“Los silbidos que afilaron las piedras” de Alejandro Gómez Monzón

  • Imagen

“Los silbidos que afilaron las piedras” de Alejandro Gómez Monzón

10 Mayo 2020

“Si la poesía, como dijera el cubano Eliseo Diego, es un modo de atención especial que el hombre le dispensa a su entorno, este libro de Alejandro Gómez Monzón lo corrobora. Por el modo en que se detiene en la minucia de lo cotidiano y porque nos dice que la estatura del ser se mide constantemente en relación a aquello que lo rodea”.

Del prólogo de Jorge Boccanera

 

BORDES

En la pileta de la cocina,

entre un plato y un fósforo ya usado,

está el vaso del alcohólico.

Por mucho que el hombre se esfuerce

no podrá lavarlo,

no es un recipiente, es un foso,

no obedece a las criaturas del vino,

nada sabe ya de los caracoles,

adentro suyo

hay un duende muerto.

 

 

AUTORÍAS

El poeta no es el padre del poema,

es su partero.

 

EUCALIPTO

A Tomás Ferrario y Atahualpa Yupanqui

 

Como el fuego- llanto de la luz-

o como el panadero que desentierra en harina

 

el amanecer,

ser otro confidente de la madrugada.

El eucalipto no fue hijo de estas extensiones,

llegó hace dos siglos,

pero su olor sonámbulo sí les pertenecía,

como esas preguntas que no se derriten,

o como la sombra del caballo,

puñal marítimo del horizonte.

Si a veces no miro más el eucalipto

no es por distraído, es por timidez,

no sólo desnudándose responde uno a la intemperie,

hay que estar dispuesto a doblar la sangre,

bautizarse en todos los fantasmas.

 

LAGUNA LARGA

A mi abuela Narcisa

Narcisa junta unas ramas y pestañea fuerte,

siempre pestañea así,

deben ser los ojos azules

o las nieblas apuñaladas.

Los callos de la mano le entibian la sombra,

a unos pasos del rancho

una laguna seca se arrepiente frente al monte.

Narcisa tiene que salir a buscar al hijo,

otra vez se pasó con la bebida.

Vieja de silencios que desfondan

las madrugadas,

Narcisa lo lleva hasta la cama y le saca los zapatos.

Una tardecita

Narcisa rasguña el viento y cae al monte,

no muere,

se la lleva la vida.

 

CHICOS DE LA CALLE

El niño trepa al poema,

sus aspiraciones son de nylon,

el buzo regalado

le queda grande como el mundo.

A lo largo de noches arenosas camina y camina,

tiene miedo que la luna le borre las manos.

Una señora le da monedas para que Dios la ayude,

todo lugar por donde el niño pasa

se convierte en rincón.

 

PARANÁ- IBERÁ

Huye de la luna

el río,

desangrado de lunas corre;

tajo de preguntas,

el refucilo.

La noche aspira el nombre de todos

los que alguna vez miraron sus aguas,

la brisa esconde

sus manos en guantes del mismo color.

Más allá, en la quietud del estero,

el yacaré trozo de árbol destruido por el relámpago

hace justicia a las aguas,

borda con flecos lunares

el caparazón de las tortugas.