Literatura y redes sociales: leer o no leer, esa es la cuestión

  • Imagen

Literatura y redes sociales: leer o no leer, esa es la cuestión

29 Agosto 2015

 Por Maricruz Gareca

Tengo que reconocerlo: hay días en los que paso más tiempo en las redes sociales —sobre todo, Facebook— que con un libro abierto entre mis manos. En ciertas ocasiones este hecho me provoca cierto escozor en la nuca porque si me pongo a calcular, en los últimos años podría haber leído, probablemente, más de cien libros en las horas, días y minutos que dedico a la pantalla de la computadora. Pero el lado B de eso es que muchos de los libros que luego desembocaron en mi biblioteca (y que no siempre leo por la razón anterior) llegaron gracias al espacio virtual. Ya sea a través de recomendaciones, eventos, publicaciones, gran parte de mi universo literario se construyó, no solo pero si en gran medida, a partir de los miles de posteos que circulan día a día por el muro del Facebook.

Sabemos que las redes sociales se ha convertido en los últimos años en LA plataforma para que escritores difundan y publiquen sus producciones —poemas, cuentos y novelas— en todas sus variantes y formatos (solo por dar un ejemplo, textos acompañados por una ilustración, una fotografía o un video subido en youtube); sabemos, también, que por ser un medio accesible a todos y todas, las redes sociales habilitan la convivencia —a veces armónica, otras muy conflictiva— de materiales literarios muy disímiles entre sí, tanto en lo que respecta a la temática, al formato como a su calidad estética. Lo cierto, entonces, es que hablar de literatura en las redes sociales puede ser un arma de doble filo porque no se trata aquí ni de santificar Facebook o Twitter considerándolos los nuevos salvadores de la literatura, pero tampoco de subestimar ni desdeñar lo que las redes sociales son capaces de lograr en cuanto a producción y difusión de las manifestaciones literarias se trata.

***

En la foto hay una biblioteca atiborrada de libros, un balcón y una mesa con cuatro sillas que la rodean. Sobre la mesa, hay una mujer recostada: su mano derecha y su cabellera suelta cuelgan; difícil es saber si sus ojos están abiertos o cerrados. Sobre la imagen, se puede leer un texto breve: “Construí un anti-cuerpo/ repleto de celos/ para defenderme de mí./ Ahora estoy desnuda, a la deriva,/ esperando que la gran serpiente de vos/venga a devorarme.”. La mujer de la foto es Flor Codagnone, poeta (Mudas y Celo, ambos libros publicados por Pánico el Pánico) y psicóloga, y el texto es uno de sus bellos poemas.

El texto arranca así: “Yo era un hombre sincero. Ponía en tu boya una pastilla de cloro y decía: "Señora, puse en la boya una pastilla de cloro". También era sincero con mis deseos. Pasaba por tu cocina, veía bananas sobre la mesa, me daban ganas de comer una y te decía: "Señora, ¿no me convidaría una banana?" Pero las cosas cambian. Por mucho que cuides al motor de tu chata, ella siempre a la larga te deja tirado." El autor de este fragmento es Félix Bruzzone, autor de Los topos, (novela), Barrefondo (novela) y 76 (cuentos), entre otros, quien además de escribir novelas y cuentos, es piletero de oficio.

Durante todo el 2010, en la trasnoche de Radio Nacional (de 2 a 5 de la mañana), Tom Lupo, Gabriela Borrelli Azara y Mosquito Sancineto condujeron “Noche tras noche”, un programa radial en el que la poesía era la niña mimada; además, fue el primer programa que introdujo la improvisación en el éter. Pero no fue solo eso: fue también un espacio en el que muchos lectores amantes de la poesía encontraron una forma de mostrar y difundir sus producciones y, además, un lugar de encuentro donde nació una comunidad de personas —de todas las edades y lugares— gracias a las redes sociales, particularmente Facebook.

***

Como muchas personas, tengo cuenta en varias redes sociales: Facebook, Twitter, Linkedin, Google +, etc. De todas ellas, también como muchas personas, la que más uso es Facebook. Si tuviera que hacer un relato de mi historia en ese espacio virtual, tendría que decir que primero la use para escribir boludeces, cosas de la vida cotidiana que (después lo entendí) a nadie le importaba saber, después para poder mantenerme en contacto con mi familia y amigos cuando me mudé a Buenos Aires y, finalmente, para estar al tanto de las cosas interesantes relacionadas a las cosas que más me apasionan: literatura, periodismo, cine, teatro, y otras. A esto último le debería agregar algo más: difusión y recomendaciones de libros, enlaces, obras teatrales, ciclos literarios, charlas y una larga lista de etcéteras.

Es así, paso muchas horas sumergidas a la semana en las redes sociales, tiempo en el que podría haber leído el Ulises de Joyce, las obras completas de Borges, o 2666 de Bolaño. Pero, me pregunto: ¿acaso renunciar a estas lecturas me quita legitimidad como lectora? De ninguna manera. La inmersión en el mundo virtual me ha formado en otro tipo de lectora, quizás más errática, arbitraria, desprolija por la cantidad de información que consumo día a día, pero no por eso menos intensa. Gracias al Facebook —insisto, no soy tan usuario de las otras redes— mi universo de intereses e inquietudes se amplió de manera inimaginable, me enteré de talleres que luego realicé o recomendé, de ciclos de los que me convertí en asidua concurrente e, incluso, pude acceder y formar parte de espacios como este para el que hoy escribo estas palabras.

***

Abordar la presencia de la literatura en las redes sociales puede adoptar diversas aristas o enfocarse desde distintas perspectivas. Esta nota podría haber sido un estudio sobre el tema con estadísticas, testimonios, entrevistas sesudas, como a muchos académicos e intelectuales les gusta, pero en cambio se convirtió en un texto casi confesional de una lectora que es lo que es también gracias al ingobernable universo de las redes sociales.

(Fuente de la imagen: http://www.desdeelbalcon.com/)