Osvaldo Bayer, el hombre que nunca se rindió

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Osvaldo Bayer, el hombre que nunca se rindió

30 Diciembre 2018

Por Carlos Iaquinandi Castro (*)

 

“El intelectual tiene la obligación moral de salir a la calle cuando ve injusticias en la sociedad. No quedarse en la torre de marfil”. Osvaldo Bayer.

 

Nombrar a Osvaldo Bayer en Argentina es citar el ejemplo de un hombre consecuente que dedicó su vida a la defensa de los derechos humanos. Su muerte, a los 91 años en el día de Nochebuena, es sentida por amplios sectores populares, ya que su trayectoria estuvo siempre ligada a la suerte de los empobrecidos y los perseguidos.                             
Su primera desobediencia con alto coste personal fue su negativa al Servicio Militar. Fue penalizado con 18 meses a barrer y limpiar los despachos de los oficiales. Pero si el castigo pretendía ser un “correctivo”, para Osvaldo fue simplemente la confirmación de sus principios. Su recorrido vital, fue una lucha constante por un país más democrático e igualitario.

Comenzó como periodista en el diario Noticias Gráficas, de Buenos Aires. Pero, antes de dos años, se fue al sur, impulsado por su deseo de conocer al interior del país. Se radica en Esquel y comienza a escribir en un diario local. Allí comprobó que había explotación laboral en las estancias y conoció la opresión que sufrían los descendientes de los pueblos originarios.

Sus notas críticas defendiendo a los trabajadores le valieron su primer despido, y decidió entonces  fundar La Chispa, definido como un “periódico independiente”. Editó cinco números. Un día llegó la Gendarmería y le mostró una orden firmada por un comandante dándole 24 horas para terminar con la publicación. Volvió a Buenos Aires, y allí ingresó en el diario Clarín, donde ocupó la jefatura de redacción y estuvo doce años. 

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La verdadera “Conquista del desierto”


Periodista comprometido, escritor riguroso con la historia verdadera, “destapó” graves hechos ocurridos en el país en los años de la “organización nacional”, como el despojo y asesinato del que fueron víctimas las pueblos originarios. 
“Me he propuesto -explicaba- no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”. 
Bayer, de formación anarquista, puso en evidencia el verdadero rostro de la “Conquista del Desierto”, como la historia oficial denomina al exterminio de las tribus indígenas en Argentina por el ejército. Investigó en el Archivo General de la Nación, recorrió pueblos de la región y conversó con descendientes de aquellos originarios. 

Llegó a la conclusión de que el primer presidente del país, Bernardino Rivadavia, decidió la operación contra los originarios, y que para eso contrató al coronel Federico Rauch, un personaje que actuó con gran crueldad contra los indios. Publicó el primer comunicado del militar que tenía una sola línea en la que se podía leer: “Hoy para ahorrar balas hemos degollado a 27 ranqueles”. También contrapone los documentos fundamentales de Manuel Belgrano, Castelli y los escritos de Mariano Moreno, en defensa de los pueblos originarios.

Bayer también investigó, y con documentos y relatos reconstruyó, las matanzas de trabajadores rurales en el sur de Argentina en los años ‘20. Con esos elementos, Héctor Olivera filmó en los ‘70  La Patagonia Rebelde, película que obtuvo premios internacionales y que recrea la lucha por sus derechos de los obreros de las grandes estancias sureñas y su fusilamiento por militares y sicarios. 

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Exiliado en Alemania
Osvaldo Bayer estuvo exiliado en Alemania durante la última dictadura (1976 -1983).
Fue uno de los primeros que dio su apoyo a las Madres de Plaza de Mayo cuando el movimiento nació, en abril del ‘77. Con coraje y valentía, siempre puso su voz y su palabra en la denuncia de las infinitas tropelías cometidas por la dictadura cívico-militar. Ya en el país, fue asiduo participante de las marchas en reclamo por los desaparecidos. Recorrió muchos pueblos y ciudades del país defendiendo las causas justas de los postergados, los desposeídos. 
En un viaje que realiza a Lamarque, en la provincia de Río Negro, constata que “la ética no se rinde nunca”. Así lo expresa tras integrar una caravana de vehículos que llegó hasta ese lugar para rendir homenaje al asesinado escritor y periodista Rodolfo Walsh, nacido allí. 

“No íbamos en busca de méritos, ni para lograr candidaturas, ni para comprar tierras. No, íbamos sólo -y esto es lo increíble- acompañados por la ética. Sí, nos gusta repetirlo. Porque íbamos a rescatar la memoria. Íbamos a abrazar el recuerdo del mejor de nuestra generación. Se llamó -se llama- Rodolfo Walsh”. 

Es entonces cuando escribe que “la ética no se rinde nunca. O mejor aún, jamás. A veces pueden pasar siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente a nosotros”.
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La ética le acompañó hasta el final
En sus últimos años, su prédica no disminuyó y sus convicciones y rebeldía seguían intactas. Muchos le consultaban en su casa de Buenos Aires, donde se refugiaba rodeado de miles de libros, apuntes, y carpetas. Bayer bromeaba diciendo que si alguna vez que transitaba por los pasillos se desmoronaba aquella pila inestable de libros y revistas podría morir aplastado. Y entonces decía riéndose: “sería una muerte soñada, moriría sepultado por los libros”. 
Con su partida, Argentina pierde al más consecuente defensor de las causas justas. No hubo quien con ese coraje pusiera en evidencia a los asesinos y a los verdugos que actuaron desde la impunidad del poder. Quizás por eso el dolor por su ausencia no quedó en las redacciones, en las librerías, en los barrios de Buenos Aires, o en la casa de las Madres, sino que se extendió hasta los pueblos más lejanos del territorio con cuyos habitantes vivió comprometido. El historiador Felipe Pigna dijo que “el mejor homenaje que podemos hacerle es leerlo, recordar su coherencia y seguir su lucha. Es lo que más le hubiera gustado”.  

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(*) El periodista argentino Carlos Iaquinandi reside en Reus, Catalunya, desde su exilio en 1976. Allí fundó el Centro Latinoamericano de la ciudad. Es miembro de diversas plataformas sociales, coordinador del Servicio de Prensa Alternativo (SERPAL) y colaborador de varios medios de comunicación internacionales, entre ellos AGENCIA PACO URONDO (notas del autor para APU), click aquí)

 

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