¿Y si te reís?

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¿Y si te reís?

16 Septiembre 2017

Por Martín Massad

Mi viejo se murió ya grande en una clínica de Banfield. En Banfield había nacido y allí transcurrió toda su vida hasta el 3 de septiembre de 2008. La noche anterior a su muerte la pasamos juntos en una habitación despojada de cualquier sentimiento familiar. Nada tenía que ver ese ambiente aséptico con su confortable habitación de la calle Alem a dos cuadras de la estación de trenes.

Cuando yo nací en 1969, mi viejo tenía cuarenta y cuatro años. Creo que la diferencia de edades, sumada a una educación muy tradicional inmersa en una familia árabe que rozaba la ortodoxia, hizo que nuestra relación fuera distante. Buen tipo, un poco parco, así era mi viejo. Fanático de series como Baretta , Las Cales de San Franciso y Columbo, encontraba en su habitación frente a la tele su lugar. Extremadamente prolijo, guardaba su estilo para empilcharse. De rigurosas camisas y pantalones de vestir, se atrevía a usar una florcita en el ojal del saco. Costumbres que para el año 2000 eran de antaño.

Uno de mis propósitos en nuestra relación era que él se pudiera reír. Siempre relacioné la risa en contraposición a la muerte. Ardua tarea me había conferido ante alguien que mantenía el gesto adusto la mayoría del tiempo. Entonces yo trataba de ingeniármelas para robarle su mueca más difícil.

Algunas veces lo lograba, como aquella noche de navidad de 1998. La cena había transcurrido amena y abundante. Después del brindis desaparecí de la escena familiar para volver vestido igual a mi viejo. Con su saco, su pañuelo al cuello, la camisa con gemelos y hasta el bastón que empezó a usar después de su operación de cadera. Al verme así vestido, tratando de imitarlo, su primera reacción fue seria pero de inmediato dejó lugar a una sonrisa.

Después de la última noche, lo llevaron a terapia intensiva porque todo se había complicado. Ahí fue la última vez que vi a mi viejo. Tenía un tubo inserto en la boca que lo ayudaba a respirar para mantenerlo, en apariencias, vivo. Entré a la terapia hice el intento pero fue inútil, esta vez no podía reír.