Goles de pulmón de manzana

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Goles de pulmón de manzana

03 Abril 2019

Por Ramiro Gallardo

Racing empata uno a uno y es campeón, pero todavía faltan un par de minutos. Estoy atado a la pantalla de la compu, pegado a la ventana que da al pulmón de manzana. Lo miro por streaming, la señal se corta a cada rato, pero lo peor es el reload: le tengo pánico. ¿Para qué darle a la flechita? Mejor lo dejo así, congelado en este minuto 50, no sea cosa que al recuperar la señal Tigre nos haya metido el segundo.

Más allá de los piques de Federico González y del empate de Lucas Rodriguez, otros miedos atraviesan mi alma durante estos noventa minutos de ansiedad: los gritos de mis vecinos. Es que, de alguno de los edificios que dan a este mismo pulmón de manzana, alguien gritó el gol del Matador. Hinchas de Independiente, lo sé: ni de Tigre ni de Defensa. Hace tiempo que conozco su existencia, y ellos la mía. Les he gritado unos cuantos goles con la certeza de que están en algún sitio imposible de adivinar, pero muy cerca. ¿Quiénes serán? Puedo habérmelos cruzado alguna vez en la heladería de la esquina, la peluquería del tano o el chino de la vuelta, comprando las cervezas que me acompañaron durante el último clásico. No sé nada de ellos ni ellos de mí, pero cuando juega el Rojo se hacen oír. No demasiado últimamente, hay que decirlo. El grito del gol de Zaracho lo escucharon, seguro. Me dejé unas cuantas cuerdas vocales tiradas por el piso.

Cuando los partidos se transmitían por televisión abierta (qué tiempos aquellos) los goles sonaban al unísono. Ya durante el último mundial, los -pocos- gritos que resonaban en el pulmón de la manzana se parecían más bien a un canon a intervalos: unos entraban primero y otros más tarde, según lo vieras por cable, TV digital abierta o streaming. A mí me llegan siempre algo después que los de mi vecino de planta baja, que es Gallina. Cuando jugamos contra ellos, si en mi pantalla ataca River y yo no escuché nada previamente, sé que la jugada no terminará en gol. Los últimos tiempos, también hay que decirlo, sus alaridos anticiparon unas cuantas desgracias académicas. ¡Pero hoy qué me importa! Lo único que deseo es que al darle a esta flechita el resultado siga igual, que en un rato esté cantando y saltando en el Obelisco con Clarita, que mis vecinos del Rojo no inunden con su eco mi pulmón de manzana. Mi pulmón, sí. Hoy es mío, todo celeste y blanco.