Homenaje a Gabriel Clerissi, un relato de Branco Troiano

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Homenaje a Gabriel Clerissi, un relato de Branco Troiano

11 Octubre 2018

Por Branco Troiano

Si no confiaran en la integridad de sus actos, en la voluntad de sus arrebatos, en fin, si no lo conocieran, aquel giro brusco y poco ortodoxo que lo separó de la bandada los habría desconcertado. 
Ahora vuela en dirección a los picos de la montaña, que, con sus terminaciones irregulares, parecen serruchar el cielo. 

El andar es obstinado. El aire empuja en sentido inverso; lo siente primero en la cabeza y después recorriéndole el resto del cuerpo. Allá al fondo, cada vez más cerca, intacta, la montaña. ¿Y detrás de ella? Nadie lo sabe. Ninguno de los que cruzaron logró volver. Existen muchas historias, pero él descree de todas. 

Al pie de la montaña hay un grupo de personas. La tribu llora una muerte terrible. Por ese motivo es que los más chicos, sentados en círculo, escuchan atentos el relato de un viejo de barba tupida y gris que explica el porqué de los hechos. Para ello, recurre a la palabra y obra de su Dios. 

Él sigue. A pocos metros de la montaña, cree divisar algo. Son los chicos y el viejo, pero el reflejo del sol y su visión imperfecta solo le conceden la imagen de unos puntitos rojos. 
Un mar de fueguitos, se dice.

Está a punto de cruzar, pero un golpe súbito de viento lo lleva a chocar contra una de las puntas de la montaña. Sortea el impacto, o eso parece, y ya está del otro lado. 

Los chicos siguen escuchando el relato del viejo. De repente, un puñado de plumas empieza a caer sobre sus pieles marrones y duras, y se gesta entre ellos un alboroto inusual, una mezcla de movimientos y ademanes alegres que los chicos nunca podrían explicar (al menos en ese momento), pero que atraviesa sus corazones y aflora por sus caras. El semblante del viejo ha cambiado, y ahora permanece con expresión jubilosa. Deja que pasen unos segundos y eleva una mano. Los chicos se calman inmediatamente. 

Baja la mano, mira al cielo. Cuando finalmente vuelve su mirada a los chicos, dice: “Estas plumas, que han descendido directamente de las manos de Dios, son la muestra milagrosa de que nuestro querido Illimani sigue allí, cuidándonos, esperándonos”.

Sin mediar instante, los chicos se paran y, chocando sus cuerpos y envueltos en gritos inentendibles, corren a la tribu a contar lo sucedido.