedor y contingente del cosmos”), al que la Época Moderna le dio la espalda al reducirlo a los fríos números y a las fórmulas heladas de las matemáticas y el conocimiento científico. En mi interpretación, es esta propuesta, que en abstracto resulta tan atractiva, lo que en la práctica se vuelve no solo ineficaz, sino contraproducente, pues si bien es una “salida” realista del atolladero en el que nos encerró la ciencia moderna, es a la vez impracticable y nos dificulta imaginar otras salidas realistas. Por supuesto que Yuk conoce este peligro y trata de sortearlo, pero no lo logra.
No lo logra no porque no conozca toda la bibliografía que hay que conocer y citar, lo que Yuk hace de modo admirable —sus libros son hasta demasiado serios, hasta dan la impresión de que Yuk es un investigador serio y profundo que conoce muy bien tanto el pensamiento chino como el Occidental, desde Parménides hasta Stiegler (del que es discípulo), haciendo una increíble y profunda interpretación de Martin Heidegger (llegaría a afirmar que incluso a esta altura de la historia Yuk es un sinoheideggeriano; no es el primero, no será el último). No lo logra porque nunca explica cómo se podrá intervenir en el deseo de las masas o de la humanidad (pues los problemas técnicos ahora atañen a toda la humanidad globalizada, que es una humanidad masificada o deshumanizada o en proceso de deshumanización) para que éstas renuncien al destino que eligieron, o por lo menos al destino en el que se las puso —el viejo e insuperable debate sobre la manipulación y la sobredeterminación de los deseos de masas producidas por los medios. Pues si en un primer momento se puede alegar que se ignoraba las consecuencias de las decisiones y las acciones que se tomaban, desde hace ya unas largas décadas se está haciendo todo con plena conciencia de las consecuencias. O como afirma Yuk, muy cerca de McLuhan aquí, porque desde hace décadas venimos exponiendo nuestro inconsciente tecnológico o mediático sobre la superficie de la pantalla y la conciencia.
Cosmotécnica es el concepto que elabora Yuk y por el que vale la pena hacer el esfuerzo para relacionar a la técnica no solo con el entorno en el que surgió, sino también con la presencia ominosa del cosmos.
Yuk se cuida de repetir que palabras centrales para el pensamiento occidental no tienen significado o tienen un significado totalmente distinto en la lengua china (y lo mismo ocurre al revés), y que por lo tanto la traslación de un idioma al otro es muy peligrosa —incluso aunque esa traducción se haga con rigurosidad de filólogo—. Algo parecido a creer que la técnica o el lenguaje, tan solo porque cumplen funciones similares, son lo mismo en todo el globo terrestre: hay una técnica, pero cada sociedad o civilización la elabora a su manera. Por ello me resultó extraño que Yuk no se detenga nunca a reflexionar sobre la forma de escritura de esa lengua, su lengua materna, el chino, que evidentemente implica una estructura mental y un esquema perceptual totalmente distintos a los de las culturas occidentales. La ambigüedad semántica que impone su escritura se opone a la férrea claridad conceptual que tienen las palabras en nuestras culturas occidentales.
Heidegger dijo una verdad terrible cuando recomendó “traducir al griego a los antiguos “griegos””, pues con esa misma lógica deberíamos sostener que a un pensador contemporáneo hay que traducirlo a la lengua actual, en un juego de traducciones erradas y “malas” apropiaciones, hasta dar por fin con ese pensamiento impensado que se agazapa entre sus silencios. En este juego de traducciones lo que se pierde es siempre más que lo que se conserva, y hay que aplicar la intuición y la imaginación para recuperar algo parecido al sentido originario, es decir: hay que atravesar también la fantasía para dar en el núcleo de lo que un pensamiento nos propone pensar, sea en la lengua que sea. Lo que me llama la atención es que en estos libros centrales que leí de Yuk, nunca se refiera a la característica más marcada desde la perspectiva de Occidente, que es la escritura china hecha por pictogramas que “representan” lo que deben significar. El trazo forma parte material del sentido, no como los vocabularios occidentales, marcados por la diferencia y la homogeneización, el ejercicio de la abstracción y la serialidad.
Para el Yuk de La pregunta por la técnica en China la clave de bóveda que quizás nos permita dar un giro existencial se concentra en las traducciones que se hicieron de dos conceptos chinos milenarios y muy difícil de enclaustrar, el qi (que aproximadamente significa técnica en cuanto instrumento, o instrumento y las habilidades requeridas para utilizarlo) y el tao (palabra intraducible o cuya traducción supone una lista enorme de equivalentes, desde virtud hasta destino hasta la nada misma, o como me hizo notar Lucas Bazzara: la Gran Armonía, etc.): “La tarea última será reinventar la relación tao-qi situándola históricamente” —lo que vendría a constituir un proyecto semejante al que un alemán llevaría a cabo si pretendiese invertir la relación entre la técnica provocante y la concepción producente de la técnica. Es decir, nada.

De la misma manera, en su libro Arte y cosmotécnica, Yuk busca una “salvación” en la reapropiación que pretende hacer de un género pictórico de paisajes típico de China, el shan shui, para revertir la tendencia técnica en la que estamos lanzados. Ahora bien, lo que me parece complejo para no decir equivocado en propuestas como ésta es que resulta obvio que si pudiéramos revertir o densificar esas traducciones hechas instrumentalmente arribaríamos a una sociedad fundada en otros fundamentos diferentes a los que nos gobiernan hoy. Evidentemente es lo que el pensamiento crítico o filosófico no pudo hacer, o lo que a la sociedad no le interesó implicarse. En la modernización acelerada de la república de China se está perdiendo, o ya se perdió, todo el pasado singular de estos territorios, pues China hoy, para Yuk mismo, tomó el camino abierto por el proyecto europeo y norteamericano, lo que provoca que sus rituales ancestrales y sagrados en la actualidad se consuman como se consume la tradición en los lugares de Occidente donde ésta es o era importante: como postales turísticas y espectáculos de masas.
Los países modernos que aniquilaron su pasado ancestral o lo redujeron al tamaño de un departamento universitario tal vez tengamos más posibilidades de reflexionar sobre el futuro que otros países también modernizados, pero con culturas que hunden sus raíces en miles de años atrás, pues estos países siempre tendrán la pretensión, no de restaurar el pasado (lo que es imposible), sino de añorarlo. Países que como Argentina no tienen ningún legado que preservar —salvo, quizá, la doctrina peronista— y están abocados solo a su propia supervivencia, que como estamos viendo o sufriendo en estos momentos, ha sido puesta en juego una vez más, tal vez tengan esta posibilidad de fragmentar el futuro como propone Yuk de un modo más eficaz que otros países que añoran una realidad que tal vez no existió nunca. Solo que lo nuestro es la unidad más que la fragmentación.
Si en otras épocas era posible temerle al Apocalipsis religioso, en la actualidad estamos bajo el terror de un Apocalipsis científico: la ciencia que nos alerta de la contaminación, el calentamiento global, la extinción de miles de especies animales, la sobrepoblación global y los peligros inimaginables que trae consigo el desarrollo tecnológico (con la IA como nueva tierra incógnita), es la misma ciencia que fagocita y está comprometida en asegurar todos estos “avances” tecnológicos que nos están conduciendo a la catástrofe. No detendremos la marcha forzada del progreso soñando con otras relaciones demasiado humanas para ser reales, ni tampoco embrollándonos en interpretaciones sutiles, producto de nuestra abundancia de conocimientos en una era en la que todo el pasado se despliega adelante nuestro como un territorio al que hay que cartografiar con precisión fotográfica. El peligro paralelo de discursos catastrofistas como el que tiene la ciencia, el periodismo y el sentido común informado es que junto con la incapacidad de imaginar una opción realista a una realidad cada vez más agobiante es que regresen los fundamentalismos nihilistas para los que el sistema heliocéntrico es tan probable como que la tierra sea plana o que cada individuo disponga de su cuerpo y sus órganos como en otra época (no) disponía de su fuerza de trabajo para reproducirse y vivir. Simplemente es el mismo capitalismo que fagocita su dínamo de crítica y retroalimentación.
PD: Los pensamientos de Yuk me impactan especialmente porque en mi condición de exchino, como saben mis amigos, son pensamientos que en mi ignorancia hubiera deseado tener.