Los Redondos en Huracán: un espejismo en los 90

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Los Redondos en Huracán: un espejismo en los 90

10 Mayo 2020

Por Martín Massad

 

 

Volver a los 90 es una proeza, si se tiene como premisa recordar la historia política y social de nuestro país durante esa década. Los 90 fueron años de nuestra joven democracia en los cuales el tejido social se sintió muy dañado. Las diferencias de clases sociales se vieron profundamente exageradas en ese período, no tan reciente, pero a su vez no tan lejano. Ser joven durante el menemismo era ser desocupado, carente de esperanzas en un futuro mejor, era mirar desde afuera el sálvese quien pueda que imponía el individualismo capitalista y liberal que dominaba a la Argentina y al mundo. Dentro de esta ignominia en la cual habíamos entrado luego de la anhelada y posteriormente fallida primavera democrática a inicios de los 80, algunas expresiones artísticas que estaban fuera del circuito comercial nos hacían creer en nosotros. Nos daban, no la esperanza, pero sí el lugar de pertenecía, el de la comunión de los que estábamos en la misma. En la búsqueda de algo que nos hiciera sentir que estábamos vivos a pesar de todo.

Dentro de esa Argentina frívola, de esa “cultura frita”, el movimiento que iba por los márgenes se había abierto un camino entre tanta moda repetida de las industrias culturales. “Todo igual siempre igual todo lo mismo”.  Lo diferente, la contracultura orillaba y merodeaba los barrios a través del rock. La música y las letras de Patricio y sus Redonditos de Ricota hacían las veces de refugio para los desangelados, los pibes y las pibas que vivían condicionados. Sin alternativas políticas o sociales, encontraron en los Redondos un espejismo donde zambullirse, aunque sea por un rato. Las letras dirigidas a ellos que les hablaban de sus penas, de sus dolores con algún tinte de una épica con triunfos efímeros, pero victorias gloriosas, eran casi todo. El soporte para esa concreción suscitada en el imaginario de cada uno tenía como soporte a la banda en escena y a Solari como centro de atención.

Terminaba 1994 y después de un año los Redondos volvían a la cancha de Huracán. Las presentaciones de “Lobo suelto Cordero atado” de noviembre 1993 habían lanzado a la banda a los estadios, ya era hora de volver.

Dos noches encantadoras de Parque Patricios

 

Con muchas peregrinaciones en el haber, la procesión hacia los recitales de los redondos ya se había convertido en el camino esperado. Esta vez todos los senderos terminaban en el Tomás A. Ducó, la mítica cancha de aquel Huracán del 73. La noche prometía rock que ojalá durara por siempre. Era el tiempo del resurgir de los pibes y pibas. Salir de sus casas, de sus barrios para ir en busca de algo y de alguien que no los defraude, los haga vibrar, aunque sea por un rato antes de volver a entrar en la monotonía del día a día en un país que nos los cobijaba más que para estigmatizarlos.

Aquellos dos recitales que hoy se pueden revivir con muy buena calidad de imagen y sonido resultaron ser el corolario de algo que ya era evidente: los redondos eran un movimiento de masas. El espectáculo iba y venía desde el escenario al campo y de vuelta.  Desde que el quinteto puso pie delante de la escenografía de Rocambole los shows fueron creciendo en su intensidad a medida que los redondos repasan su discografía que hasta ahí contaba con cinco discos. Esa noche sonaron y extasiaron a su público canciones de Gulp, Oktubre, La mosca y la sopa, Un baión para el ojo idiota y el último, el doble Lobo suelto, cordero atado.

El video que se puede ver por YouTube se inicia con el Indio respondiendo a las críticas que la prensa de entonces le dedicaba a los Redondos por no prestarse al juego que les querían imponer. “Para volver a capturar el espíritu de los Redondos, por favor”, dice Solari antes de dar inicio a la fiesta con “Mi perro dinamita”, ese tema que, según ha contado en alguna oportunidad el cantante, iba a quedar a afuera del disco y que terminó siendo un hit.

No es exagerado afirmar que esas dos noches deben estar entre las mejores que la banda brindó a sus seguidores. El video afirma y confirma que, con la salida del doble cd, los redondos habían alcanzado una maduración musical. Brillaba un Indio hiper compenetrado en todo lo que sucedía arriba y abajo. En el escenario y en la multitud. La mirada firme acompañada de muecas que hoy ya son una marca registrada en la comunicación que el cantante comparte con sus fieles. Misiles que salían de sus entrañas disparaban frases que se repartían en banderas y remeras por doquier en un estadio parecido a una escena de danza tribal. La tribu ricotera a pleno, entusiasta disfrutó todo lo que le tiraban del cielo y del infierno. De la viola enardecida de un Skay impecable, del Pibe de los Astilleros a la rítmica impuesta por Walter Sidotti para marcar el pulso con platillos estridentes. Semilla imponiendo la base para que Sergio Dawi soplara los vientos con los cuales Patricio, el rey de esas noches pudiera bailar. A la troupe tradicional esas noches se sumaron los históricos Conejo Jolibet y Willy Crook, desde la viola uno y desde el saxo el otro aportó lo suyo en la cuenta ya saldada de la banda con su público que no paró de cantar de principio a fin. Algunas veces tapando el mismo cantante.

Para aquellos que estuvimos, esas noches en la cancha de Huracán, el recuerdo lejano no se borró aún. Revivirlo es una cuestión que con los años provoca la sensación extraña de haber estado y de haberlo perdido. Para los que no estuvieron es la posibilidad de tener una nueva impresión visible y sonora del mito de Patricio Rey. Para todos es la confirmación de que en la Argentina de los 90 hubo un espejismo al cual zambullirse para pasarlo, aunque más no sea, un poco mejor.