Lilith, la primera mujer: un feminismo monstruoso

  • Imagen

Lilith, la primera mujer: un feminismo monstruoso

05 Septiembre 2021

Por Sofía Guggiari |​ Ilustración: Gabriela Canteros

Para las escrituras sagradas religiosas tanto judías como cristianas, Lilith es un personaje misterioso y oculto. Aunque tiene su origen en la civilización sumerio-acadia (civilizaciones mesopotámicas), el mito es retomado en breves oraciones en el relato oficial bíblico; en el Génesis por un lado y en el Libro de Isaías por el otro, apenas en algunas traducciones. Su figura entre bíblica y mitológica es más bien desarrollada por interpretaciones rabínicas luego, y por eso pertenece más al folklore demoníaco y místico judío. Siendo que, en el caso del catolicismo, no hay relato de ella.

La historia cuenta, que fue la primera mujer, anterior a Eva,  hecha en el mismo tiempo y barro que Adán.

Lilith se negó a cumplir el rol de sumisión que la esperaba en el paraíso (por ejemplo cuestionó la única postura que Adán imponía para tener sexo, ya que implicaba que siempre  ella esté abajo de él) y a través de la enunciación de lo prohibido: Yaveh, el nombre de Dios que no se menciona; le salieron alas y se fue volando del Jardín de Edén.

Desde ese entonces, cuentan los mitos, Lilith se convirtió en la primer demonio, vampiro, súculo en habitar el suelo de los mortales. Tuvo relaciones sexuales con el ángel caído, Lucifer, con quien engendró miles de bestias. Asesinó niños incircuncisos como venganza, ya que unos ángeles habían matado a sus hijos por mandato de Dios, como respuesta a negarse a la orden de que vuelva. Provocaba sueños sexuales en los hombres para robarle el semen y parir así mil demonios más. 

Muchas de las teóricas feministas, escritoras, filósofas, artistas recuperan la figura de Lilith,  como una referencia de insubordinación y desobediencia a la lógica patriarcal.

La primera mujer en claudicar como tal, en el punto de claudicar en ser-mujer-para-el-varón, para convertirse en su opuesto. La primera hereje, bruja, que abandona la tierra prometida y supuestamente feliz para tomar el lugar de lo corrupto e indebido a los ojos de Dios. La que no se adapta al modelo de feminidad imperante: no se casa, no espera, no es sumisa, la seductora, la que no es buena. La primer demonio, la madre de todos ellos.

El tema de la monstruosidad de Lilith, abre interrogantes sobre cómo pensar la experiencia de desobediencia:

¿Es su monstruosidad un castigo a su rebeldía o todo acto de subversión a la norma y al mandato es en sí mismo algo monstruoso? ¿Concebir que la demonización es un castigo, no tiende al deseo de querer  humanizarla, o en todo caso a renormalizar? ¿No sería la idea de hacerla volver al paraíso, el lugar de donde escapó para sobrevivir?

La humanización o renormalización implicaría tomar de ella su insurgencia contra la moral que impera, pero dejando de lado - otra vez al margen y proscripta- su parte criminal, sádica y  brutal. Como si de eso no se quisiera saber. Como si la emancipación fuera una especie de bautismo, nos lavamos de un pecado original. Nada más religioso que la búsqueda de una pureza. Un humanismo, en el sentido en que lo dice el filósofo P. B. Preciado, en su texto El feminismo no es un humanismo, cuando dice que la revolución industrial produjo esa búsqueda humanista de un cuerpo soberano, blanco, heterosexual, sano y seminal. Un cuerpo positivo universal y ejemplo de todo otro cuerpo.

En El Zohar, libro central de la corriente cabalística, (una de las corrientes hebreas que más retoma la figura de Lilith) aparece nombrada como "la falta de castidad". Pero entonces ¿no es acaso esto mismo lo más potente del mito?

Lilith no busca la perfección. Intenta contra viento y marea inventar su propia ética. Así inaugura la otra vida, una vida posible, lejos del Edén. Es en acto que delata lo absurdo y caprichoso del mundo tal y cual es. Y lo que pone en jaque en términos morales es la idea de inocencia y bondad, como virtudes  necesarias de lo subversivo. Virtudes que incluso serían propias de lo celestial. 

Ella es culpable para el mandato divino, esa es su condición de libertad. Es lo mal visto para el relato oficial: madre pero muy mala madre, la infiel, antifamilia heteronormada, la culpable, la femme fatale, la lujuriosa e imparable, la asesina, corrupta, que causa terror.

Una feminidad impura, amoral, excesiva, agresiva, brutal, como diría Virginie Despentes, la teórica feminista española en su libro más conocido, Teoría King Kong. Lilith, una abyecta, en relación a como la psicoanalista feminista Julia Kristeva pensó la abyección: aquello arrojado fuera de lo que el sujeto constituye como lo posible, tolerable y pensable. Lo que se escapa a la pureza identitaria del ser y por eso amenaza, produce terror.

Ni mujer, ni varón, ni humana: Lilith.

La potencia de su exilio, es la potencia de su contestación en acto a los mandatos de géneros, mandatos de cómo se debe vivir una vida. Entonces:

¿No es también ese llamamiento a reivindicar siempre el peligro de lo vital, eso horroroso a veces del deseo y lo erótico, lo monstruoso de lo que desestabiliza y no, el ideal de la promesa del paraíso?