Lo bonito que te sale

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Lo bonito que te sale

02 Septiembre 2018

Fotografía de Paula Guez

Por Paloma Baldi

"En la ficción se traman sentidos contemporáneos que no se traman en otros discursos", Marina Arias.

Afuera se cae el cielo. El ruido de un rayo lo rompe todo. Me obliga a salirme de la alienación en la que estoy inmersa. Dejo de tipear noticias deportivas españolas. Miro por la ventana.

Afuera todo es gris, la copa de un árbol pelado se sacude con el viento de la lluvia. Las gotas golpean con violencia las paredes del edificio desde el que yo acabo de dejar de tipear. El edifico está en un boulevard, por eso desde acá los vientos siempre se escuchan más fuertes. Porque corren libres hasta que chocan contra estas paredes. Es de día, apenas pasa el mediodía, pero la luminaria municipal está encendida. Está encendida porque la tormenta oscureció el horizonte. Veo la luz naranja de los focos borronearse por el movimiento de la copa del árbol pelado. También los cables de electricidad se mueven un poco. De hecho es muy probable que hoy se corte la luz.

Recibo mensajes aleatorios, de compañeras, de compañeros, que están en la calle.

—Estoy en la costera cerca de Buenos Aires. El clima: la calma que antecede a la tormenta. El chofer paró a vomitar por la ventana.

Pienso en las dos tormentas o en las muchas tormentas que hoy azotan este suelo. No es necesario que haga ningún paralelismo: la metáfora está a la vista. No puedo evitar la imagen mental del vómito mezclándose con las gotas de agua y cayendo por la chapa blanca que reviste La Costera Metropolitana.

Ahora no es un rayo sino un relámpago lo que me despierta, o me adormece. Tengo que seguir trabajando.

—Caída de las bolsas europeas: fue provocada por las crisis en mercados como los de Argentina— dicen en la radio española.

Después se escucha la voz de Macri:

 —Quiero anunciarles que hemos acordado con el Fondo Monetario Internacional adelantar todos los fondos necesarios para garantizar el cumplimiento del programa financiero del año próximo.

A continuación empieza una columna sobre el poder de internet. De alguna manera todo está conectado en una forma trágica. Siguen llegando mensajes:

—Mucha gente en Avenida de Mayo.

—Esa mirada al horizonte me emociona.

Afuera llueve con más fuerza. El ruido del chorro de agua que cae desde el techo me obliga a ponerme los auriculares para seguir trabajando. Pienso que es una buena manera de terminar con estos pensamientos.

El agua siempre dota de épica las movilizaciones. Empiezan a aparecer los primeros retratos de gente mojada que mira de frente a la cámara. Es la foto obligada. Esa y la de los paraguas con la cúpula del Congreso de fondo. Hay una lucha constante por los símbolos en la calle, apenas dos años atrás los paraguas eran el símbolo de los que marchaban por Nisman. Hoy Nisman estuvo presente también. En una historia de Instagram que vi antes de empezar a trabajar y antes que un rayo me pusiera a pensar en todo esto, un compañero le decía a un humorista kirchnerista:

— Estás a punto de ser la señora Bisman, pero nuestra.

A la historia no pasó Nisman sino la señora Bisman. Al menos para nosotros. Después están ellos. Seguramente para ellos Nisman sí pasó a la historia como el fiscal asesinado por Cristina. Todo esto no importa mucho, porque nadie sabe bien qué pasó con esa causa y porque nunca más volvimos a saber de la señora Bisman; aunque ya le encontramos un reemplazo. Todavía no tiene apodo, pero es la señora que se volvió viral por cantar “¡Impunidad¡ ¡Impunidad!” sin rima.

—¿A cuánto cerró el dolaruco? — pregunta la que unos minutos atrás vio al chofer de La Costera vomitar por la ventana.

—39.77.

El dólar es otra de las noticias del día. Se esperaba que el centro de la escena fuera la marcha federal universitaria y las 57 universidades nacionales de paro. Pero la lucha educativa tuvo que compartir cartelera con el dólar. De nuevo pienso: De alguna manera todo está conectado en una forma trágica. Siguen llegando mensajes:

—Mis grupos se debaten entre gente que quiere llorar y quienes hacemos chistes para tapar el llanto.

Ese mensaje me cae como un cachetazo. Me limito a responder que no difundamos el video de un Chino insultando a Macri, porque los insultos son misóginos.

—También dice “chupa concha”— me responde alguien.

—¡Cómo si fuera un insulto! — me limito a responder.

—Capaz los chinos no acostumbren— me rebate otro.

Ese es mi pie para retirarme la discusión. Agradezco que alguien mande un meme. Pienso que los memes van a salvar a mi generación de la locura. Al menos nos queda el absurdo, al menos somos creativas y creativos. Y creatives. Hasta inventamos una nueva forma de hablar para incluir a las disidencias. Sin dudas es esto lo que nos va a salvar.

Pienso que no importa lo que se acostumbra y lo que no; más bien celebro formar parte de una generación que no se acostumbra. Esto me recuerda a Julio López. Crecí viendo una gigantografía de Julio levantando el puño y que decía "¿A qué te podes acostumbrar?". Estaba en una de las esquinas más transitadas de la ciudad de La Plata y en la que era entonces mi facultad. Cuando cruzaba la calle para ir a cursar los teóricos de cuatro horas de literatura norteamericana leía "¿A qué te podes acostumbrar?". Al lado de la pregunta siempre había un número, era una cuenta regresiva pero al revés. Era un contador de los años que llevábamos -que llevamos- sin saber dónde está Julio López.

El informativo español me trae de nuevo al aquí y ahora con un pitido que marca la tanda publicitaria y sé que tengo un recreo corto, de quince minutos. Es mentira que uno deja de tener recreos cuando deja de estudiar. Gran parte de nuestro tiempo lo ocupamos en recreos, en pausas. Todo el tiempo estamos generando recreos. Por eso Netflix debe estar entre las palabras más dichas en Argentina aunque el dólar esté llegando a cuarenta pesos y haya 57 universidades nacionales de paro.

En efecto: abandono WhatsApp. Lo cierro y abro Facebook para publicar un álbum de fotos. De nuevo la burbuja de la hiperinformación me absorbe. Leo muchas opiniones pero algunas me quedan picando en la cabeza.

—Algún día la universidad se va a teñir de villa, para que otros también se saquen una selfie felices con su facultad y amigos. Pero, sobre todo, para molestar con un discurso no hegemónico que permita crear conocimientos no coloniales, con perspectiva latinoamericana y de base. Mientras tanto sabemos que no se vende, se defiende­. 

Leo esto y de nuevo se me disparan recuerdos aleatorios. Veo a mi yo ingresante llegando a la facultad de periodismo para la jornada "Que la universidad se pinte de pueblo". Es el año 2015 y ya está todo un poco roto. La tormenta ya está sobre nosotros pero todavía festejamos. En mi cabeza estas imágenes se ven en blanco y negro y se me ocurre que, aunque no lo sabíamos, estábamos obligados a festejar. Porque no sabíamos cuándo íbamos a poder hacerlo de nuevo.

Leo otra publicación de Facebook, es de una agrupación de la facultad de periodismo a la que hace ya unos cuantos mese que no voy:

—Qué cagazo, qué cagazo. Obreros y estudiantes como en el Cordobazo— el cántico está acompañado por la foto de muchas pibas y muchos pibes como yo. Que ingresaron o cursaron conmigo.

Entre publicaciones y mensajes, y recuerdos y lluvia, me pregunto si podemos hacer un Cordobazo. Leo otra publicación. Es de una mujer:

 —Tengo una furia contenida inexplicable que voy a convertir en lucha, recordando que unimos nuestras inquietudes individuales para hacer una pregunta colectiva.
Y no nos quedamos en casa días como hoy.

Estas palabras tecleadas me dan directo en el pecho. No puedo más que apretar la cruz roja y cerrar todo. Mirar otra vez por la ventana, ver la lluvia y la copa del árbol pelado que se sigue zamarreando y pone en riesgo mi conexión a internet. Mi conexión con todo lo que está allá afuera. Yo sí me quedo en casa un día como hoy. Vuelvo al WhatsApp. No lo puedo evitar porque hay muchos mensajes y eso me genera un toc.

—Estoy esperando acá a los que vengan. Tengo la bandera.

Me repito, como hice muchas veces, que cada uno elige un puesto de lucha. Otra compañera me dice que está haciendo base y pienso entonces que no estoy loca, o que por lo menos no estoy sola. Nosotras somos las que publicamos las fotos que después todos van a compartir. Las de los rostros empapados mirando de frente a la cámara, las de los paraguas con la cúpula verde del Congreso de fondo. Siempre creí en el lema que reza: soldado que huye, sirve para otra batalla. Me preguntó cuál va a ser mi batalla y pongo música.

Por unos minutos la música suena pero no puedo escucharla. De pronto, escucho una frase que me cruza como antes me cruzó el trueno: Me da miedo cuando sales / sonriendo pa’ la calle / porque todos pueden ver / lo bonito que te sale.